lunes, 9 de febrero de 2015

DISCURSO DEL PRETOR CAYO JULIO CÉSAR CONTRA LA PENA DE MUERTE ANTE EL SENADO DE ROMA


El Senado y el pueblo de Roma, que juntos constituyen la República de Roma, no hacen concesiones para el castigo de ciudadanos de pleno derecho sin un juicio. Quince personas acaban de abogar por la pena de muerte, pero ninguna de ellas ha mencionado un proceso judicial. Está claro que los miembros de este cuerpo han decidido revocar la República para retroceder en la historia de Roma en busca de un veredicto sobre el destino de veintiún ciudadanos de la República, incluido un hombre que ha sido cónsul en una ocasión y pretor en dos, y que en este momento sigue siendo pretor legalmente elegido. Por ello, no malgastaré el tiempo de esta Cámara alabando a la República ni a los procesos judiciales y de apelación a los que todo ciudadano de la República tiene derecho antes de que sus iguales puedan aplicarle una sentencia de ninguna clase. En cambio, puesto que mis antepasados los Julios fueron padres durante el reinado de Tulo Hostilio, limitaré mis comentarios a la situación tal como era durante el reinado de los monarcas. Con confesión o sin ella, una sentencia de muerte no es el estilo romano. No fue el estilo romano bajo el gobierno de los reyes, aunque éstos dieron muerte a muchos hombres igual que nosotros hacemos hoy: mediante el asesinato durante actos de violencia pública. El rey Tulo Hostilio, a pesar de ser un guerrero como era, dudó en aprobar una sentencia formal de muerte. No parecía bien, eso pudo comprenderlo con tacita claridad que fue él quien le aconsejó a Horacio que apelase cuando el duumviri lo condenó por el asesinato de su hermana Horacia. Los cien padres, los antepasados de nuestro Senado republicano, no eran propensos a la misericordia, pero cogieron la indirecta del rey y desde entonces establecieron el precedente de que el Senado de Roma no tenía derecho a condenar a los romanos a muerte. Cuando los romanos son condenados a muerte por hombres que están en el gobierno, ¿quién no recuerda a Mario y a Sila?, ello significa que el buen gobierno ha perecido, que el Estado ha degenerado.

 

Padres conscriptos, dispongo de poco tiempo, así que sólo diré esto: ¡No volvamos a la época de los reyes si eso significa ejecución! La ejecución no es un castigo adecuado. La ejecución es muerte, y la muerte no es más que el sueño eterno. ¡Cualquier hombre sufrirá más si se le condena a vivir en el exilio que si muere! Cada día ha de pensar en que se ha visto reducido a la no ciudadanía, a la pobreza, al desprecio, a la oscuridad. Se derriban sus estatuas públicas; su imago no puede llevarse en ninguna procesión funeral de la familia, ni exhibirse en ninguna parte. Es un paria, un desgraciado y vil. Sus hijos y nietos deben bajar siempre la cabeza con vergüenza, su esposa y sus hijas lloran. Y todo esto él lo sabe porque continúa vivo, sigue siendo un hombre, con todos los sentimientos, las debilidades y las energías de un hombre, que en estos casos no le sirven más que para atormentarse. La muerte en vida es infinitamente peor que la muerte auténtica. Yo no le temo a la muerte con tal de que sea súbita. A lo que yo le temo es a alguna situación política que pudiera tener como resultado el exilio permanente, la pérdida de mi dignitas. Y si no soy otra cosa, soy romano hasta el más minúsculo de los huesos, hasta la más diminuta tira de tejido. Venus me hizo, y Venus hizo a Roma.

 

Aprecio lo que el instruido cónsul senior Marco Tulio Cicerón ha dicho acerca de lo que insiste en llamar el senatus consultum ultimum: que bajo su amparo todas las leyes y procedimientos quedan en suspenso. Comprendo que la principal preocupación del instruido cónsul senior sea el presente bienestar de Roma, y que considere que la estancia continuada de esos traidores confesos dentro de los muros de nuestra ciudad sea un peligro. Quiere acabar con el asunto tan rápidamente como sea posible. ¡Bueno, yo también! Pero no con una sentencia de muerte, si para ello debemos volver a los tiempos de los reyes. No me preocupa nuestro instruido cónsul, ni ninguno de los catorce brillantes hombres que se encuentran sentados aquí y ya han sido cónsules. No me preocupan los cónsules del año que viene, ni los pretores de este año, ni los pretores del año que viene, ni todos aquellos hombres que están aquí sentados y que ya han sido pretores y quizás esperen ser cónsules algún día.

 

Lo que me preocupa es algún cónsul del futuro, alguno dentro de diez o veinte años. ¿Qué clase de precedente verá ese cónsul en lo que nosotros hagamos hoy aquí? Verdaderamente, ¿a qué clase de precedente está acudiendo nuestro instruido cónsul senior cuando cita a Saturnino? El día en que todos nosotros realmente sepamos quién ejecutó ilegalmente a ciudadanos romanos sin celebrar un juicio, esos ejecutores nombrados a sí mismos habrán profanado un templo inaugurado debidamente. ¡Porque eso es lo que es la Curia Hostilia! La propia Roma fue profanada. ¡Menudo ejemplo! ¡Pero no es nuestro instruido cónsul quien me preocupa! Es algún otro cónsul, menos escrupuloso y menos instruido, del futuro.

 



Conservemos la cabeza fría y miremos este asunto con los ojos bien abiertos y nuestra capacidad de pensar de modo objetivo. Hay otros castigos aparte de la muerte y de un exilio en un lujoso lugar como Atenas o Masilia. ¿Qué os parece Corfinium, o Sulmona, o alguna otra formidable ciudad fortificada en alguna montaña italiana? Ahí es donde hemos colocado durante siglos a nuestros reyes y príncipes capturados. Así que, ¿por qué no hacer lo mismo con enemigos romanos del Estado? Confiscarles sus propiedades para pagar bien a esas ciudades por la molestia, y a la vez asegurarnos de que no escapen. ¡Hacerles sufrir, sí! ¡Pero no matarlos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario