Pompeyo
el Grande. Sila confiaba en haber descubierto el sobrenombre que le daban los
suyos. Un joven que pensaba que la grandeza no hay que ganársela, que la
grandeza se adquiere al nacer y se conserva para siempre. Deseo con todo mi
corazón, Pompeyo Magnus, pensó Sila, vivir lo bastante para ver quién y qué
circunstancias te hacen caer. Pero un muchacho fascinante, en cualquier caso.
Indudablemente, una especie de prodigio. No tiene madera de leal subordinado,
de eso estaba seguro. No, Pompeyo el Grande era un rival. Y él mismo se
consideraba ya como rival. A los veintidós años. Las tropas de veteranos que
había traído, Sila sabía cómo utilizarlas, pero ¿de qué modo utilizar mejor a
Pompeyo el Grande?. Darle bastante
rienda suelta, desde luego, cuidando de no asignarle una tarea que no fuese
capaz de llevar a cabo. Halagarle, exaltarle, no herir jamás su enorme
engreimiento. Hacerle creer que es él el que se aprovecha y no dejarle ver
jamás que es él el utilizado. Yo habré muerto mucho antes de su caída, porque
mientras yo viva tendré buen cuidado de que ninguno le haga caer. Es demasiado
útil. Demasiado valioso.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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