Las
prostitutas cobraban precios muy diferentes por el mismo acto o por peticiones concretas.
Un precio habitual era alrededor de un cuarto de denario, algo menos del
salario bajo de un obrero por un día completo de trabajo. La prueba la tenemos
en grafitos de Pompeya: «Optata, esclava, es tuya por 2 ases» (CIL 45105)
y «soy tuya por 2 ases» (CIL 45372). Pocas eran las que cobraban menos
que eso, y un insulto habitual hacía referencia a la moneda más pequeña, el quadrans,
un cuarto de as, y consistía en llamar a alguien quadrantaria (puta
barata). Sin embargo, algunas prostitutas consideraban que valían mucho más,
como la anteriormente mencionada Attis, «tuya por un denario», o Drauca,
inmortalizada en una inscripción en la pared del burdel de Pompeya: «En este
lugar Harpocras se gastó un denario por un buen polvo con Drauca» (CIL 42193).
Los precios son en «ases», la décima parte de un denario; lo interesante es que,
incluso cuando los múltiplos de ases forman una cantidad para la cual existe
una moneda concreta, como el sestercio (= 2½ ases) o el denario (= 10 ases),
los precios se establecen casi siempre en ases. Esto se debe a que esa pequeña
moneda era la que se utilizaba habitualmente en la calle; con dos ases podía
comprarse el pan, un vaso de vino decente o un pedazo de queso. La gente
corriente llevaba su dinero repartido en estas monedas, en su múltiplo
(sestercios) y en su divisor (medio as o un cuarto de as). Por tanto, era
natural que las prostitutas pusieran precio a sus servicios en esa moneda. Si
alguien quería derrochar, aparentemente con 8 ases (es decir, aproximadamente
el equivalente a un buen salario por un día de trabajo) podía comprar comida,
una habitación y sexo en un prostíbulo. Naturalmente se exigía el pago por
anticipado. Alrededor de dos o tres ases al día eran suficientes para ir
tirando durante la mayor parte de la época imperial. La paga por día de trabajo
era de entre cinco y diez ases; sin embargo, el trabajo regular para alguien
que no fuera un soldado, el cual disponía de entre dos y tres ases al día para
gastar además del salario inmovilizado para las deducciones obligatorias
(comida, alojamiento, material y ahorro), era algo muy poco habitual. Así pues,
una prostituta que trabajase regularmente, incluso cobrando únicamente dos ases
por servicio, podía ganar veinte o más ases al día, lo cual era mucho más de lo
que ofrecía cualquier trabajo asalariado y el doble de lo que podía recibir un
trabajador bien pagado.
( Robert C. Knapp en "Los olvidados de Roma)
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