martes, 30 de diciembre de 2014

TRAS DOS AÑOS DE CAMPAÑA MILITAR, SILA SE REENCUENTRA CON CECILIA METELA DALMÁTICA




Quizá redundase en beneficio de otras regiones de Italia que la familia de Sila llegase a Roma en aquellos momentos y le hiciera recobrar una especie de normalidad de la que carecía, aunque no la hubiese echado de menos. Para empezar, no sabía que al ver a Dalmática se llevaría tal impresión; las piernas le fallaron, y tuvo que sentarse.


Hermosísima -algo que él no ignoraba-, con sus grandes ojos grises y la tez oscura como el cabello; y aquella mirada amorosa que nunca se apagaba ni modificaba por viejo y feo que se fuera haciendo él. Y allí estaba, sentada en su regazo, echándole los brazos al escuálido cuello, apretando los pechos contra su cara, acariciándole la costrosa cabeza y besándosela como si fuese la magnífica testa de pelo rubio-rojizo de antaño. Y la peluca, ¿dónde estaba? Pero ella ya le alzaba el rostro y sintió aquellos dulces labios sobre los suyos yertos hasta recobrar la lozanía... Recobraba las fuerzas, y se levantó alzándola al mismo tiempo en sus brazos, y con ella se fue triunfante a la habitación. Tal vez, después de todo, sea capaz de amar, pensó, hundiéndose en sus brazos.


-¡Cómo te he echado de menos! -exclamó.

-Cómo te quiero -respondió ella.

-Dos años... Han pasado dos años.

-Que han sido como dos mil.


Una vez consumido el fervor de aquel primer encuentro, volvió a su papel de esposa y le miró
complacida.

-¡Tu piel está mucho mejor!

-Morsimo me envió el ungüento.

-Ya no te pica.

-Ya no me pica.


( C. McC.)



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