martes, 21 de julio de 2015

CARTA DEL CONSULAR PUBLIO RUTILIO RUFO A LUCIO CORNELIO SILA, DESTINADO EN HISPANIA CITERIOR


Te juro, Lucio Cornelio, que no tengo ningún amigo en el extranjero a quien molestar con una sola línea. Es un placer poder escribirte y prometo mantenerte bien informado de lo que suceda.


Para empezar, te contaré lo de los quaestiones extraordinarios de la más famosa ley promulgada en muchos años, la lex Licinia Mucia. Resultó tan peligrosa e impopular para quienes los formaban hacia finales de verano, que no había nadie vinculado a ellos que no anhelase una excusa para detener las averiguaciones. De pronto, afortunadamente, se encontró milagrosamente un pretexto. Los salassi, los brenos y los rhaeti comenzaron a hacer incursiones en la Galia itálica en la otra orilla del río Padus, causando algún estrago entre el lago Benacus y el valle de los salassi, es decir, la zona central y occidental de la Galia itálica, a la otra orilla del Padus. El Senado declaró inmediatamente el estado de emergencia, derogando el enjuiciamiento de los falsos ciudadanos, y todos los jueces especiales regresaron a Roma, profundamente agradecidos por el respiro. Y, quizá en represalia, votó enviar nada menos que al pobre Craso Orator a la Galia itálica con un ejército para aplastar la sublevación de las tribus o cuando menos expulsarlas de las zonas civilizadas. Lo que Craso Orator hizo con suma eficacia durante una campaña que ha durado menos de dos meses.


Craso Orator llegó hace pocos días a Roma y dejó su ejército en el Campo de Marte, porque dice que sus tropas le habían aclamado como imperator en el campo de batalla y quería celebrar un triunfo. Su primo Quinto Mucio Escévola, que se había quedado en Roma gobernando, recibió la petición del general acampado e inmediatamente convocó una reunión del Senado en el templo de Bellona, ¡Pero no se discutió el triunfo solicitado!


«¡Tonterías! -dijo tajante Escévola-. ¡Tonterías absurdas! ¿Un triunfo por una campaña meona contra unos miles de salvajes desorganizados? ¡No se hará mientras yo ocupe la silla curul de cónsul! Si concedimos un solo triunfo compartido a dos generales del calibre de Cayo Mario y Quinto Lutacio Catulo César, ¿vamos ahora a hacer lo contrario otorgando un triunfo completo a quien no ha conducido una guerra y menos aún ganado una batalla? ¡No! ¡Nada de triunfo! Jefie de lictores, id a decir a Lucio Licinio que conduzca sus tropas a los cuarteles de Capua y que cruce el pomerium con su gruesa humanidad y haga algo útil para variar!»


¡Huy, huy, huy! Yo diría que Escévola se había caído de la cama o que su esposa le había echado de ella, que viene a ser lo mismo. En fin, Craso Orator licenció a sus tropas y cruzó con su gorda figura el pomerium, pero no para ser útil por una vez. Lo único que le movía era el deseo de hablar largo y tendido con su primo Escévola. Pero le echaron con cajas destempladas.


«¡Bobadas!», dijo Escévola inflexible. ¿Sabes, Lucio Cornelio, que hay veces que Escévola me recuerda notablemente al príncipe del Senado Escauro de joven? «Por mucho afecto que te tenga, Lucio Licinio, no pienso aprobar tu casi-triunfo», le replicó Escévola.


El resultado de esta alharaca es que los primos no se dirigen la palabra, lo que hace bastante difícil actualmente la vida en el Senado, dado que los dos comparten el consulado. De todos modos, yo he conocido cónsules que se llevaban mucho peor el uno con el otro. Todo lo arreglará el tiempo. Personalmente, considero que es una lástima que no hubieran dejado de hablarse antes de idear la lex Licinia Mucia.


Y después de contarte estas tonterías, ya no tengo más noticias de Roma. El Foro está muy poco animado estos días.


No obstante, creo que debes saber que en Roma se han sabido grandes cosas de ti. Tito Didio -siempre supe que era un hombre honorable- te menciona en elogiosos términos cada vez que envía un despacho al Senado.


Por consiguiente, yo te sugeriría muy seriamente que consideres el regreso a la ciudad hacia fines del año próximo, a tiempo para presentarte a las elecciones de pretor. Puesto que hace años que murió Metelo Numídico el Meneitos, y que Catulo César, Escipión Nasica y Escauro, príncipe del Senado, están muy ocupados tratando de dar vida a la lex Licinia Mucia a pesar de todos los inconvenientes que ha generado, nadie se interesa mucho por Cayo Mario, ni por las personas y circunstancias vinculadas a él en el pasado. Los electores están predispuestos a votar a hombres competentes, y en este momento parece haber escasez de ellos. Lucio Julio César no ha tenido dificultades para que le eligieran praetor urbanus este año, y el hermanastro de Aurelia, Lucio Cota, es praetor peregrinus. Creo que tu consideración pública es mucho mayor que la de ellos, de verdad. Y no creo que Tito Didio te niegue el permiso, pues le has servido mucho más de lo que un primer legado sirve a su comandante; el otoño que viene hará cuatro años, una buena tarea.


En fin, piénsalo, Lucio Cornelio. He hablado con Cayo Mario y le entusiasma la idea, al igual que -¡lo creas o no!- a nada menos que Marco Emilio Escauro, príncipe del Senado. El nacimiento de un niño que es su vivo retrato ha hecho cambiar bastante al viejo. Aunque no sé por qué llamo viejo a un hombre de mi edad.



( C. McC. )



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