viernes, 17 de julio de 2015

LOS JUDÍOS EN LA ÉPOCA DE VESPASIANO Y TITO


Los judíos, desde siglos antes, eran un pueblo de pronunciado fanatismo religioso, e incluso intolerante, frente a la tolerancia religiosa de los romanos, con lo cual los romanos se encontraron con problemas para someterlos, sobretodo por el fanatismo religioso judío, a pesar de que eran un pueblo bastante individualizado que se mataban entre sí unas tribus con otras, y sus propios gobiernos con mucha frecuencia estaban enfrentados entre sí, que los rabinos rezaban para que reinara la paz entre la comunidad judía. Eso sí: también eran industriosos, buenos artesanos y comerciantes, lo cual suponía una buena fuente de ingresos para Roma.

 

La vida en el seno de una comunidad judía hostil tendía a ser bastante entretenida. Los legionarios acampados en territorio judío que se encontraban en aquel momento entrenando con el pilum podían ser convocados de repente para que acudieran a controlar una multitud, pero el mero uso de las lanzas, incluso si no tienen punta, o un excesivo celo en su lanzamiento podían provocar el envió de una delegación al gobernador romano por parte de lo judíos para protestar por el uso de una "fuerza desproporcionada". Eran conocedores de sus propias leyes, y de las leyes romanas, por lo que en la medida de lo posible traban de marear a los ocupantes romanos con toda clase de artilugios legales, cosa para lo que no estaban capacitados los otros pueblos sometidos del resto del Imperio Romano.   



Cuando se sublevaban, los judíos solían luchar como endemoniados, y por eso los emperadores romanos en principio tendían a tomarse en serio sus sensibilidades y sus costumbres. Por ejemplo, un legionario fue ejecutado por levantar su túnica y enseñarle sus partes a unos judíos, y es que estos eran los únicos súbditos del emperador que no tenían la obligación de hacer sacrificios en su honor como si fuera una divinidad. De hecho, y con afán de mantener una política conciliadora, en el pasado las tropas romanas entraban en Jerusalén de noche o con las insignias en las que se representaba la efigie del emperador ocultas, por prudencia con tal de no ofender el muy sensible fanatismo religioso de los judíos.

 

Pero la paciencia romana tenía un limite. Cualquier acto de violencia cometido contra las caravanas romanas de suministros tenía como respuesta la evacuación y destrucción de la localidad mas cercana y la venta de sus habitantes como esclavos. Por ejemplo, la ley rabínica exigía al marido de una mujer secuestrada por bandidos o terroristas o guerrilleros religiosos el pago del rescate. Pero si esta mujer tiene tan mala suerte de caer en las manos de las autoridades romanas la ley no era aplicable, porque los bandidos respetaran la castidad de la mujer, pero lo mas probable es que los romanos no lo hicieran. Tal era la profundidad de sus costumbres y sus leyes propias.

 

Era probable que los judíos fueran incapaces de apreciar las ventajas de la dominación romana por contar con su propia historia y sus propias tradiciones. Su dogmatismo religioso inspiraba en ellos un afán de resistencia que ocasionalmente traspasaba el limite hacia el terrorismo, y su tendencia a protagonizar revueltas masivas y su fanatismo hacía que muchos romanos se preguntasen si merecía la pena venir a propagar las ventajas de la cultura romana entre estos ingratos. En eso coincidían con muchos judíos, que pensaban que, efectivamente, no hacia ninguna falta que los romanos se tomasen tantas molestias contra un pueblo de fanáticos religiosos tan difícil de subyugar.

 

Cabe decir que aunque la rebelión judía terminara siendo sofocada por el que acabaría convirtiéndose en el emperador Vespasiano, y Jerusalén quedara prácticamente destruida durante el asedio y el saqueo dirigidos por el hijo de Vespasiano, Tito, no es que pueda decirse que esta derrota terminara subyugado del todo al pueblo judío.

 

Su resistencia continuaría y se producía tanto por vías legales como ilegales. Pues los judíos tenían una larga tradición rabínica y eran muchos los que conocían las leyes romanas, además de las propias, tanto actuales como antiguas. Y al ser versados en ese tema de las leyes y sus embrollos, igual las aprovechaban en su favor, o por lo menos confundir a los romanos.  

 


Como resultado, mientras un flujo constante de embajadas acudía hasta el emperador para relatarle ristras de injusticias, reales e inventadas, una guerrilla muy activa y numerosa se dedicaba a hostigar al ejercito romano en las zonas rurales. Y con ello poco a poco se alimentaba otra rebelión a gran escala durante la próxima generación.








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