miércoles, 26 de diciembre de 2018

REFLEXIONES DE SILA TRAS VENCER EN LA GUERRA CIVIL CONTRA LOS CÓNSULES ILEGÍTIMOS CNEO PAPIRIO CARBÓN Y EL HIJO DE MARIO



Con 58 años, estoy viejo y estoy enfermo; durante toda mi vida he batallado con una concatenación de circunstancias y acontecimientos adversos que constantemente me han privado del placer de la justicia y la recompensa, de mi justo papel en la historia de Roma, al que tenía derecho por nacimiento y capacidad. No había tenido otra elección ni ninguna oportunidad para continuar mi ascenso legal en el cursus honorum honorablemente. En todas las etapas había habido alguien o algo que me entorpecía el camino, imposibilitando la vía recta y legal. Pues aquí estoy ahora, habiendo ganado la guerra civil contra todos los que se opusieron a mí.

 

Pero ahora soy un despojo de cincuenta y ocho años, sintiendo en mis entrañas el ardor del triunfo y del fracaso. Ahora soy el amo de Roma. El primer hombre de Roma. Me he vengado de todos los que se opusieron a mi persona. Pero la desilusión de mi actual edad edad, mi físico estragado por las enfermedades, el sufrimiento constante, y la muerte inexorable, han convertido mi júbilo por la victoria en amarga tristeza, destruyendo el placer y exacerbando mi dolor. Qué tarde, qué amarga, qué tuerta es mi victoria, cuántos sufrimientos sobrehumanos me ha costado...

 

Ya no pienso en la Roma que tengo a mis pies con amor e idealismo; el precio que he pagado ha sido demasiado alto. Ni me siento con ánimos para la tarea de levantar de nuevo a Roma que como patricio romano sé que es ineludible. Lo que más deseo ahora para mi es  paz y tranquilidad, tener tiempo libre, poder materializar mil fantasías sexuales, embriagarme sin freno y olvidarme de toda responsabilidad. ¿Por qué no puedo desear todo esto?. Por culpa de Roma, por culpa del deber, porque no puedo aceptar la idea de abandonar la tarea con tanto como queda ahora por hacer. La única razón por la que ayer cabalgué junto a mis más fieles legionarios dentro de Roma saboreando el amargo gusto de la victoria es por estar convencido de que hay una tarea ingente que hacer. Y la tengo que hacer yo porque no hay ya nadie capaz de ello en toda Roma.


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