Mi
querido, maravilloso y omnipotente dios en la tierra, mi César, dios del Nilo, dios
de la Inundación, hijo de Amón-Ra, reencarnación de Osiris, amado de la
faraona, te echo de menos.
Pero
todo esto no es nada, querido César, comparado con la buena nueva de que el quinto
día del pasado mes de pered di
a luz a tu hijo. Mi ignorancia no me permite traducir la fecha exactamente a
vuestro calendario, pero fue el vigésimo tercer día de vuestro junio. Se halla
bajo el signo de Khnun el Carnero; el horóscopo que insististe en que encargara
a un astrólogo romano dice que será faraón. No hacía falta malgastar dinero
para enterarse de eso.
Ese hombre era muy reservado, no hacía más que murmurar
que se produciría una crisis
en su decimoctavo año, pero que la posición de los astros no le permitían ver
con claridad. ¡Es precioso, mi querido César! Horus en persona. Nació antes de
tiempo pero perfectamente formado. Sólo un poco flaco y arrugado..., se parece
a su tata. Tiene el cabello dorado, y dice Tach'a
que sus ojos serán azules.
¡Tengo
leche! ¿No es maravilloso? Una faraona debe alimentar siempre a sus hijos ella
misma: es la tradición. Mis pequeños pechos rezuman leche. El niño es tranquilo
pero con una voluntad férrea, y te juro que la primera vez que abrió los ojos
para mirarme sonrió. Es muy alto; mide más de dos pies romanos. Tiene el
escroto grande y también el pene. Cha'em lo circuncidó según la costumbre
egipcia. El parto fue fácil. Noté los dolores, me senté en cuclillas sobre un
grueso montón de sábanas de hilo limpias, y llegó él.
Se
llama Tolomeo XV César, pero lo llamamos Cesarión.
Las
cosas van bien en Egipto, incluso en Alejandría. Rufrio y las legiones están
bien instalados en su campamento, y las mujeres que les diste como esposas
parecen haber aceptado su suerte. La reconstrucción continúa, y yo he empezado
el templo de Hathor en Dendera con las piedras grabadas con los signos de
Cleopatra VII y Tolomeo XV César. Trabajaremos también en Filae.
Mi
queridísimo César, te echo mucho de menos. Si estuvieras aquí podrías ocuparte de
gobernar con mis buenos deseos; no me gusta tener que apartarme de Cesarión
para tratar con armadores en litigio y terratenientes ariscos. Mi marido
Filadelfo, a medida que crece, se parece cada vez más a nuestro hermano muerto,
a quien no añoro ni remotamente. En cuanto Cesarión tenga edad suficiente,
despediré a Filadelfo y elevaré a nuestro hijo al trono.
Espero, por cierto, que te asegures de que Arsinoe no escape a la custodia
romana. Es otra de las que me derrocaría al instante si pudiera.
Ahora
la mejor noticia de todas. Con la guarnición bien instalada en el campamento, hablé
con mi tío Mitrídates y le hice prometer que cuando tú te establezcas en Roma,
él gobernará en mi ausencia mientras te visito. Sí, ya sé que dijiste que una
faraona no debía abandonar su país, pero una razón me obliga: debo tener más
hijos contigo, y antes de que vuelvas al este a combatir contra los partios.
Cesarión debe tener una hermana con quien casarse, y mientras no sea así el
Nilo corre peligro. ¡Pues nuestro próximo hijo podría ser otro
niño! Hemos de traer al mundo una cantidad de criaturas suficiente para
asegurarnos de que sean de ambos sexos. Así que, te guste o no, iré a verte a
Roma tan pronto como hayas derrotado a los republicanos en África.
Ha llegado
una carta de Amonio, mi agente en Roma, y en ella me dice que los
acontecimientos que allí tienen lugar van a mantenerte atado a Roma durante un
tiempo cuando te hayas establecido de manera indiscutible en el gobierno. Lo he
autorizado a construirme un palacio, pero necesito que me concedas los terrenos.
Según Amonio, es muy difícil llegar a un acuerdo con un ciudadano romano para que
actúe como supuesto comprador en la adquisición de terreno de alto nivel, así
que una cesión tuya aligeraría y simplificaría las cosas. En el capitolio,
cerca del templo de Júpiter Óptimus Máximus. El sitio lo he elegido yo. Le pedí
a Amonio que me encontrara el lugar con mejores vistas.
En
honor de nuestro hijo, te mando con esta carta cinco mil talentos de oro.
Escríbeme,
por favor. Te echo de menos, te echo de menos, te echo de menos. Sobre todo tus
manos. Todos los días rezo por ti a Amón-Ra, y a Montu, dios de la guerra.
Te
quiero, César.
No hay comentarios:
Publicar un comentario