domingo, 22 de julio de 2018

EDWARD GIBBON DICE SOBRE EL CRISTIANISMO EN EL IMPERIO ROMANO



 

¿Mas cómo podemos perdonar la indiferente negligencia del mundo pagano y filosófico, pese a lo que le fue mostrado, no a su entendimiento, sino a sus sentidos? Durante la época de Cristo y sus apóstoles, y sus dos primeros discípulos, la doctrina que ellos profesaban era confirmada por innumerables prodigios: los cojos caminaban, los ciegos veían, los enfermos eran curados, los muertos resucitaban, los demonios eran exorcizados y las leyes de la Naturaleza eran frecuentemente suspendidas en beneficio de la Iglesia. Y aun así, los sabios de Roma y de Grecia se desinteresaban de este increíble espectáculo y, prosiguiendo con sus ocupaciones normales de vida y estudio, parecían ignorar todas aquellas alteraciones de la moral y del gobierno material del mundo. Durante el principado de Tiberio, el mundo entero, o por lo menos una celebrada provincia del Imperio romano, estuvo envuelta en una oscuridad sobrenatural, y sin embargo, este evento milagroso, que debiera haber despertado la curiosidad y la devoción de toda la humanidad, pasó sin pena ni gloria en una época de ciencia y de historia. Aconteció durante la vida de Séneca y de Plinio el Viejo, que deberían de haber experimentado los efectos inmediatos, o haber recibido la información más privilegiada del prodigio. Cualquiera de estos filósofos recogieron detalladamente los más diversos fenómenos de la naturaleza y del clima: terremotos, tormentas, cometas o eclipses, eventos que su curiosidad infatigable no dejó de recopilar. Aun así, ambos omitieron cualquier mención al mayor fenómeno que todo mortal de este mundo desde la Creación jamás haya podido observar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario