Los
romanos construyeron numerosos acueductos (latín aquaeductūs, sing.
aquaeductus) para proporcionar agua a las ciudades y lugares industriales en su
imperio. Estos acueductos estaban entre los mayores logros de ingeniería del
mundo antiguo y establecieron un estándar no igualado durante más de mil años
tras la caída de Roma. Hoy en día muchas ciudades mantienen y usan los antiguos
acueductos aunque los canales abiertos han sido, normalmente, reemplazados por
tuberías. Fue posible gracias a la abundancia de mano de obra esclava.
La
misma ciudad de Roma, por ser la ciudad más grande, tenía la mayor
concentración de acueductos, con agua proporcionada por once acueductos
construidos a lo largo de un período de quinientos años. Los estudiosos han
llegado a predecir el tamaño de la ciudad por su abastecimiento de agua.
Proporcionaban
agua potable, numerosos baños y fuentes en la ciudad y, finalmente, se vaciaban
en serrerías, donde desempeñaban su última función, la de remover los
desperdicios. Los métodos para la construcción fueron bien descritos por
Vitruvio en su obra De Architectura, escrita en el siglo I a. C. Su libro fue de
gran ayuda para Frontino, un general que fue nombrado, a finales del siglo I,
para administrar los muchos acueductos de Roma. Descubrió una clara diferencia
entre la toma de agua y la suministrada, que era causada por las tuberías
ilegales insertadas en los canales para distraer el agua; dio cuenta al
emperador Nerva, en su obra De aquae ductu Urbis Romae (que recoge a los nueve
acueductos existentes por aquel entonces) de finales del siglo I, de sus
esfuerzos para mejorar y regular el sistema.
Un
acueducto arrancaba en un sistema de captación del agua. El agua pasaba, de
forma controlada, a la conducción desde un depósito de cabecera (caput aquae).
La construcción de un acueducto exigía el estudio minucioso del terreno que
permitiría escoger el trazado más económico para permitir una pendiente suave y
sostenida, sin alargar demasiado el recorrido de la obra. Se usaban canales
abiertos (riui) siempre que resultaba posible y únicamente en contadas
ocasiones se recurría a la conducción bajo presión.
El
canal se acomodaba al terreno por distintos procedimientos. Cuando era posible,
transcurría sobre el suelo apoyado en un muro (substructio) en el que se
practicaban alcantarillas para facilitar el tránsito normal de las aguas de
superficie. Si el terreno se elevaba, el canal quedaba enterrado (riuus
subterraneus) y formaba una galería subterránea (specus) excavada directamente
en la roca o construida dentro de una zanja. Cuando había que vencer una fuerte
depresión, se recurría a la construcción de complicados sistemas de arcos
(arcuationes) que sostenían el canal y lo mantenían al nivel adecuado.
En
todo caso, siempre que el agua se destinaba al consumo humano, el canal estaba
cubierto por bóvedas, falsas bóvedas, placas de piedra o tégulas.
Según
Isabel Rodà, catedrática de Arqueología de la Universidad Autónoma de
Barcelona, se construyeron 507 kilómetros de acueductos, de los cuales 434 km
eran subterráneos, 15 km de superficie y solo 59 km, es decir, el 12 %,
discurría por arquerías.
En
las fotografías os muestro una mayoría de acueductos romanos en España.
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