Hubo
distintos cambios en el ejército de Mario aparte de la tropa básica, pues, al
ser soldados sin tradición militar, ignoraban completamente en qué consistía y
no mostraron oposición ni rechazo. Durante muchos años, la antigua unidad
táctica denominada manípulo había quedado demasiado reducida para contener a
los ejércitos abigarrados e indisciplinados con que tenían que combatir muchas
veces las legiones; la cohorte, tres veces mayor que el manípulo, la había ido
sustituyendo en la práctica, pero nadie había reestructurado las legiones en
cohortes en lugar de manípulos, ni cambiado la jerarquía de los centuriones
para ajustarla al mando por cohortes. Y eso fue lo que hizo Mario la primavera
y el verano de su primer año de consulado. A partir de entonces, salvo como
unidad de adorno en los desfiles, el manípulo dejó de existir oficialmente y
quedó sustituido por la cohorte.
Pero
había inconvenientes imprevistos en la organización de un ejército de
proletarios. Los antiguos soldados de Roma sabían leer y contar y no
presentaban inconveniente en cuanto a reconocer banderas, cifras, letras y
símbolos, mientras que los que formaban el ejército de Mario eran en su mayoría
analfabetos que apenas sabían de números. Sila en su calidad de cuestor de
Mario, instauró un programa formando agrupaciones de ocho hombres que ocupasen
la misma tienda y entre los que hubiese uno por lo menos capaz de leer y
escribir, a quien se le concedió antigüedad respecto a sus camaradas a cambio
de enseñarles a interpretar los números, las letras, los símbolos y los
estandartes, así como a leer y escribir, en la medida de lo posible. Pero el
programa avanzaba despacio y la alfabetización tendría que posponerse hasta que
las lluvias invernales impidieran las operaciones.
El
propio Mario inventó un nuevo punto de reunión sencillo y muy emotivo para sus
legiones, asegurándose de que se aleccionaba a toda la tropa con temor y
reverencia al respecto. Dio a todas las legiones una preciosa águila de plata
con las alas abiertas montada en un mástil plateado; el águila la portaría el
aquilifer o soldado considerado el más fuerte de su legión, revestido de una
piel de león y una armadura de plata. El águila, decía Mario, era el símbolo de
Roma para las legiones y todos los soldados estaban obligados al atroz
juramento de estar dispuestos a morir antes que consentir que el águila cayese
en manos del enemigo.
Mario
sabía perfectamente lo que hacía. Habiendo pasado media vida en el ejército, y
siendo la clase de hombre que era, tenía firmes opiniones y sabía mucho más
sobre la tropa que ningún aristócrata. Sus orígenes rurales le capacitaban para
la observación y su inteligencia superior le facultaba perfectamente para
deducir ideas a partir de tales observaciones. Por haberse visto detenido en su
carrera personal y haber sido su innegable valía utilizada para el medro de sus
superiores, Cayo Mario llevaba esperando muchos años antes de conseguir el
consulado, y se los había pasado pensando.
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