Cesón Fabio Vibulano (en latín, Kaeso
Fabius K. f. Vibulanus; f. 477 a. C.) fue tres veces cónsul de la República
romana.
Cesón Fabio, hermano del también cónsul en 485 a. C., fue cuestor parricidii en
este año, y junto con su colega Lucio Valerio acusó a Espurio Casio Viscelino,
quien fue condenado a muerte por los votos del pueblo. Aunque el nombre de los
Fabios se había hecho odioso para los plebeyos a consecuencia de que Quinto
Fabio Vibulano, que fue cónsul ese año, había privado a los soldados del botín
que habían obtenido en la guerra, los patricios, sin embargo, eligieron a Cesón
Fabio, que fue cónsul en el año siguiente, 484 a. C., con Lucio Emilio Mamerco.
Cesón participó activamente junto con su
colega en la oposición a la ley agraria, que los tribunos de la plebe trataron
de llevar adelante. Según Dionisio, Cesón fue en ayuda de su colega, que había
sido derrotado por los volscos, mientras Tito Livio, no menciona para nada a
Cesón, y considera que Mamerco fue el vencedor de los volscos.
En 481 a. C. Cesón Fabio fue cónsul por
segunda vez junto con Espurio Furio Medulino Fuso. Al comienzo de su consulado,
se opuso a los intentos del tribuno Espurio Icilius (o Licinio), quien se
esforzaba en llevar a cabo una ley agraria que impedía el reclutamiento de
tropas para luchar contra veyenses y ecuos, que habían tomado las armas e
invadían territorio romano.
A la maniobra de bloqueo de Icilius se opusieron sus propios colegas y, por lo
tanto, las tropas fueron enroladas y marcharon contra los veyenses. Fabio
dirigió la guerra con éxito y puso en fuga al enemigo solamente usando su
caballería; sin embargo, cuando mandó a la infantería contra el derrotado
ejército veyense, ésta se negó a obedecer sus órdenes, a causa de su oposición
a la ley agraria y regresó a su campamento que poco después abandonó, ante el
asombro del enemigo.
En el año siguiente, 480 a. C., luchó una
vez más contra los veyenses, bajo las órdenes de su hermano Marco, quien era
entonces cónsul, y su colega Cneo Manlio Cincinato. Los soldados estaban
todavía poco dispuestos a obedecer las órdenes de un Fabio, pero lo peligroso
de su situación los llevó a recapacitar.
Ese día, los Fabios fueron un ejemplo para todo el ejército. Quinto, el hermano
mayor, que había sido cónsul dos años antes, cayó en el punto más álgido de la
lucha, pero sus hermanos Cesón y el cónsul Marco corrieron rápidamente al
frente y gracias a su heroica bravura le transmitieron gran valor a sus
soldados, por lo que el enemigo debió retirarse apresuradamente.
La valentía mostrada por los Fabios en esta batalla ganó el corazón de los
soldados y, aún más, obtuvieron su amor por la atención que le dedicaron a los
heridos, quienes fueron repartidos entre las viviendas de los patricios,
mientras su propia casa recibió el mayor número de heridos.
Los Fabios habían sido hasta entonces los campeones de los patricios, pero
ahora decidieron abrazar la causa de los plebeyos y luchar por los derechos que
tanto tiempo habían resistido a entregarles. Las verdaderas razones de su
cambio son imposibles de determinar, con la deficiente información que ha
llegado hasta nosotros.
En 479 a. C. Céson fue cónsul por tercera
vez, esta vez, junto con Tito Verginio Tricosto Rútilo. Tan pronto como inició
su consulado, exhortó a los patricios a dividir la tierra conquistada entre los
plebeyos, antes de que cualquier tribuno presentara una ley en esta materia.
Pero, por muy poderosos que fueran los Fabios, no podían inducir al resto de
los patricios a escuchar sus propuestas; por el contrario, se les consideró
traidores a su clase.
Por otro lado, tenía gran arrastre entre los plebeyos, quienes acudieron en su
ayuda cuando marchó contra los ecuos y sirvieron bajo su mando con el mayor
celo. Los ecuos se retiraron ante Cesón y se refugiaron en sus ciudades; y
este, después de devastar el territorio ecuo, volvió justo a tiempo para salvar
al ejército de su colega, que estaba rodeado por los veyenses y en un gran
peligro. Después de la campaña, Cesón renovó sus propuestas de conciliación;
sin embargo, como todavía se le rechazaba con desprecio, él y su casa
resolvieron abandonar Roma, donde eran considerados apóstatas de su propia clase
patricia.
Los Fabios encontraron la solución a orillas del Crémera, un pequeño arroyo que
se une con el río Tiber pocos kilómetros aguas arriba de Roma. Según la
leyenda, el cónsul Cesón se presentó ante el Senado y dijo que los Fabios
estaban dispuestos a continuar la guerra contra los veyenses, solos y por su
cuenta y costo. Su oferta fue aceptada, con gran alegría de los patricios, al
ver que se exponían voluntariamente a tales peligros.
La salida de los Fabios de la ciudad es célebre en la historia romana. Un día
después de que Cesón presentó la propuesta al Senado, 306 Fabios, todos los
patricios de la gens, se reunieron en el Quirinal, en la casa de Cesón, y desde
allí marcharon con el cónsul en cabeza a través de la puerta Carmental. Se
procedió a ir directamente a las orillas del Crémera, donde erigieron una
fortaleza. Tito Livio y otros historiadores hablan de los 306 patricios Fabios
que fueron solos a Crémera, pero es más probable que hayan ido acompañados de
sus esposas, niños, esclavos y clientes. Estos últimos fueron, sin duda, muy
numerosos. Dionisio dice que los Fabios con los familiares a su cargo ascendían
a 4.000 personas. Parece casi evidente que los Fabios intentaban convertir la
fortaleza de Crémera en una poderosa ciudad latina, en las fronteras del
territorio etrusco y que no debe ser considerada como una mera ocupación de una
guardia de avanzada, con el fin de asolar el país.
Tan pronto como los Fabios habían
fortificado su asentamiento en Crémera, comenzaron sus incursiones al territorio
veyense. Los de Veyes reunieron un poderoso ejército de todos los Estados
etruscos y sitiaron la fortaleza, pero los romanos enviaron un ejército a su
socorro bajo el mando del cónsul Lucio Emilio Mamerco, que derrotó a los
etruscos, en 478 a. C. Posteriormente se llegó a negociar una tregua por un
año, pero en su vencimiento los etruscos tomaron nuevamente las armas y los
Fabios fueron destruidos en el año del consulado de Cayo Horacio Pulvilo y Tito
Menenio Lanato (477 a. C.).
La muerte de los Fabios es muy comentada
por los historiadores latinos. Según la tradición que se conserva, pero
rechazada por Dionisio, los Fabios salieron de la fortaleza de Crémera en un
día determinado, a fin de ofrecer un sacrificio en su santuario en el Quirinal,
en Roma.
Al confiar en la santidad de su misión, fueron sin armas, pero en el camino
fueron atacados por un gran ejército etrusco que había sido colocado en
posición de emboscada y perecieron por los dardos del enemigo, pues pese a no
portar armas, ninguno de los etruscos se atrevió a acercarse a los héroes.
Según otra tradición, los Fabios, quienes en repetidas ocasiones habían
obtenido victorias en campo abierto, fueron atraídos a conseguir algunas
cabezas de ganado, que fueron deliberadamente soltadas bajo una débil escolta
en las montañas y cayeron en una emboscada. Aunque dispersos cuando el enemigo
cayó sobre ellos, los Fabios ofrecieron una heroica resistencia y sólo cayeron
después de una larga lucha abrumados por la superioridad numérica.
De cualquier manera que los Fabios puedan haber perecido, parece evidente que
se podrían haber salvado, porque el cónsul Tito Menenio Lanato fue en su ayuda
con un ejército y fue condenado en el año siguiente como uno de los culpables
de la catástrofe.
Ovidio señala que los Fabios perecieron en los Idos de febrero; pero Niebuhr
supone que Ovidio confunde el día de la partida de los Fabios con el de su
destrucción. Es consignado por unanimidad por los historiadores clásicos que
todos los Fabios perecieron en Crémera con la excepción de una persona, el hijo
de Marco Fabio Vibulano, llamado Quinto Fabio Vibulano, de quien más tarde,
todos los miembros de la gens serán descendientes.
Refieren que se quedó en Roma a causa de su juventud, pero esto no podría haber
sido la razón, si es correcta la suposición de que los Fabios emigraron de la
ciudad con todas sus familias, y que además es refutada por el hecho de que
este Fabio fue cónsul diez años después. Del hecho de ser elevado a cónsul, y
de la oposición que ejerció en su consulado a la acción de los tribunos, es
probable, como supone Niebuhr, que él mantenía opiniones divergentes con su
gens, y se negó a salir de Roma con ellos.
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