En su quinta de Capri tenía una habitación
destinada a sus desórdenes más secretos, guarnecida toda de lechos en derredor.
Un grupo elegido de muchachas, de jóvenes y de disolutos, inventores de
placeres monstruosos, y a los que llamaba sus «maestros de voluptuosidad»,
formaban allí una triple cadena, y entrelazados de ese modo se prostituían en
su presencia para despertar, por medio de este espectáculo, sus estragados
deseos… Se dice que había adiestrado a niños de tierna edad, a los que llamaba
«sus pececillos», a que jugasen entre sus piernas en el baño, excitándole con la
lengua y los dientes, y también, a semejanza de niños creciditos, pero todavía
en lactancia, le mamasen los pechos, género de placer al que por su inclinación
y edad se sentía principalmente atraído.
(
Suetonio)
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