Cayo Fabricio Luscino (en latín, Gaius Fabricius
Luscinus) fue un político y militar de la República romana, supuestamente el
primero de la gens Fabricii en trasladarse a la ciudad de Roma, siendo su
familia originaria de Alatri. El cognomen Luscino se traduce por tuerto.
Él es mencionado por primera vez en el año 285 a. C.
ó 284 a. C., cuando fue enviado como embajador a Tarento, para disuadir a los
tarentinos de hacer la guerra contra Roma, pero fue detenido por ellos,
mientras enviaban embajadas a los etruscos, umbros, y a los galos, con el
propósito de formar una gran coalición contra Roma. Debe, sin embargo, haber
sido puesto en libertad poco después, porque fue cónsul en 282 a. C. con Q.
Emilio Papo.
En su consulado, tenía que hacer la guerra en el sur
de Italia contra los samnitas, lucanos y brucios. Marchó primero en alivio de
la ciudad de Turios, a la que lucanos y brucios habían sitiado, bajo el mando
de Estatilio. Los romanos obtuvieron una gran victoria, la ciudad de
Turios fue liberada, y sus habitantes agradecidos erigieron una estatua del
cónsul victorioso. Fabricio continuó con su éxito mediante la obtención de
diversas otras victorias contra los lucanos, brutios y samnitas, tomando varias
de sus ciudades, y obtuvo tan gran botín, que, después de dar una gran parte de
éste a sus soldados, y devolver a los ciudadanos el tributo que habían pagado
el año anterior, llevó a la tesorería después de su triunfo más de 400
talentos.
Tras la derrota de los romanos a manos del rey Pirro
de Epiro en la batalla de Heraclea, Fabricio negoció la paz con Pirro, y
posiblemente el rescate e intercambio de prisioneros. Plutarco comenta
que Pirro quedó impresionado por la imposibilidad de sobornar a Fabricio, y que
devolvió a los prisioneros sin necesidad del pago de ningún rescate. La guerra
fue renovada en el año siguiente, 279 a. C., cuando Fabricio sirvió de nuevo
como legado, y compartió la derrota de la batalla de Asculum, en la cual se
dice que recibió una herida.
Al año siguiento, 278 a. C., fue elegido cónsul por
segunda vez con Quinto Emilio Papo. Pirro, cuyas victorias habían sido
adquiridas a gran precio, no estaba dispuesto a arriesgarse a otra batalla
contra los romanos, especialmente bajo el mando de Fabricio, y los romanos
tampoco, pues estaban ansiosos por recuperar su dominio sobre sus aliados, que
se habían rebelado, por lo que se esperaba una conclusión de la guerra. La
generosidad con que Fabricio y su colega enviaron al rey al traidor que había
ofrecido envenenarlo, se ofrece como justo pretexto para la apertura de una
negociación, y tan oportunamente se produce este evento, que Barthold Georg
Niebuhr conjetura que era un plan preconcebido. Cineas fue enviado a
Roma, llegó a la conclusión de una tregua, y Pirro embarcó hacia Sicilia,
dejando a sus aliados italianos expuestos a la venganza de los romanos.
Fabricio empleó el resto del año en la reducción del
sur de Italia, y en su regreso a Roma celebró un triunfo de sus victorias sobre
los lucanos, brutios, tarentinos, y samnitas. Se esforzó para obtener la
elección de P. Cornelio Rufino al consulado para el año siguiente, en
razón de sus capacidades militares, aunque era un hombre avaro.
Se indica en los fastos que Fabricio fue cónsul
suffectus en el año 273 a. C., pero esto parece ser un error, derivada de la
confusión de su nombre con el de C. Fabio Licinio. Fue censor, en 275 a. C.,
con Quinto Emilio Papo, su antiguo colega en el consulado, y se distinguió por
la severidad con la que trató de reprimir el creciente gusto por el lujo. La
censura es particularmente célebre por la expulsión del Senado de Publio
Cornelio Rufino, mencionado anteriormente, a causa de su posesión de diez
libras de plata.
Fabricio murió tan pobre como había vivido; no dejó
dote a sus hijas, que el Senado, sin embargo, arregló, y con el fin de honrar
su memoria, el estado le enterrado en el Pomaerium, aunque esto estaba
prohibido por una ley de las Doce Tablas.
Los relatos que hay sobre Fabricio se atienen al
estándar de austeridad e incorruptibilidad, similares a los de Curio Dentato,
motivo por el que Cicerón a menudo les cita conjuntamente.
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