miércoles, 1 de julio de 2015

OCTAVIO SE DESPIDE DE SU QUERIDO TÍO-ABUELO CAYO JULIO CÉSAR





Octavio dejó a César ante su puerta y empezó a subir la cuesta hacia la casa de Filipo, más consciente que nunca de su crónica insuficiencia respiratoria cuando se veía obligado a realizar esa clase de esfuerzos. Anochecía y estaba bajando la temperatura. La decoración del día da paso a la de la noche, pensó Octavio cuando el lento y pesado aleteo de los búhos sustituyó el sonido suave del vuelo de los pajarillos. Una enorme nube se elevó por encima del Viminal, teñida de rosa por los últimos rayos de sol.


Noto un cambio en César. Parece cansado, aunque no es un agotamiento físico. Es más bien como si comprendiera que no le agradecerán sus esfuerzos, que las insignificantes criaturas que se arrastran a sus pies le reprocharán con envidia su brillantez, su capacidad para llevar a cabo lo que ellos no tienen esperanzas de hacer. «Como todos los viajes, incluso el último». ¿Por qué se habrá expresado así?

 

Un poco más allá de las antiguas columnas cubiertas de liquen de la Porta Mugonia, la pendiente era aún mayor; Octavio se detuvo a descansar apoyando la espalda contra una de ellas, pensando que la otra parecía un lemur pensativo huido del submundo, con su cuerpo rechoncho y su gorro en forma de champiñón. Se irguió, avanzó un poco más y se detuvo frente al camino que conducía a las Cabezas de Buey, sin duda la peor zona del Palatino.


Yo nací en una casa de ese camino. El padre de mi padre, un hombre conocido por, su tacañería, vivía aún y mi padre no había recibido todavía su herencia. Antes de que pudiéramos trasladarnos, mi padre murió, y mi madre eligió a Filipo. Un hombre de poca importancia para quien los placeres de la carne son lo principal.


César desprecia los placeres de la carne. No a modo de filosofía, como Catón, sino simplemente por parecerle intrascendentes. Para él, el mundo está lleno de cosas que deben arreglarse, cosas que sólo él sabe cómo enmendar. Porque se lo plantea todo incesantemente, reflexiona, analiza, lo descompone todo en sus partes integrantes y luego las une de una manera mejor, más práctica. ¿Cómo es posible que él, el noble más augusto de todos, no se vea condicionado por su origen y pueda ver más allá de eso hasta distancias ilimitadas? César es un hombre ajeno a las clases. Es el único hombre que conozco directa o indirectamente capaz de comprender tanto las situaciones generales como los más nimios detalles. Deseo con toda mi alma ser otro César, pero no tengo una mente como la suya. No soy un genio universal. No sé escribir obras de teatro y poemas, pronunciar brillantes discursos en cualquier momento, construir un puente o una torre de sitio, redactar grandes leyes sin esfuerzo, tocar instrumentos musicales, capitanear de manera impecable a las tropas en una batalla, escribir lúcidos comentarios, empuñar la espada y el escudo para combatir en primera línea, viajar ligero como el viento, dictar a cuatro secretarios a la vez, y todas esas otras hazañas legendarias que él realiza gracias a la amplitud de su mente.

 

Tengo una salud frágil, que puede empeorar; es un hecho que afronto a diario. Pero puedo planificar; tengo intuición para escoger la alternativa correcta; pienso con agilidad, y estoy aprendiendo a sacar el mayor partido a mi escaso talento. Si algo tenemos en común César y yo es la absoluta negativa a rendirnos o abandonar. Y quizás a la larga sea ésta la clave. De alguna manera, seré tan grande como César.


Empezó a ascender por el Clivus Palatinus, una figura menuda que se fundió gradualmente con la oscuridad hasta formar parte de ella. Los gatos del Palatino, buscando ratones o pareja, saltaban de sombra en sombra, y un perro viejo, al que le faltaba media oreja, levantó la pata para orinar en la Porta Mugonia, demasiado sordo para oír a los murciélagos.



( C. McC )



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