-Existen
dos clases de oposición -explicó César-. Yo deseaba un ambiente de debate
inteligente en el Senado y los comitia, no continuas peticiones de
«devolver la República», como si la República fuera una entidad desaparecida
afín a la utopía de Platón. ¡Utopía! -Dejó escapar un soplido de disgusto-. Esa
palabra significa «ninguna parte». Cuando pregunto qué tienen de malo mis
leyes, se quejan de que son demasiado largas y complicadas de leer, así que no
las leen. Cuando pido sugerencias, se quejan de que no les he dejado nada que
sugerir. Cuando pido cooperación, se quejan de que los obligo a cooperar,
quieran o no. Reconocen que muchos de mis cambios son sumamente beneficiosos, y
luego se quejan de que lo cambio todo, y de que el cambio está mal. Así que la oposición que me encuentro es irracional, como lo era
la de Catón.
-Pues
ven y habla conmigo -se apresuró a decir Cleopatra-. Tráeme tus leyes y yo las
leeré. Cuéntame tus planes y yo haré una crítica constructiva. Exponme tus
ideas y te daré una opinión meditada. Si lo que necesitas es otra mente, amor
mío, la mía es la mente de un dictador con diadema. Déjame ayudarte, por favor.
-Así
lo haré, Cleopatra, así lo haré. -Su sonrisa se tornó más amplia; su mirada,
más sensual-. Con el paso del tiempo has adquirido una belleza especial, amor
mío. No eres una Afrodita de Praxíteles, no, pero la maternidad y la madurez te
han convertido en una mujer deliciosamente deseable. Echaba de menos tus ojos
de leona.
( C.
McC. )
No hay comentarios:
Publicar un comentario