martes, 23 de diciembre de 2014

CORNELIA, MADRE DE LOS GRACOS



 

¿Y quién era aquella Cornelia, madre de los Gracos? Todo lo que una noble romana debía ser, desde el nacimiento hasta la tumba. Esa era.



La hija menor de Escipión el Africano, implacable perseguidor de Aníbal y conquistador de Cartago, se había desposado con el noble Tiberio Sempronio Graco a los diecinueve años, cuando él contaba cuarenta y cinco; su madre, Emilia Paula, era hermana del gran Emilio Paulo, con lo que Cornelia, madre de los Gracos, era doblemente patricia.



Su conducta como esposa de Tiberio Sempronio Graco había sido irreprochable, y en los casi veinte años de matrimonio le dio -incansable- doce hijos. Cayo Julio César probablemente habría sostenido que por la constante endogamia de dos familias muy antiguas -los Cornelios y los Emilios- los hijos fueron enfermizos, porque de eso no había duda. Pero ella, infatigable, persistió y crió a sus hijos con meticulosos cuidados y gran cariño y consiguió que tres de ellos crecieran saludables. El primero que llegó a hacerse mayor fue una hija, Sempronia; el segundo, un varón que heredó el nombre del padre, Tiberio, y el tercero fue otro varón llamado Cayo Sempronio Graco.

 

De exquisita formación y digna hija de su padre, que adoraba todo lo griego como el máximo exponente de la cultura, ella misma fue la maestra de sus tres hijos (y de los que de los otros nueve vivieron lo suficiente para recibir enseñanza), vigilando todas las facetas de su formación. Al morir su esposo, quedó con Sempronia, de quince años, Tiberio Graco, de doce, el pequeño Cayo Graco, de dos años, y algunos de los nueve que no sobrepasaron la niñez.



Los pretendientes a la viuda eran legión, pues había dado pruebas de fertilidad con asombrosa regularidad y aún estaba en edad de concebir; era, además, hija del Africano, sobrina de Paulo y viuda de Tiberio Sempronio Graco. Y estaba muy sana.

 

Entre los pretendientes estaba nada menos que el rey Tolomeo Evergetes, Gran Vientre, en aquel entonces rey de Cirenaica y posteriormente de Egipto, que viajaba a menudo a Roma en los años entre su destronamiento en Egipto y su reinstauración nueve años después de la muerte de Tiberio Sempronio Graco. Por entonces no hacía más que castigar con sus quejas los cansados oídos del Senado, conspirar y sobornar para lograr recuperar el trono perdido.



Al morir Tiberio Sempronio Graco, el rey Tolomeo Evergetes tenía ocho años menos que Cornelia, madre de los Gracos, que contaba treinta y seis años, y era mucho más esbelto por la zona ventral que en años posteriores, cuando el primo carnal y yerno de Cornelia, Escipión Emiliano, alardeó de haber expulsado al horrible y obeso rey de Egipto, indecentemente vestido. El monarca insistía y suspiraba por su mano con la misma insistencia que por el trono de Egipto, pero con poco éxito. Cornelia, la madre de los Gracos, no era para un simple rey extranjero, por muy rico y poderoso que fuese.



De hecho, Cornelia, madre de los Gracos, había decidido que una auténtica noble romana, casada con un noble romano durante casi veinte años, no tenía por qué volver a casarse. Y así, todos los pretendientes se vieron rechazados con suma cortesía y la viuda se esforzó en su soledad por educar a sus hijos.



Cuando Tiberio Graco fue asesinado, siendo tribuno de la plebe, ella siguió con la frente muy alta, manteniéndose muy por encima de las insinuaciones de la implicación de su primo carnal Escipión Emiliano en el asesinato, y también totalmente al margen de la incompatibilidad conyugal existente entre su hija Sempronia y su esposo Escipión Emiliano. Luego, cuando hallaron muerto misteriosamente a Escipión Emiliano y se rumoreó que a él también le habían asesinado -nada menos que su esposa, o su hija-, Cornelia supo mantenerse perfectamente distanciada. Al fin y al cabo tenía un hijo que cuidar y preparar para su floreciente carrera pública: su querido Cayo Graco.



Cayo Graco murió violentamente cuando su madre iba a cumplir setenta años, y todos pensaron que, finalmente, aquel duro golpe sería el fin de Cornelia, madre de los Gracos. Pero no; ella siguió viviendo con la frente muy alta, viuda, sin sus espléndidos hijos y con el único retoño que le quedaba: la amargada y estéril Sempronia.

 

-Tengo que criar a mi pequeña Sempronia -decía, refiriéndose a la hija de Cayo Graco, un bebé.



Lo que hizo fue marcharse de Roma, aunque no dejara la vida social. Se retiró a su enorme villa de Miseno, a semejanza de ella, una muestra sin igual del buen gusto, refinamiento y esplendor que Roma podía ofrecer al mundo. Allí recopiló sus cartas y ensayos y amablemente consintió en que el anciano Sosio de Argileto hiciera una edición, después de que sus amistades le suplicaran que no las dejara desconocidas para la posteridad. Igual que su autora, aquellos escritos rebosaban gracia, encanto e inteligencia, pese a ser solemnes y profundos. Y en Miseno se incrementaron, pues en Cornelia, madre de los Gracos, la edad no mermó la inteligencia, erudición e interés por las cosas.





La muerte de Cornelia, madre de los Gracos, sobrevino de forma tan repentina que toda Roma se congratuló, pues era bien cierto que los dioses habían amado, y puesto duramente a prueba, a Cornelia, madre de los Gracos. Por ser una Cornelia, fue inhumada en lugar de incinerada. Sólo la gens de los Cornelios, entre las grandes familias romanas, conservaban el cadáver intacto. 

CORNELIA, MADRE DE LOS GRACOS. PINTURA DE NOËL HALLÉ

Su mausoleo fue una espléndida tumba en la Via Latina, que siempre tuvo flores recién cortadas, y que con el paso de los años fue santuario y altar, aunque nunca se reconociera oficialmente el culto. Toda mujer romana que aspiraba a las virtudes atribuidas a Cornelia, madre de los Gracos, rezaba y dejaba flores en la tumba. Se había convertido en una diosa, pero de una modalidad nueva; un ejemplo de indomable espíritu ante la adversidad.



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