Es mi intención insertar aquí la
guerra de Viriato, que causó con frecuencia turbaciones a los romanos y fue la
más difícil para ellos, posponiendo el relato de cualquier otro suceso que
tuviera lugar en Iberia por este tiempo. Vetilio, en su persecución,
llegó hasta la ciudad de Tríbola. Pero Viriato, habiendo ocultado una emboscada
en una espesura, continuó su huida hasta que Vetilio estuvo a la altura del
lugar y, entonces, volvió sobre sus pasos y los que estaban emboscados salieron
de su escondite. Por ambos lados empezaron a dar muerte a los romanos, así como
a hacerlos prisioneros y a arrinconarlos contra los barrancos. Incluso Vetilio
fue hecho prisionero. El soldado que lo capturó, al ver que se trataba de un
hombre viejo y muy obeso, no le dio valor alguno y le dio muerte por
ignorancia. De los diez mil romanos lograron escapar unos seis mil y llegar
hasta Carpessos, una ciudad situada a orillas del mar, la cual creo yo que se
llamaba antiguamente Tartessos por los griegos y fue su rey Argantonio,
que dicen que vivió ciento cincuenta años. A los soldados que habían huido
hasta Carpessos, el cuestor que acompañaba a Vetilio los apostó en las murallas
llenos de temor. Y tras haber pedido y obtenido de los belos y los titos cinco
mil aliados, los envió contra Viriato. Éste los mató a todos, así que no escapó
ni uno que llevara la noticia. Entonces, el cuestor permaneció en la ciudad
aguardando alguna ayuda de Roma.
Viriato penetró sin temor alguno en
Carpetania, que era un país rico, y se dedicó a devastarla hasta que Cayo
Plaucio llegó de Roma con diez mil soldados de infantería y mil trescientos
jinetes. Entonces, de nuevo Viriato fingió que huía y Plaucio mandó en su
persecución a unos cuatro mil hombres, a los cuales Viriato, volviendo sobre
sus pasos, dio muerte a excepción de unos pocos. Cruzó el río Tajo y acampó en
un monte cubierto de olivos, llamado monte de Venus. Allí lo encontró Plaucio
y, lleno de premura por borrar su derrota, le presentó batalla. Sin embargo,
tras sufrir una derrota sangrienta, huyó sin orden alguno a las ciudades y se
retiró a sus cuarteles de invierno desde la mitad del verano, sin valor para
presentarse en ningún sitio. Viriato, entonces, se dedicó a recorrer el país
sin que nadie le inquietase y exigía a sus poseedores el valor de la próxima
cosecha y a quien no se lo entregaba, se la destruía.
Cuando en Roma se enteraron de estos hechos,
enviaron a Iberia a Fabio Máximo Emiliano, el hijo de Emilio Paulo,
el vencedor de Perseo rey de los macedonios, y le dieron el poder de
levar por sí mismo a un ejército. Como los romanos habían conquistado
recientemente Cartago y Grecia y acababan de llevar a feliz término la tercera
guerra macedónica, él, a fin de dar descanso a los hombres que habían venido de
estos lugares, eligió a otros muy jóvenes y sin experiencia anterior alguna en
la guerra, hasta completar dos legiones. Y, después de pedir otras fuerzas a
los aliados, llegó a Orsón, una ciudad de Iberia, llevando en total quince mil
soldados de infantería y dos mil jinetes. Desde allí, y puesto que no deseaba
entablar batalla hasta que tuviese entrenado a su ejército, hizo un viaje a
través del estrecho hasta Gades para realizar un sacrificio a Hércules . En
este lugar, Viriato, cayendo sobre algunos que estaban cortando leña, dio
muerte a muchos de ellos y aterrorizó a los restantes. Cuando su lugarteniente
los dispuso de nuevo para combatir, Viriato los volvió a vencer y capturó un
botín abundante. Cuando llegó Máximo, Viriato sacaba continuamente el ejército
en orden de batalla para provocarle, pero aquel rehusaba un enfrentamiento con
la totalidad de su ejército, pues todavía estaba ejercitándolos, aunque, en
cambio, sostuvo escaramuzas muchas veces con parte de sus tropas para tantear
al enemigo e infundir valor a sus propios soldados. Cuando salía a forrajear,
colocaba siempre alrededor de los hombres desarmados a un cordón de legionarios
y él mismo con jinetes recorría la zona, como había visto hacer cuando combatía
junto a su padre Paulo en la guerra macedónica. Después que pasó el invierno,
con el ejército entrenado, fue el segundo general que hizo huir a Viriato,
aunque éste combatió con valentía; saqueó una de sus ciudades, incendió otra y,
persiguiendo en su huida a Viriato hasta un lugar llamado Bécor, le mató a
muchos hombres. Pasó el invierno en Córduba, siendo éste ya el segundo año de
su mando como general en esta guerra. Y Emiliano, después de haber realizado
estas campañas, partió para Roma, recibiendo el mando Quinto Pompeyo Aulo.
Después de esto, Viriato no
despreciaba ya al enemigo como antes y obligó a sublevarse contra los romanos a
los arevacos, titos y belos que eran los pueblos más belicosos. Y éstos
sostuvieron por su cuenta otra guerra que recibió el nombre de
"numantina" por una de sus ciudades y fue larga y penosa en grado
sumo para los romanos. Yo agruparé también los concerniente a esta guerra en
una narración continuada después de los hechos de Viriato. Este último tuvo un
enfrentamiento con Quintio, otro general romano, en la otra parte de
Iberia y, al ser derrotado, se retiró de nuevo al monte de Venus. Desde allí
hizo de nuevo una salida, dio muerte a mil soldados de Quintio y le arrebató
algunas enseñas. Al resto lo persiguió hasta su campamento y expulsó a la
guarnición de Ituca. También devastó el país de los bastitanos, sin que Quintio
acudiera en auxilio de éstos a causa de su cobardía e inexperiencia. Por el
contrario, estaba invernando en Córduba desde mitad del otoño y, con
frecuencia, enviaba contra él a Gayo Marcio, un ibero de la ciudad de Itálica.
Al año siguiente, Fabio Máximo
Serviliano, el hermano de Emiliano, llegó como sucesor de Quintio en el
mando, con otras dos legiones y algunos aliados. En total sus fuerzas sumaban
unos dieciocho mil infantes y mil seiscientos jinetes. Después de escribir
cartas a Micipsa, el rey de los númidas, para que le enviase elefantes
lo más pronto posible, se apresuró hacia Ituca llevando el ejército por
secciones. Al atacarle Viriato con seis mil hombres en medio de un griterío y
clamores a la usanza bárbara y con largas cabelleras que agitaban en los
combates ante los enemigos, no se amilanó, sino que le hizo frente con bravura
y logró rechazarlo sin que hubiera conseguido su propósito. Después que le
llegó el resto del ejército y enviaron desde África diez elefantes y
trescientos jinetes, estableció un gran campamento y avanzó al encuentro de
Viriato, y tras ponerlo en fuga, emprendió su persecución. Pero, como ésta se
hizo en medio del desorden, Viriato, al percatarse de ello durante su huida,
dio media vuelta y mató a tres mil romanos. Al resto los llevó acorralados
hasta su campamento y los atacó también. Sólo unos pocos le opusieron
resistencia a dura penas alrededor de las puertas, pero la mayoría se precipitó
en el interior de las tiendas a causa del miedo y tuvieron que ser sacados con
dificultad por el general y los tribunos. En esta ocasión destacó en especial Fanio,
el cuñado de Lelio, y la proximidad de la noche contribuyó a la salvación de
los romanos. Pero Viriato, atacando con frecuencia durante la noche, así como a
la hora de la canícula, y presentándose cuando menos se le esperaba, acosaba a
los enemigos con la infantería ligera y sus caballos, mucho más veloces, hasta
que obligó a Serviliano a regresar a Ituca.
Entonces, por fin, Viriato, falto
de provisiones y con el ejército mermado, prendió fuego a su campamento durante
la noche y se retiró a Lusitania. Serviliano, como no pudo darle alcance,
invadió la Beturia y saqueó cinco ciudades que se habían puesto de parte de
Viriato. Con posterioridad, hizo una expedición militar contra los cuneos y,
desde allí, se apresuró, una vez más, hacia los lusitanos contra Viriato.
Mientras estaba de camino, Curio y Apuleyo, dos capitanes de ladrones, lo
atacaron con diez mil hombres, provocaron una gran confusión y le arrebataron
el botín. Curio cayó en la lucha, y Serviliano recobró su botín poco después y
tomó las ciudades de Escadia, Gemela y Obólcola, que contaban con guarniciones
establecidas por Viriato, y saqueó otras e, incluso, perdonó a otras más.
Habiendo capturado a diez mil prisioneros, les cortó la cabeza a quinientos, y
vendió a los demás. Después de apresar a Cónnoba, un capitán de
bandoleros que se le rindió, le perdonó sólo a él, pero le cortó las manos a
todos sus hombres.
Durante la persecución de Viriato,
Serviliano empezó a rodear con un foso a Erisana, una de sus ciudades, pero
Viriato entró en ella durante la noche y, la rayar el alba, atacó a los que
estaban trabajando en la construcción de trincheras y les obligó a que
arrojaran las palas y emprendieran la huida. Después derrotó de igual manera y
persiguió al resto del ejército, desplegado en orden de batalla por Serviliano.
Lo acorraló en un precipicio, de donde no había escape posible para los
romanos, pero Viriato no se mostró altanero en este momento de buena fortuna
sino que, por el contrario, considerando que era una buena ocasión de poner fin
a la guerra mediante un acto de generosidad notable, hizo un pacto con ellos y
el pueblo romano lo ratificó: que Viriato era amigo del pueblo romano y que
todos los que estaban bajo su mandato eran dueños de la tierra que ocupaban. De
este modo parecía que había terminado la guerra de Viriato, que resultó la más
difícil para los romanos, gracias a un acto de generosidad.
Sin embargo, los acuerdos no
duraron ni siquiera un breve espacio de tiempo, pues Cepión, hermano y sucesor
en el mando de Serviliano, el autor del pacto, denunció el mismo y envió cartas
afirmando que era el más indigno para los romanos. El senado en un
principio convino con él en que hostigara a ocultas a Viriato como estimara
oportuno. Pero como volvía a la carga de nuevo y mandaba continuas misivas,
decidió romper el tratado y hacer la guerra a Viriato abiertamente. Cuando esta
se hizo pública, Cepión se apoderó de la ciudad de Arsa, abandonada por
Viriato, y a éste que había huido destruyendo todo a su paso, le dio alcance en
Carpetania con fuerzas mucho más numerosas. Por esta razón, Viriato no juzgó
conveniente entablar un combate con él, dada la inferioridad numérica de sus
tropas, y ordenó retirarse al grueso de su ejército por un desfiladero oculto;
al resto lo puso en orden de batalla sobre una colina y dio la impresión de que
deseaba combatir. Y cuando se enteró de que los que habían sido enviados
previamente se encontraban en un lugar seguro, se lanzó a galope en pos de
ellos con desprecio del enemigo y con tal rapidez que ni siquiera sus
perseguidores se percataron de por donde se había marchado. Y Cepión se volvió
hacia los vettones y calaicos y devastó su país.
Como emulación de los hechos de
Viriato, muchas otras bandas de salteadores hacían incursiones por Lusitania y
la saqueaban. Sexto Junio Bruto fue enviado contra éstos, pero perdió la
esperanza de poder perseguirlos a través de un extenso país al que circundaban
ríos navegables como el Tajo, Letes, Duero y Betis. Consideraba, en efecto, que
era difícil dar alcance a gentes que, como precisamente los salteadores,
cambiaban de lugar con tanta rapidez, al tiempo que resultaba humillante
fracasar en el intento y tampoco comportaba gloria alguna en el triunfo en la
empresa. Se volvió, por tanto, contra sus ciudades en espera de tomarse
venganza, de proporcionar al ejército un botín abundante y de que los
salteadores se disgregaran hacia sus ciudades respectivas, cuando vieran en
peligro a sus hogares. Con este propósito se dedicó a devastar todo lo que encontraba
a su paso, las mujeres luchaban al lado de los hombres, y morían con ellos, sin
dejar escapar jamás grito alguno al ser degolladas. Hubo algunos que escaparon
también a las montañas con cuanto pudieron llevar. A éstos cuando se lo
pidieron los perdonó Bruto e hizo lotes con sus bienes.
Después de atravesar el río Duero,
llevó la guerra a muchos lugares reclamando gran cantidad de rehenes a quienes
se le entregaban, hasta que llegó al río Letes, y fue el primer romano que
proyectó cruzar este río. Lo cruzó, en efecto, y llegó hasta otro río llamado
Nimis e hizo una expedición contra los brácaros, que le habían arrebatado las
provisiones que llevaba. Es éste un pueblo enormemente belicoso que combate
juntamente con sus mujeres que llevan armas y mueren con ardor sin que ninguno
de ellos haga gesto de huir, ni muestre su espalda, ni deje escapar un grito.
De las mujeres que son capturadas, unas se dan muerte a sí mismas y otras,
incluso, dan muerte a sus hijos con sus propias manos, alegres con la muerte
más que con la esclavitud. Algunas ciudades que entonces se pasaron al lado de
Bruto se sublevaron poco después y Bruto las sometió de nuevo.
Se dirigió contra Talábriga, ciudad
que con frecuencia había sido sometida por él y que volvía a sublevarse
causándole problemas. También en aquella ocasión le solicitaron el perdón sus
habitantes y se rindieron sin condiciones. Él les exigió, en primer lugar, a
los desertores romanos, a los prisioneros, todas las armas que poseían y,
además de esto, rehenes; después les ordenó que abandonaran la ciudad en
compañía de sus hijos y mujeres. Cuando también le hubieron obedecido en esto,
los rodeó con todo su ejército y pronunció un discurso reprochándoles cuántas
veces se habían sublevado y habían renovado la guerra contra él. Después de
haberles infundido miedo y de dar la impresión de que iba a infligirles un
castigo terrible, cesó en sus reproches y les dejó volver a su ciudad para que
la siguieran habitando en contra de lo que esperaban, pues les había quitado
sus caballos, el trigo, cuanto dinero poseían y cualquier otro recurso público.
Bruto, después de haber realizado todas estas empresas, partió hacia Roma. Yo
he unido estos hechos a la narración de Viriato, puesto que fueron provocados
por otros salteadores al mismo tiempo y por emulación de aquél.
Viriato envió a sus amigos más
fieles, Audax, Ditalcón y Minuro, a Cepión para negociar los acuerdos de
paz. Éstos, sobornados por Cepión con grandes regalos y muchas promesas, le
dieron su palabra de matar a Viriato. Y lo llevaron a cabo de la manera
siguiente. Viriato, debido a sus trabajos y preocupaciones, dormía muy poco y
las más de las veces descansaba armado para estar dispuesto a todo de
inmediato, en caso de ser despertado. Por este motivo, le estaba permitido a
sus amigos visitarle durante la noche. Gracias a esta costumbre, también en
esta ocasión los socios de Audax aguardándole, penetraron en su tienda en el
primer sueño, so pretexto de un asunto urgente, y lo hirieron de muerte en el cuello
que era el único lugar no protegido por la armadura.
Sin que nadie se percatara
de lo ocurrido a causa de lo certero del golpe, escaparon al lado de Cepión y
reclamaron la recompensa. Éste en ese mismo momento les permitió disfrutar sin
miedo de lo que poseían, pero en lo tocante a sus demandas los envió a Roma.
Los servidores de Viriato y el resto del ejército, al hacerse de día, creyendo
que estaba descansando, se extrañaron a causa de su descanso
desacostumbradamente largo y, finalmente, algunos descubrieron que estaba
muerto con sus armas. Al punto los lamentos y el pesar se extendieron por todo
el campamento, llenos todos de dolor por él y temerosos por su seguridad
personal al considerar en qué clase de riesgos estaban inmersos y de qué general
habían sido privados. Y lo que más les afligía era el hecho de no haber
encontrado a los autores.
Tras haber engalanado
espléndidamente el cadáver de Viriato, lo quemaron sobre una pira muy elevada y
ofrecieron muchos sacrificios en su honor. La infantería y la caballería
corriendo a su alrededor por escuadrones con todo su armamento prorrumpía en
alabanzas al modo bárbaro y todos permanecieron en torno al fuego hasta que se
extinguió. Una vez concluido el funeral, celebraron combates individuales junto
a su tumba. Tan grande fue la nostalgia que de él dejó tras sí Viriato, un
hombre que aún siendo bárbaro, estuvo provisto de las cualidades más elevadas
de un general; era el primero en todos en arrostrar el peligro y el más justo a
la hora de repartir el botín. Pues jamás aceptó tomar porción mayor aunque se
lo pidieran en todas las ocasiones, e incluso aquello que tomaba lo repartía
entre los más valientes. Gracias a ello tuvo un ejército con gentes de diversa
procedencia sin conocer en los ocho años de esta guerra ninguna sedición,
obediente siempre y absolutamente dispuesto a arrostrar los peligros, tarea
ésta dificilísima y jamás conseguida fácilmente por ningún general. Después de
su muerte eligieron a Tántalo, uno de ellos, como general y se dirigieron
a Sagunto, ciudad que Aníbal, tras haberla tomado, había fundado de nuevo y le
había dado el nombre de Cartago Nova, en recuerdo de su patria. Cuando fueron
rechazados de allí y estaban cruzando el río Betis los atacó Cepión y,
finalmente, Tántalo exhausto se rindió con su ejército a Cepión, a condición de
que fueran tratados como un pueblo sometido. Los despojó de todas sus armas, y
les concedió tierra suficiente, a fin de que no tuvieran que practicar el
bandidaje por falta de recursos. Y de este modo acabó la guerra de Viriato.
( Apiano en "Iberia" )
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