Alejandro
Janneo (125 a. C.-76 a. C.), rey y sumo
sacerdote de los judíos (103 a. C.-76 a. C.), hijo menor de Juan Hircano y
hermano de Aristóbulo I, a quien sucedió. Siguiendo la política de su padre,
conquistó y convirtió al judaísmo los territorios vecinos, expandiendo el reino
Asmoneo hasta su mayor extensión. Ejerció una tiranía despiadada y su reinado
estuvo marcado por intrigas y luchas internas, especialmente con los fariseos,
a quienes reprimió salvajemente.
Janneo,
cuyo nombre verdadero era según parece Jonatán (en las moneadas acuñadas por él esta escrito por un lado יהונתן המלך [Jonatán, el rey] y
por el otro ΒΑΣΙΛΕΩΣ ΑΛΕΞΑΝ∆ΡΟΥ [del rey Alejandro]), adoptó el nombre helenístico
de Alejandro, siendo conocido por los historiadores con el nombre compuesto de
Alejandro Janneo. Había nacido en Galilea y nunca gozó del amor de su padre, el
etnarca Juan Hircano, quien siempre prefirió a sus hijos mayores Antígono y
Aristóbulo. En cierta ocasión Hircano consultó a Dios sobre cuál de sus hijos
le sucedería en el poder y la respuesta que obtuvo fue el nombre de Janneo, lo
que no resultó de su agrado, y por eso mandó a Janneo a Galilea para que se
educara. Pero el vaticinio se cumpliría inevitablemente. Durante el reinado de
su hermano Aristóbulo I (104 a. C.-103 a. C.), Janneo sufrió prisión junto con
sus otros dos hermanos. Tras la muerte de Aristóbulo I, su viuda la reina
Salomé Alejandra quedó a cargo de la regencia y la primera medida que tomó fue
dejar en libertad a los tres hermanos, e instalar como rey a Janneo, con quien
se casó, cumpliéndose así la ley judía del Levirato.
Tras ocupar el trono, Alejandro Janneo hizo asesinar a
uno de sus hermanos que quiso disputarle la corona, y trató con honores a otro
que estaba dispuesto a llevar una vida pacífica y alejada del poder. Alcohólico
y desvariado, no supo granjearse el afecto de sus súbditos judíos, sobre todo
al ejercer el cargo de sumo sacerdote de manera tal que ofendió los sentimientos
de los judíos más religiosos (especialmente los fariseos). Tampoco el título de
rey fue del agrado de los judíos ya que no pertenecía a la casa de David. Al
margen del descontento de su pueblo, la principal atención de Alejandro fueron
las campañas militares, especialmente contra las ciudades helenísticas de la
costa mediterránea y la Transjordania. Si bien tuvo muchos reveses (el más
grave sería la derrota ante los nabateos en el año 94 a. C., al final de su
reinado pudo vanagloriarse de haber reconquistado el control de todo el
territorio que había sido de Israel en sus grandes épocas. Pero todo ello a un
costo ruinoso para todo lo que tenía algún valor en la herencia espiritual de
su pueblo.
La primera campaña que emprendió Alejandro fue contra la
ciudad marítima de Ptolemaida (Acre, costa de Fenicia), a la que sitió. Simultáneamente
se enfrentó contra el tirano Zoilo (quien tenía bajo control la Torre de
Estratón y Dura), y contra Gaza. Los de Ptolemaida pidieron ayuda del exterior.
El reino de los seléucidas de Siria se veía desgarrado entonces por una serie
de cambios de gobierno y guerras fratricidas y no pudo responder el pedido; los
de Ptolemaida solicitaron entonces la ayuda del rey de Chipre, Ptolomeo IX
Latiro, hijo pero enemigo mortal de la reina Cleopatra III de Egipto, quien le
había expulsado de la corte de Alejandría.
Ptolomeo Latiro partió entonces hacia Ptolemaida, donde
no fue recibido, porque en último momento sus habitantes cambiaron de parecer,
temiendo la intervención de la reina Cleopatra de Egipto, quien deseaba
recuperar la isla de Chipre. Ptolomeo empezaba a desesperar ya cuando recibió
el pedido de ayuda del tirano Zoilo y de los ciudadanos de Gaza, para luchar
contra los judíos, pedido que aceptó. Al ver Alejandro Janneo que todos sus
enemigos se aliaban levantó el sitio de Ptolemaida y volvió a Judea;
astutamente simuló amistarse con Ptolomeo a quien ofreció 400 talentos si
sometía a Zoilo y entregaba su territorio a los judíos. Ptolomeo aceptó y
cumplió su parte, pero al enterarse que Alejandro había enviado mensajeros a
Cleopatra III, anuló su juramento e invadió Judea.
Alejandro reunió un ejército de cincuenta mil hombres y
dispuso la defensa del país. Ptolomeo cayó primero sobre Asoquín de Galilea,
luego intentó capturar Séforis pero sufrió grandes pérdidas. Finalmente se
encontró con Alejandro en un lugar llamado Asofón, cerca del Jordán. Al
principio el resultado de la batalla era dudoso pues ambos bandos sufrieron
grandes bajas, pero al final los soldados de Ptolomeo, gracias a la estrategia
del táctico Filostéfano, pusieron en fuga a los judíos, matando a treinta mil
de ellos. Después de esto, Ptolomeo recorrió el país y se detuvo en algunos
pueblos judíos llenos de mujeres y niños, ordenando a sus hombres que les
cortaran el cuello, que los descuartizaran y echaran los trozos en calderos
hirviendo. Esto lo hicieron para aterrorizar a los judíos quienes creerían así
que los invasores eran caníbales. Luego Ptolomeo se dirigió contra Ptolemaida y
la tomó.
Viendo que su hijo Ptolomeo adquiría gran poder en Judea,
la reina Cleopatra III movilizó sus tropas de tierra y mar para combatirlo. Al
frente de sus ejércitos se hallaban dos judíos, Celcías y Ananías. Cleopatra
llegó a Ptolemaida y la tomó. Por su parte Ptolomeo decidió marchar contra
Egipto creyéndolo desguarnecido, pero se equivocó y fue rechazado, no
quedándole otra opción que retornar a Gaza para luego embarcarse de vuelta a
Chipre.
Alejandro se presentó ante Cleopatra III con muchos
regalos solicitando su alianza; pero los consejeros de la reina opinaron que
debía tomar prisionero al judío e invadir la Judea. Entonces Ananías, uno de
los oficiales judíos de la reina, opinó que lo mejor era contar con la amistad
y el apoyo de los judíos, un pueblo muy belicoso. Cleopatra III hizo entonces
alianza con Alejandro y luego retornó a Egipto.
Libre de Ptolomeo y de la ambición egipcia, Alejandro
llevó su ejército a la baja Siria. Asedió y tomó Gadara (al sudeste del mar de
Galilea) y Amato (más al este del Jordán); luego sitió y tomó las ciudades
marítimas de Rafia (Siria) y Antedón (Filistea). Dirigió después sus fuerzas
contra Gaza, en castigo por haberse aliado con Ptolomeo. Allí resistió
valerosamente el comandante Apolodoro, hasta que fue asesinado por su hermano
Lisímaco, quien entregó la ciudad a los judíos. Alejandro ingresó en Gaza, tras
un año de asedio, y al principio se portó pacíficamente, pero luego la
abandonó a sus soldados quienes hicieron una matanza indiscriminada. Muchos de
los habitantes de Gaza huyeron no sin antes incendiar sus casas y matar a sus
esposas e hijos a fin de librarlos de la esclavitud. La única ciudad de la
antigua costa filistea que no quiso tomar fue Ascalón. Después de esto,
Alejandro retornó a Jerusalén (96 a. C.).
Pese a estas victorias, muchos judíos odiaban a
Alejandro. Cuando volvió a su país y estaba a punto de sacrificar ante el altar
durante la fiesta de los Tabernáculos, le echaron limones y le gritaron que
descendía de cautivos y que era indigno de sacrificar. Enfurecido, empleó
mercenarios extranjeros para poner fin al motín, dando muerte a seis mil
judíos; luego hizo un cerco de madera alrededor del altar y la parte del Templo
en la cual solo podían entrar los sacerdotes; así tuvo alejada a la multitud.
Alejandro se puso de nuevo en campaña e invadió otra vez
las regiones al este del Jordán. Sometió a los moabitas y a los galaaditas,
obligándoles a pagar tributo y demolió la ciudad de Amato. Sin embargo no le
fue bien en su campaña contra los nabateos, un pueblo árabe que habitaba al sur
y el este del Jordán, y que controlaba las rutas comerciales del oriente al
Mediterráneo. Su rey Obodas I le tendió una emboscada empujándole con su
multitud de camellos a un valle profundo cerca de Gadara. Deshecho así su
ejército, Alejandro apenas pudo escapar y cuando llegó a Jerusalén, el pueblo
pronto levantó otro motín contra él (94 a. C.). Después de seis años de luchar
con ellos, Alejandro mató a cincuenta mil judíos, aumentando así el odio del
pueblo. Cuando trató de aplacar al pueblo preguntándoles que querían que
hiciera, ellos le gritaron: “¡Muérete!”. La derrota ante los árabes le costó
además perder las zonas que había sometido en Moab y Galaad.
Los insurgentes judíos, a la cabeza de los cuales se
hallaban los fariseos, llamaron a Demetrio III Eucarios de Siria para que les
ayudara contra Alejandro. Demetrio partió con su ejército y acampó cerca de
Siquem. Alejandro le fue al encuentro con un ejército de mercenarios y de
judíos fieles, pero la suerte le fue adversa. Fue derrotado y todos sus
mercenarios murieron en batalla. Alejandro huyó entonces a los montes, donde se
le reunieron seis mil de los judíos rebeldes quienes, conmovidos ante el
espectáculo vergonzoso de quienes habían pedido la ayuda de los extranjeros, decidieron
ayudar a Alejandro. Alarmado por esta deserción en sus filas, Demetrio se
retiró a Siria. Alejandro asedió entonces a sus enemigos en Bezoma, y tomó la
ciudad, llevándose a sus cautivos a Jerusalén. Luego, mientras estaba
celebrando con sus concubinas, crucificó cruelmente a ochocientos de sus
enemigos, haciendo degollar delante de ellos, mientras estaban vivos aún, a sus
mujeres y niños. Entre las víctimas se encontraban muchos fariseos prominentes.
Esta horrible acción espantó de tal manera a los que se le habían opuesto que
ocho mil huyeron de la ciudad aquella noche, viviendo en el destierro mientras
reinó Alejandro. Sometidos así sus opositores de manera tan despiadada,
Alejandro pudo reinar tranquilamente.
Pero el peligro exterior no había terminado. Antíoco XII
Dioniso, el nuevo rey de Siria emprendió una expedición contra los nabateos, y
debía pasar forzosamente por Judea. Temeroso Alejandro quiso cerrarle el paso,
haciendo cavar una profunda fosa desde Cabarzaba (llamada después Antípatris) hasta
el mar de Jope, la única parte por donde podía ingresar Antíoco. Delante del
foso levantó muros y torres de madera, así como otras máquinas de guerra, y
esperó al rey sirio. Pero Antíoco incendió dichas obras y pasó con sus tropas a
Arabia, donde la suerte le fue adversa. Su ejército fue derrotado y el mismo
pereció en la lucha.
Aretas III, el rey de los nabateos, reinó entonces en
toda la baja Siria hasta Damasco. Marchó a Judea y venció a Alejandro cerca de
la fortaleza de Adida. Después de hacer un pacto, se retiró del país.
Alejandro de nuevo entabló guerras extranjeras en Siria y
Transjordania tomando Pella, Gerasa, Golán y Seleucia, y la fortaleza de
Gamala. Pella fue destruida porque sus moradores no quisieron adoptar las
costumbres nacionales judías. Volviendo a Jerusalén después de esta campaña de
tres años, Alejandro fue recibido esta vez cordialmente por sus súbditos,
gracias a sus éxitos.
Por ese entonces los judíos dominaban las siguientes
poblaciones de los sirios, idumeos y fenicios: en la costa, la Torre de
Estratón, Apolonia, Jope, Jamnia, Azoto, Gaza, Antedón, Rafia y Rinocorura. En
el interior, Adora, Marisa y Samaria, el monte Carmelo y el monte Itubrio,
Escitópolis y Gadara; en Galaunítida, Seleucia y Gabala; en Moabítida, Herbón, Medaba,
Lemba, Oronas, Telitón, Zara, el valle de Cílices y Pella.
La arqueología ha descubierto modernamente la línea de
fortificaciones que Alejandro construyó en el norte, cerca de las actuales Tel
Aviv y Jaffa. Obra de este rey fue también la fortaleza de Maqueronte, al este
del mar Muerto.
Reposando de sus guerras Alejandro Janeo enfermó
gravemente a causa de sus excesos de bebida y durante tres años le atormentó la
fiebre cuartana. Pensó que podría curarla con una campaña activa, pero se
fatigó excesivamente y falleció mientras sitiaba la fortaleza helenística de
Ragaba, en la Transjordania (76 a. C.). En su lecho de muerte, consciente que
el reino no podría sobrevivir con disputas internas, ordenó a su esposa, la
reina Salomé Alejandra, que buscara la reconciliación con los fariseos y se
aliara con ellos, por cuanto ellos contaban con el apoyo popular.
Alejandro falleció a los 49 años de edad, habiendo
reinado 27 años. Siguiendo los consejos de su esposo, la reina Salomé Alejandra
puso bajo el dominio de los fariseos tanto el cuerpo de Alejandro como en lo
tocante al reino, de modo que aquellos aplacaron su ira contra el rey difunto y
lo encomiaron delante del pueblo. Se celebró un espléndido funeral. Fueron tan
grandes los elogios que hicieron los fariseos, al punto que el pueblo quedó
convencido y lloró a Alejandro como por ningún otro rey anterior a él.
Con este artìculo sobre Alejandro Janneo he comprobado cuanta razòn se tiene de sospechar de ciertos otros artìculos que "informan a medias o en fragmentos dispersos que nada dicen en cuanto a lo verdadero sobre tal personaje. Yo, que solo sabìa el nombre de este rey judìa helenìstico, me topè aquì con toda una diagramaciòn sobre lo que hizo y lo que hicieron con èl sus grandes enemigos. Luego de tenerlo como (digamos hoy) un HITLER COMÙN Y CORRIENTE DE LA HISTORIA DE LOS VERDADEROS JUDÌOS, este autor nos muestra las razones verdaderas (aunque no lo diga) de la brabuconerìa de Janneo y de su bestial comportamiento polìtico. Comportamiento que a la postre fue ponderado con incienso y mirra por los mismos fariseos que tanto padecieron el encono y enemistad del hijo de Juan Hircano. ¿Què podemos pensar de aquellos fariseos ortodoxos que "olvidaron la sangre derramada y la brutalidad con la que tratò al pueblo? Pienso que màs que hipòcritas fueron unos verdaderos comodinos.
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