miércoles, 29 de julio de 2015

LUCIO CORNELIO SILA ESTRENA SU DICTADURA CON PROSCRIPCIONES


 

La primera lista de proscritos constaba de cuarenta senadores y sesenta y cinco caballeros, la encabezaban los nombres de Cayo Norbano y Escipión Asiageno, seguidos por Carbón y el hijo de Mario. Carrinas, Censorino y Bruto Damasipo figuraban también, mientras que no era así con el anciano Bruto. Casi todos los senadores ya habían muerto, pero el propósito fundamental de las listas era informar a los romanos qué propiedades quedaban confiscadas y no mencionaban los que estaban vivos ni los que ya habían muerto. La segunda lista se expuso en los rostra al día siguiente; en ella figuraban doscientos caballeros. Y al otro día se expuso una tercera con otros doscientos quince caballeros. Era evidente que Sila había terminado con el Senado y su objetivo era ahora el ordo equester.

 

Sus leges corneliae, sobre reglamento y aplicaciones en los casos de proscripción fueron exhaustivas. Sin embargo, la mayor parte se promulgaron durante dos días a primeros de diciembre, y en las nonas de aquel mes todo estaba perfectamente fiscalizado por Decula, como había vaticinado Catulo. Se habían tenido en cuenta todas las eventualidades: las propiedades de la familia de todo proscrito pasaban a ser propiedad del Estado sin que pudieran transferirse a nombre de ningún vástago por inocente que fuese; quedaban invalidados los testamentos de los proscritos, y no podían heredar las personas que se citaban en ellos; los proscritos podían legalmente ser asesinados por cualquier hombre o mujer que se cruzara en su camino, fuese hombre o mujer libre, liberto o esclavo; la recompensa por asesinato o apresamiento de un proscrito era de dos talentos de plata, a pagar por el Tesoro con cargo a las propiedades confiscadas, habiendo de figurar este pago en los libros contables públicos; los esclavos quedaban libres como recompensa, los libertos se incorporaban a una de las tribus rurales, y todos los hombres -civiles o militares- que, con posterioridad a la ruptura de la tregua por Escipión Asiageno, hubiesen apoyado a Carbón o al hijo de Mario, eran declarados enemigos públicos; todos los que ofreciesen ayuda o su amistad a un proscrito quedaban despojados e interdictos de cargos curules, y se les prohibía la compra de toda propiedad confiscada o llegar a apoderarse de ella por otros medios; los hijos y nietos de los que ya habían muerto eran castigados en la misma medida que los hijos y nietos de los que aún vivían. La última ley fue promulgada el cinco de diciembre, y estipulaba que todo el proceso de proscripción cesaría el primer día de junio, seis meses después.

 

Así inauguró Sila su dictadura, demostrando que además de ser el amo de Roma era un maestro en el arte del terror y la intimidación. No todos los días que había pasado atormentado por el terrible picor y adormecido por el vino habían sido días en blanco: Sila había planeado todo aquello, pensándolo minuciosamente. Cómo hacerse amo de Roma, cómo actuar una vez lo hubiese conseguido, cómo lograr el condicionamiento mental en todo hombre, mujer y niño que le permitiese hacer lo que era preciso sin oposición y sin protestas. Nada de soldados vigilando las calles, sino mentes en blanco, un miedo que tan sólo dejase una puerta abierta a la esperanza o a la desesperación. Sus adláteres serían personas anodinas, vecinos o amigos de los que se ocultaban o se escabullían. Trataría de crear un ambiente más que una situación real. A las situaciones se las podía hacer frente, pero no a un ambiente: un ambiente podía llegar a hacerse insoportable.

 

Y mientras se debatía en aquellos tremendos ataques de picor, rascándose hasta hacer sangrar aquel rostro de viejo, feo y frustrado, pensaba en el más sublime de los juguetes: Roma. Con sus hombres y mujeres, perros y gatos, esclavos y libertos, populacho, caballeros y nobles. Todo su resentimiento, todo su rencor se acentuaba e iba cobrando minuciosa forma en medio del dolor. Dar forma a la venganza constituía su único paliativo.

 

Había llegado el dictador y cogía entre sus codiciosas manos el nuevo juguete.

( C. McC. )

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