Diecisiete
hombres se reunieron en la sala de audiencias del gobernador a la segunda hora del
día siguiente.
Con
desánimo, Catón pensó: ¡Oh, vuelvo a mi antiguo ambiente, pero ya le he perdido
el gusto! Quizá sea un defecto de mi carácter el detestar el mando, pero si es
un defecto, me ha llevado a adoptar una filosofía que se ha arraigado
inexorablemente en mi alma. Conozco los parámetros exactos de lo que debo
hacer. Puede que los hombres se burlen de tanta abnegación, pero la
inmoderación es mucho peor, ¿y qué es el mando sino una forma de inmoderación?
Henos aquí, trece hombres con togas romanas, a punto de despedazarnos unos a
otros por una concha vacía llamada tienda de mando. ¡Una metáfora, incluso!
¿Cuántos comandantes habitan realmente una tienda, o si lo hacen, la mantienen
austera y sencilla? Sólo César. ¡Cuánto me duele tener que admitirlo!
( C. McC. )
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