martes, 2 de junio de 2015

LAS EXEQUÍAS DE LUCIO CORNELIO SILA, QUE FUE CÓNSUL Y DICTADOR DE LA REPÚBLICA ROMANA





( EN LA FOTO DE ARRIBA LAS EXEQUIAS DE CAYO JULIO CÉSAR, OBRA DEL PINTOR LAFRANCO )


El espectáculo de las exequias de Sila dejó reducido su triunfo a un hecho insignificante. Doscientas diez literas cargadas a más no poder de mirra, incienso, canela, bálsamo, nardo y otros productos aromáticos -obsequio de las mujeres romanas- desfilaron a hombros de porteadores vestidos de negro. Como el cadáver estaba tan encogido y momificado por la pérdida de sangre que era imposible exponerlo al pueblo, los escultores habían hecho una efigie del muerto con canela e incienso para colocarla en el féretro, precedida de la imagen de un lictor hecha con las mismas especias. Se exhibieron placas con escenas de su vida, con excepción de sus primeros treinta y tres años, y de los abominables últimos meses; en ellas se le veía representado ante las murallas de Nola recibiendo la Corona de Hierba de manos de un centurión; de pie, sereno ante un acobardado Mitrídates firmando el tratado de Dardania; ganando batallas, legislando, haciendo prisionero a Yugurta, ejecutando a los cautivos de las tropas de Carbón. En un vehículo especial se exhibían más de dos mil coronas y guirnaldas con que le habían obsequiado ciudades, tribus, reyes y países de todo el orbe. Sus antepasados vestidos de negro desfilaron en carruajes negro y oro, tirados por espléndidos corceles negros, y entre el• séquito de los deudos caminaban sus regordetes mellizos, Fausto y Fausta.




Fue un día caluroso y nublado, y la atmósfera era húmeda. El mayor cortejo funerario que jamás había tenido lugar en Roma, arrancó de la casa que daba al circo Máximo, descendió por el Velabrum hasta el Foro, donde Lúculo -potente y famoso orador- pronunció el elogio mortuorio desde los rostra, de pie junto al falso cadáver de canela e incienso, sentado en aquel féretro que guardaba en un compartimento oculto el auténtico y apergaminado despojo. Por segunda vez en tres años lloraba Roma por ver a los mellizos quedar huérfanos, y la multitud rompía en aplausos al decir Lúculo que Roma se constituía en tutora de los niños para que nada les faltase. De no haber sido porque el sentimiento alteraba los rostros llorosos, Roma se hubiera percatado de que en el fisico de Fausto y Fausta se notaba ya que iban a parecerse a su tíoabuelo materno, el temible y feo Quinto Cecilio Metelo Numidico, a quien su padre llamaba el Meneitos y había asesinado en un arrebato producido por el rechazo de Aurelia.




Como por arte de magia, siguió sin llover mientras el cortejo reanudaba la marcha, esta vez clivus Argentarius arriba, para cruzar la puerta Fontinalis tras la cual estaba la mansión que había sido de Cayo Mario, para descender a continuación hacia el campo de Marte. Tenían ya allí preparada la sepultura, suntuosamente aislada en la vía Lata y próxima a los terrenos en los que se reunía la asamblea centuriada. A la hora nona colocaron el féretro sobre una inmensa pira bien ventilada, intercalando entre haces y troncos la carga de las doscientas diez literas de especias. Nunca olería tan bien Sila como cuando, conforme a sus deseos, el fuego consumiera sus restos mortales.




Y en el momento en que las antorchas comenzaban a lamer con sus llamas la base de la pira, se levantó un fuerte viento y la pequeña montaña prendió con tal furia que los deudos tuvieron que apartarse, cubriéndose el rostro. Luego, cuando ya el fuego moría, comenzó a llover. Un aguacero tan fuerte que anegó y apagó las brasas tan pronto, que las cenizas de Sila pudieron recogerse momentos después para guardarlas en una exquisita urna de alabastro, adornada con oro y piedras preciosas. Lúculo prescindió del ánfora que Sila había dispuesto para que no las contaminase alguna partícula de Cayo Mario, pues no paraba de llover y no flotaba en el aire ni una mota de polvo.




La urna fue depositada cuidadosamente en aquella sepultura construida en cuatro días con mármoles policromados; un mausoleo redondo con columnas estriadas rematadas por el tipo de capitel de Corinto que Sila había traído y popularizado, consistente en delicados ramos de hojas de acanto. En una placa que daba a la vía grabaron su nombre y títulos, y bajo ella un simple epitafio, compuesto por él mismo:

EL MEJOR AMIGO Y EL PEOR ENEMIGO

( Fuente: párrafo de Colleen McCullought, en su libro "Favoritos de la Fortuna" )



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