Cayo Papirio Carbón (en latín, Caius Papirius Carbo)
(164 a. C.-119 a. C.) fue un político y orador de la República de Roma, hijo
del pretor del mismo nombre Caius Papirius Carbo.
Perteneciente a la rama plebeya de la gens Papiria
fue seguidor de Cayo Sempronio Graco. En el desarrollo de la reforma
agraria iniciada por Tiberio Sempronio Graco, formó parte de la comisión
agraria triunviral (triumvir agrorum dividendorum) encargada de la aplicación
de la ley de reparto de tierras.
Fue elegido tribuno de la plebe en 131 a. C., periodo
en el que impuso dos leyes: una sobre la posibilidad de que los tribunos fueron
reelegidos indefinidamente y una lex tabellaria, que establecía la votación
secreta para la aprobación o derogación de las leyes en los Comicios
centuriados. Durante su tribunado continuó ocupando el cargo de triumvir
agrorum dividendorum.
La dificultad del reparto de tierras según la ley
agraria de Sempronio, provocaba constantes conflictos. Un día, cuando el
enemigo de los Graco, Publio Cornelio Escipión Emiliano murió de manera
repentina en 129 a. C., Papirio fue calificado de sospechoso de esa muerte.
Después de su tribunado, Carbón siguió actuando como
amigo de los Gracos hasta la muerte de Cayo Graco en 121 a. C. en manos de Lucio
Opimio, el cónsul de ese año, que hizo matar a numerosos amigos de los
Graco.
Carbón obtuvo el consulado en 120 a. C., y desde su
puesto defendió con éxito a Lucio Opimio, pasándose de hecho al bando de
los optimates. Incluso llegó a justificar el asesinato de Cayo, diciendo que
fue una muerte justa.
A pesar de sus últimas actuaciones, los optimates no
confiaban en él, por considerarle implicado en la muerte de Escipión y
esperaban el momento oportuno para la venganza.
De esta forma, tras su mandato, en el año 119 a. C.
fue imputado por el joven orador Lucio Licinio Craso por un cargo
similar al que él había defendido anteriormente, y viendo su causa perdida, se
vio forzado al suicidio. Valerio Máximo dice que fue enviado al exilio.
Carbón era un hombre de grandes talentos, y sus dotes
de orador son mencionadas por Cicerón con grandes elogios.
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