Después de haber arengado a la Décima Legión, se dirigió al
ala derecha, donde había visto que sus soldados estaban acorralados y que los
de la legión XII, apiñados alrededor de las enseñas que habían reunido en un
solo punto, se molestaban unos a otros para combatir; que todos los centuriones
de la cuarta cohorte y su portaestandarte ( signifer ) habían sido muertos, el estandarte perdido y
casi todos los centuriones de las demás cohortes, entre ellos el primipilio P.
Sextio Báculo, hombre de gran valor, que con tantas y tan graves heridas, no se
podía sostener de pie; que otros se mostraban remisos y algunos, abandonados
por los de la retaguardia, dejaban el combate y huían de los dardos; que los
enemigos, subiendo de frente desde abajo, no aflojaban, sino que atacaban por
los dos flancos, mientras la situación se volvía crítica y ya no podía recibir
ningún refuerzo. Entonces, cogió el escudo de un soldado de las últimas filas,
pues había ido hasta allí sin el suyo, avanzó hasta la primera línea, llamó a
todos los centuriones por su propio nombre, dirigió unas palabras a los
combatientes y dio orden de llevar las enseñas hacia delante y ensanchar las
filas, para que pudieran servirse mejor de la espadas. Como con su llegada los
soldados se llenaron de esperanza y de nuevos bríos, y como cada uno por su
lado deseaba mostrarse ardiente, en presencia del general, incluso en los
momentos de mayor peligro, pudo contenerse un poco la embestida del enemigo.
( César en "La Guerra de las Galias" )
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