La sed de un calenturiento es muy distinta de la de un hombre sano. Este,
en cuanto ha bebido, está satisfecho por haber aplacado su deseo; pero aquel,
tras un breve momento de bienestar, padece mareos, se le agria lo que ha
bebido, tiene vómitos dolorosos y le vuelve la sed aún más abrasadora. Pues
bien: otro tanto le ocurre al que posee riquezas, honores o una mujer hermosa
con excesivo frenesí. La sed de este desdichado es la sed del calenturiento, de
la que nacen los celos, los temores, las malas palabras, los deseos impuros y
los actos obscenos.
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