La clave del riquísimo aristocrata Publio Clodio para
convertirse en Rey de Roma se hallaba en su grandiosa estrategia. No les daba coba
a aquellos hombres de negocios, que eran poderosos plutócratas, sino que los
intimidaba. Y para ello empleó a un sector de la sociedad romana que todos los
demás hombres ignoraban y consideraban totalmente carente de valor: los proletarii,
el proletariado, que eran los ciudadanos romanos de categoría inferior. Sin
dinero, sin votos dignos de tablillas donde escribirlos, sin influencia en los
poderosos, sin otra razón para existir más que darle hijos a Roma y enrolarlos
como soldados rasos en las legiones romanas. Incluso este último derecho era
relativamente reciente, porque hasta que Cayo Mario abrió los ejércitos a los
hombres que no tenían propiedades, las legiones de Roma habían estado formadas
solamente por hombres adinerados. El proletariado no era gente de política. Ni
mucho menos. Con tal de tener la barriga llena y de que se les ofreciera
entretenimiento gratis en los juegos, no tenían interés alguno en las
maquinaciones políticas de las clases superiores.
Clodio no tenía intención de introducirlos en la
política. Los necesitaba porque eran muchos, sólo por eso, y no formaba parte
de sus propósitos llenarles la cabeza con ideas acerca de su propia valía, ni
llamar su atención hacia el poder que, sólo por el hecho de ser tan numerosos,
tenían en potencia. Simplemente eran protegidos de Clodio y, como tales, le
debían lealtad al patrón que obtenía enormes beneficios para ellos: una entrega
de grano gratis una vez al mes, completa libertad para reunirse en sus
hermandades, colegios o clubes y un poco de dinero extra una vez al año más o
menos. Con la ayuda del otro adinerado aristocrata Décimo Bruto y algunas otras
lumbreras menores que formaban parte del grupo de sus partidarios, Clodio logró
organizar a los miles y miles de hombres de condición humilde que frecuentaban
los colegios de encrucijada que tanto abundaban en Roma.
En cualquier
ocasión en que Clodio decidía que aparecieran bandas en el Foro y en las calles
adyacentes, no necesitaba más que un millar de hombres como mucho. Y gracias a
Décimo Bruto disponía de un sistema de listas y una serie de libros que le
permitían repartir la carga y los honorarios de quinientos sestercios que se
pagaban por una salida entre la totalidad de los hombres de condición humilde
de los colegios de encrucijada. Pasarían meses antes de que cualquier hombre
fuera llamado de nuevo para provocar disturbios en el Foro e intimidar a la
influenciable plebe. Y de ese modo los rostros de los hombres que integraban
las bandas permanecían siempre en el anonimato, pero era Clodio la mano que
estaba detrás de los disturbios callejeros que asolaban Roma por aquellos días
y la tenían sumida en el terror y la anarquía.
Los cónsules no le hacían falta a Publio Clodio para
su revolución y su propósito de convertirse en Rey de Roma.Lo único que
necesitaba eran diez tribunos de la plebe año tras año. Con diez tribunos de la
plebe que hagan lo que Clodio les ordenara, los cónsules no valerian ni lo que
vale un haba para un pitagórico. Y los pretores simplemente serían jueces en
sus propios tribunales; y no tendrían en absoluto poderes legislativos.
El Senado y la primera clase se creían los dueños de
Roma. Pero para el demágogo Publio Clodio cualquiera puede ser dueño de Roma
sólo con saber encontrar la manera de conseguirlo. Sila fue el dueño de Roma, y
Clodio también aspiraba a serlo. Consideraba que con los esclavos manumitidos
distribuidos entre las treinta y cinco tribus y los diez sumisos tribunos de la
plebe, serían ellos los que elijan; porque Clodio estaba dispuesto a no permitir
que las elecciones se celebraran mientras los patanes del campo estuvieran en
Roma para asistir a los juegos.
¿Por qué Clodio
suponia que Sila estableció que el mes quinctilis, durante los juegos, fuera el momento de las
elecciones?. Él necesitaba a las tribus rurales, lo cual quiere decir a la
primera clase, para controlar a la asamblea plebeya y a los tribunos de la
plebe. De ese modo, todo aquel que tenga influencia puede comprar a uno o dos
tribunos de la plebe. Y a su modo, Clodio creía poder conseguir ser el dueño de
los diez, y el siguiente paso ya sería sentar las bases para allanarle el
camino que le convertiría en el nuevo Rey de Roma.
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