sábado, 4 de julio de 2015

CAYO JULIO CÉSAR CONOCE A UN JOVENCÍSIMO MARCO VIPSANIO AGRIPA




Conocer a Agripa fue una revelación. A César le pareció uno de los jóvenes más impresionantes que había conocido. Si hubiera sido más feo, se habría parecido mucho a Quinto Sertorio, pero su buena presencia lo elevaba a otra categoría. Si hubiera asistido a una de las grandes escuelas romanas para los hijos de los caballeros, sin duda habría acabado siendo prefecto.


 Era la clase de joven de quien siempre cabía esperar el mayor esfuerzo: muy fiable, sin miedo, atlético y en extremo inteligente. Un inquebrantable. Era una lástima que no hubiera recibido una educación mejor. En cuanto a su sangre, era muy mediocre. 


Estas dos circunstancias retrasarían cualquier esperanza de carrera pública en Roma. Ésa era una de las razones por las que César estaba decidido a cambiar la estructura social lo suficiente para permitir el ascenso de hombres tan capacitados como aparentaba ser Agripa a sus diecisiete años. 


Ya que él no era un prodigio como Cicerón, ni poseía la crueldad de un Cayo Mario --dos hombres nuevos que habían conseguido elevarse por encima de su condición-, lo que necesitaba Agripa era un protector, y César asumiría la responsabilidad. Su sobrino nieto tenía buen ojo para elegir hombres aptos, lo cual era un alivio.



No hay comentarios:

Publicar un comentario