miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL CÓNSUL MARCO TULIO CICERÓN ACUSA LA CONSPIRACIÓN DE LUCIO SERGIO CATILINA EN EL SENADO


(...) — ¡Lucio Sergio Catilina! ¡Se te ha ordenado comparecer ante esta augusta cámara, ante mí, cónsul de Roma, ante C. Antonio Hybrida, mi colega, ante Licinio Craso, dictador de Roma, ante Julio César, Pontífice Máximo y Magno, ante Pompeyo el Magno y ante la propia Roma, para responder al cargo de traición y conspiración contra tu país!. Todos conocemos tus delitos y tus manejos y sabemos quiénes son tus cómplices. Si tienes un abogado, llámalo.

 

(...) — ¿Vas a negar lo que toda Roma sabe y pides testigos que no haré comparecer (aunque no porque no los tenga), sino por el peligro que correrían? Porque durante muchos años Roma ha comprendido que tú dominabas el bajo mundo. Todos los felones, locos e incautos de la ciudad, todos los vagos y ambiciosos de Roma son partidarios tuyos y tú has convivido con ellos en las bodegas y alcantarillas de nuestra nación, tramando el modo de destruir todo lo que es Roma. Tú has decidido con ellos que yo sea asesinado en una noche de la próxima semana, de modo que se produzca el caos y el pánico en la ciudad y lograr de ese modo hacerte con el poder, y saquear, incendiar y subyugar en tu locura. ¿Vas a negar esto?

 

(...) — ¿Cuánto tiempo, Catilina, vas a seguir abusando de tu categoría social? ¿Cuánto tiempo vas a poner a prueba nuestra paciencia con tu temperamento inquieto? ¿Qué término vas a poner a tu incontrolada audacia? ¿Es que no te causa impresión la guardia del Palatino o el que la ciudad esté vigilada por centinelas? ¿Es que no te importa que el pueblo se sienta alarmado, que los ciudadanos leales se estén armando, que el Senado se tenga que reunir convenientemente custodiado y las miradas y expresiones de todos los reunidos aquí? ¿Es que no comprendes que todos se han dado cuenta de cuáles son tus designios? ¿Es que no ves que ya conocemos todos tu conspiración y que los que estamos aquí reunidos no ignoramos nada de ella? ¿Qué hiciste la pasada noche y la noche anterior, dónde estuviste y a quiénes convocaste y qué planes les expusiste? ¿Supones que hay aquí alguno que no lo sepa? ¡Ah! ¡Qué tiempos más degenerados estamos atravesando! El Senado conoce perfectamente los hechos y el cónsul ha sido informado de todos ellos. ¡Pero el criminal aún vive! ¿Vive? ¡Sí, vive! Y hasta se atreve a venir con arrogancia ante este Senado, tomando parte en sus deliberaciones públicas y señalándonos uno a uno con sus odiosas miradas como listos para la matanza. ¡Y nosotros , somos tan valientes que creemos que cumplimos con nuestro deber para con el país, simplemente haciendo caso omiso de las palabras y los hechos sanguinarios de Catilina!. No, Catilina, mucho antes de ahora, debías de haber sido ejecutado por orden del cónsul ¡y sobre tu cabeza debía haber caído la destrucción que ahora estás maquinando para nosotros!

 

(...)—Se trata de una investigación y de una exposición de hechos, señores y no de un proceso contra Catilina. En el pasado el Senado ya tomó resoluciones contra individuos como Catilina; pero fueron documentos que jamás fueron publicados y que siguen siendo como una espada envainada. Hay resoluciones, Catilina, que interpretadas al pie de la letra, exigirían tu inmediata ejecución. ¡Y sin embargo vives! Vives no para abandonar sino para hacer más grande esta ofensa. Deseo no parecer descuidado en un momento tan crítico para el Estado; pero estoy convencido de obrar con negligencia culpable al no pedir ahora mismo que Catilina sea detenido y ejecutado inmediatamente. En estos instantes en los pasos montañosos de Etruria, es decir en Italia, se halla establecida una base de operaciones contra el pueblo romano. El número de nuestros enemigos aumenta día a día; pero al jefe de estos enemigos nuestros lo podemos ver dentro de los muros de Roma ¡e incluso dentro del recinto de este Senado, conspirando incesantemente con nuevas maquinaciones para provocar la ruina de nuestro país!

 


(...) —Estaría ahora en mi poder, Catilina, ordenar tu arresto y ejecución y seguro que más habría de temer que todos los ciudadanos leales me reprocharan haber tomado esa medida demasiado tarde, que no que algunas personas me acusaran de haber sido demasiado duro. Pero este paso —y al decir eso, Cicerón dirigió a Craso y sus amigos una mirada de ira—, que debía haber sido dado hace mucho tiempo, tengo ciertas razones para no darlo ahora. De todos modos perecerás al final, Catilina; pero no hasta el momento en que no haya nadie en Roma, por desvergonzado que sea, por desesperado que esté, por cómplice que haya sido tuyo, que no tenga que reconocer la justicia de tu ejecución. Mientras tanto, mientras haya alguien que te defienda, ¡tú vivirás! Pero vivirás como vives ahora, acorralado por personas leales que yo he emplazado en todas partes, para prevenir toda posibilidad de que intentes asaltar el poder. Hay muchos ojos y muchos oídos, aunque tú no los veas, que te ven a ti, y que no dejarán de vigilar como hasta ahora.¿A qué esperas Catilina, si las sombras de la noche ya no pueden ocultar tus abominables reuniones, si las paredes de tu casa ya no pueden ahogar las frases que dicen tus cómplices? ¿Si todo ha sido ya expuesto a la luz y nada tuyo hay oculto? ¡Abandona tus designios y suelta tu espada! Estás cercado por todas partes y tus planes son para todos nosotros más claros que la luz del día. Deberías proceder a revisarlos. Todo es sabido. Mi vigilancia es más perseverante que tus esfuerzos para destruir al Estado. Y ahora yo afirmo ante esta augusta corporación, el Senado de Roma, que hace dos noches fuiste a la calle de los Guadañeros (no voy a hacer de ello un misterio), a casa de M. Laeca, donde te encontraste con algunos de tus cómplices, tan locos como tú y amigos de criminales aventureros. ¿Te atreves a negarlo?. ¿Qué significa tu silencio?. Probaré lo que digo si tú lo niegas. ¡Habla!

 

(...)— ¡Sí! .¡Hasta veo presentes en el Senado a algunos con los que te encontraste allí! ¡Dioses misericordiosos! ¿Dónde estamos? ¿En qué país, en qué ciudad vivimos? ¿Qué clase de gobierno es el que tenemos? Aquí están, señores, entre los demás senadores . ¡En esta asamblea deliberativa, la más augusta, la más importante del mundo, hay hombres que planean la destrucción de todos nosotros! ¡La ruina total de esta ciudad y de hecho la ruina del mundo civilizado! A esas personas las veo ahora delante de mí , personas a las que pido todos los días su opinión sobre los asuntos de Estado y que ni siquiera se delatan por su expresión, ¡hombres que deberían morir con Catilina!. Ahora.

 

(...)— ¡Vete de Roma cuanto antes, Catilina!. Las puertas de la ciudad están abiertas. Ponte en marcha en seguida. Libera a la ciudad de la infección de tu presencia. Con sólo que dijera una palabra, la ciudad se alzaría y dejarían de existir la ley y el orden por la ira del pueblo. Pero eso no puedo permitirlo por el bien de Roma. Perecerían inocentes junto con los culpables, porque cuando el pueblo se subleva, ¿quién puede contenerlo?. No hay un solo hombre en Roma, Catilina, aparte de tu banda de conspiradores, que no te tema o te odie. ¿Porque, no hay como una especie de inmoralidad particular que ha manchado la vida de tu familia?. ¿Es que no hay algún escándalo en el que se pueda incurrir por la conducta privada, que no haya manchado tu reputación?. ¿Es que hay alguna pasión infame que no haya brillado en tus ojos, alguna hazaña perversa que no haya ensuciado tus manos, algún vicio ultrajante que no haya dejado su marca sobre tu cuerpo? ¿Es que hay algún joven, que al principio estuviera fascinado por tus seductores ardides, que no le hayas estimulado su violencia o inflamado su lujuria?. ¿Es posible que nada pueda influir sobre un hombre como tú?. ¿Es posible que seas incapaz de reformarte?. ¡Ojalá el Cielo te inspirara un solo pensamiento! . Pero no, Catilina, tú no eres hombre que puedas ser apartado de la bajeza por un sentimiento de vergüenza, del peligro por la alarma, o de la inquietud por la razón. ¡Vuelve con tus criminales!. ¡Qué cosquilleo de emoción sentirás!. ¡Qué placer gozarás al saber que ni uno de tus seguidores oirá ni verá a un hombre honrado!. Ahora tienes un campo donde demostrar tu cacareado poder para resistir el hambre, el frío y la privación de todos los placeres de la vida. ¡Pronto sucumbirás!. Cuando derroté tus esfuerzos para conseguir el Consulado, logré una cosa muy importante: te obligué a atacar a Roma desde fuera como un exiliado, en vez de desde dentro como cónsul y he conseguido que tus criminales planes reciban el más adecuado calificativo de bandolerismo, que no el de guerra civil... como era tu objeto.

 

(...)  —Demasiado tiempo, señores senadores, hemos vivido rodeados de los peligros de esta traidora conspiración; pero como era lógico, todos estos delitos, esta antigua inquietud y audacia, han madurado al final y han ido a estallar con toda su fuerza en el año de mi consulado. Pero si separamos de la banda a su jefe, quizá podamos gozar de un cierto tiempo de tranquilidad. Claro que el verdadero peligro sólo será alejado de la superficie y continuará infectando las venas y órganos vitales del Estado. Como hombres atacados de una grave enfermedad, poseídos por una violenta fiebre, parece que pueden ser aliviados echándoles encima un cubo de agua fría, con lo que sólo se logra agravarlos más, así esta enfermedad que ataca al Estado puede ser temporalmente aliviada con el castigo y el exilio de Catilina. ¡Pero luego volverá todo a ser peor!

 

(...)— ¡Con estas ominosas palabras de advertencia, Catilina, para la salvación del Estado, para tu mal y tu desgracia y la destrucción de todos aquellos ligados a ti por los delitos y la traición, vete a tu sacrílega, abominable e inútil campaña!





No hay comentarios:

Publicar un comentario