miércoles, 15 de julio de 2015

LA ÚLTIMA NOCHE DE CÉSAR CON CLEOPATRA EN VISPERAS DE LOS IDUS DE MARZO



El decimotercer día de marzo César por fin encontró un momento para visitar a Cleopatra, que lo recibió con los brazos abiertos, besos y apasionadas muestras de afecto. Por muy cansado que estuviera César, ese miserable traidor que tenía entre las piernas insistía en obtener una gratificación inmediata, así que se retiraron a la alcoba de Cleopatra e hicieron el amor hasta bien entrada la tarde. Luego Cesarión quiso jugar con su tata, que disfrutaba con el pequeño cada vez más. Su hijo galo, el que había tenido con Rhianon, desapareció sin dejar rastro. También se parecía mucho a él, aunque César lo recordaba como un niño más bien corto de luces, incapaz de retener el nombre de los cincuenta hombres que estaban dentro de su caballo de Troya de juguete. César había encargado otro para Cesarión, comprobando con placer que el niño podía identificar a cada uno de los personajes después de una sola lección. Era un buen augurio, significaba que no era tonto.

 

-Únicamente me preocupa una cosa -dijo Cleopatra mientras cenaban.

-¿Y qué es, mi amor?

-Sigo sin quedarme embarazada.

-Bueno, yo no he podido cruzar el Tíber tantas veces como habría querido -dijo él con tranquilidad-, y parece que no soy de esa clase de hombres que dejan preñadas a sus mujeres en cuanto se quitan la toga.

 

-Pero con Cesarión me quedé embarazada enseguida.

-Bueno, siempre hay accidentes.

-Seguro que es porque Tach'a no está aquí. Podría leer el cuenco de pétalos y decirme los días en los que hay que hacer el amor.

-Haz una ofrenda a Juno Sospita. Su templo está en las afueras del recinto sagrado -dijo
César con naturalidad.

-Ya he hecho ofrendas a Isis y Hathor, pero sospecho que no les gusta estar tan lejos del
Nilo.

-No te preocupes, pronto volverán a casa.

 

Ella se dio la vuelta en el triclinio y lo miró con sus grandes ojos dorados.

Sí, estaba muy cansado, y a veces olvidaba tomar su brebaje dulce. Una vez se había caído y tenido convulsiones en público. Pero, por suerte, Hapd'efan'e estaba delante y le dio el jarabe antes de tener que introducirle el tubo. Cuando se hubo repuesto, César había atribuido su crisis a un calambre muscular, lo que pareció satisfacer a los presentes. Lo bueno de eso fue que se llevó un susto y desde entonces se cuidaba más y Hapd'efan'e estaba más alerta.

 

-Te encuentro cada vez más hermosa -le dijo César mientras le acariciaba el vientre. Pobre pequeña, privada de un hijo sólo porque un romano, el pontífice máximo, no aprobaba el incesto. Susurrando y desperezándose, Cleopatra bajó sus largas pestañas negras y tendió la mano hacia él.

-¿A mí? ¿Con mi gran nariz curva y mi cuerpo escuálido? ¡Incluso a los sesenta, Servilia es más guapa!

-Servilia es una mujer malvada, tenlo por seguro. Alguna vez pensé que era hermosa, pero lo que me mantuvo atrapado en sus redes jamás fue su belleza. Es inteligente, interesante y taimada.

-A mí siempre me ha parecido una buena amiga.

-Eso es porque a ella le conviene, créeme.

Cleopatra se encogió de hombros.

 

-¿Y qué importan sus propósitos? No soy una romana a la que pueda perjudicar, y además tienes razón, es inteligente e interesante. Me salvó de morir de aburrimiento mientras estabas en Hispania. De hecho, a través de ella he conocido a varias mujeres romanas. ¡Cómo esa Clodia! -Cleopatra rió-. Es una vividora, muy buena compañía. Y también me ha presentado a Hortensia, sin duda la mujer más inteligente de por aquí.

-No lo sé. Después de la muerte de Cepio, hará unos veinte años, se vistió de luto y rechazó a todos los pretendientes que se le acercaron. Me sorprende que frecuente a Clodia.

-A lo mejor Hortensia prefiere tener amantes -dijo Cleopatra con recato-. A lo mejor Clodia y ella los eligen juntas entre los jóvenes nadadores desnudos del Trigarium.

-Ninguno de los miembros de la familia de los Claudios se ha preocupado nunca por su reputación. ¿Todavía te visitan Clodia y Hortensia?

-Sí, vienen a menudo. De hecho, las veo más a ellas que a ti.

 

-¿Eso es un reproche?

-No, lo entiendo, pero no por eso tus ausencias son más fáciles de sobrellevar. Aunque desde que has vuelto veo a más hombres romanos. Por ejemplo, a Lucio Piso y Filipo.

-¿Y a Cicerón?

-Él y yo no nos llevamos muy bien -contestó Cleopatra-. Lo que me gustaría saber es cuándo me traerás de visita a algunos de los hombres más famosos de Roma. A hombres como Marco Antonio, por ejemplo. Me muero por conocerlo, pero no contesta a mis invitaciones.

-Con una esposa como Fulvia no creo que se atreva a aceptarlas. Es muy posesiva. -César hizo una mueca.

-Bueno, entonces que no le diga que se dispone a visitarme.

-Tras una pausa, agregó pensativa-: ¿Ya no te veré hasta después de los idus? Esperaba que pudieras venir mañana también.

-Esta noche puedo quedarme a dormir contigo, mi amor, pero debo volver a la ciudad al
amanecer. Tengo demasiado trabajo.

 

-¿Y mañana por la noche?

-No puedo. Lepido da una cena sólo para hombres y no me atrevería a faltar. Allí también tendré que trabajar, pero al menos podré estrechar las manos de unos cuantos a quienes, de lo contrario, no vería. Sería muy grosero de mi parte comunicar a Bruto y Casio cuáles serán sus provincias directamente en el Senado, ante todo el mundo.

-Otros dos hombres famosos que no conozco.

-Ya tienes veinticinco años y eres lo suficientemente adulta para darte cuenta de por qué muchos de los hombres y mujeres más prominentes de Roma eluden tu compañía -dijo César desapasionadamente-. Te llaman la Reina de las Bestias, y te echan la culpa de mi supuesto deseo de convertirme en Rey de Roma. Te consideran una mala influencia.

-¡Qué necedad! -exclamó ella, irguiéndose indignada-. ¡No hay nadie en el mundo capaz de influir en tu manera de pensar!



( C. McC. )


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RECONSTRUCCIONES HISTÓRICAS DE CLEOPATRA:





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