Cuando
terminó la celebración, caía la noche. El reparto del botín tendría que dejarse
para la mañana siguiente. El Campo de Marte se convirtió en campamento, ya que
todos los veteranos retirados estaban también allí, después de presenciar los
actos entre la muchedumbre. Los legionarios tenían que recoger su parte en
persona a menos que, como ocurría en el caso del triunfo de César, muchos de
los veteranos vivieran en la Galia Cisalpina. Algunos se agruparon y nombraron
un representante con un documento de autorización, lo cual contribuiría a
aumentar las dificultades con las que inevitablemente se enfrentarían los
pagadores de las legiones.
Los
soldados rasos recibieron veinte mil sestercios por cabeza (una cantidad
superior a la paga de veinte años de servicio); los centuriones de segunda
recibieron más de cuarenta mil sestercios, y los centuriones de primera ciento
veinte mil sestercios. Eran unas gratificaciones enormes, mayores que las de
cualquier otro ejército en la historia, incluso que las del ejército de Pompeyo
Magno después de conquistar Oriente y duplicar el contenido del erario.
Pese a
este botín, los soldados de todos los rangos se marcharon indignados. ¿Por qué?
Porque César había apartado un pequeño porcentaje y lo había entregado a los
pobres de Roma, cada uno de los cuales recibió cuatrocientos sestercios,
treinta y seis libras de aceite y quince modii de trigo. ¿Qué habían hecho
los pobres para merecer una parte? Los pobres no cabían en sí de gozo, pero no
así el ejército.
La
opinión general entre los militares era que César tramaba algo, pero ¿qué? Al
fin y al cabo,
nada podía impedir a un liberto pobre alistarse en las legiones, así pues, ¿por
qué César hacía una donación a hombres que no se habían alistado?
( C. McC.)
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