La batalla de Adrianópolis (en latín: Proelium Hadrianopolitanum) fue un enfrentamiento armado que se libró el 9 de agosto de 378 d. C. en las llanuras al noroeste de la ciudad romana de Adrianópolis (actual Edirne, en la Turquía europea). En ella se enfrentaron las fuerzas de Fritigerno, jefe de los tervingios, y el ejército del Imperio romano de Oriente comandado por el propio Emperador Flavio Julio Valente (328-378), quien murió en la batalla y cuyo ejército fue aniquilado.
El
desarrollo de esta batalla se conoce en detalle gracias al relato de dos
historiadores romanos contemporáneos: Amiano Marcelino (c.320-c.400) y Paulo Orosio (c.383-c.420).
Fue
el último combate en el que los romanos emplearon sus clásicas legiones, pues a
partir de entonces los ejércitos comenzaron a poner más énfasis en la
caballería y las pequeñas divisiones armadas, como los comitatenses. Esta sustitución de la infantería por la caballería está
documentada desde esta época (siglo IV) en la descripciones de uno de los
cronistas de esta batalla; Amiano Marcelino. En el siglo XX el profesor británico Norman H. Baynes resaltó este hecho.
La
derrota romana en Adrianópolis, en el marco de la historia de esta
civilización, solo es comparable a desastres como Cannas (216 a. C.), Arausio
(105 a. C.), Carras (53 a. C.), Teutoburgo (9 d. C.), Aquileya (170) y Edesa
(259 ó 260).
Antecedentes.
Migración de los godos. Los godos procedían originalmente del sur de
Escandinavia, pero a partir del siglo I a. C. emigraron hacia el sudeste,
asentándose dos siglos más tarde en las grandes llanuras al norte del mar
Negro. Allí se dividieron con el tiempo en dos ramas, los ostrogodos (del
gótico Ost Goths, «godos del este») y los visigodos (en gótico Wiss Goths,
«godos del oeste»), separados por el río Dniéster. Sin embargo, dichos nombres
los recibieron durante el siglo V, tras establecerse en Italia e Hispania,
respectivamente; por aquella época eran denominados tervingios a los
occidentales y greutungos a los orientales.
Los
tervingios se extendieron enseguida hacia el suroeste, cruzando con frecuencia
la frontera romana y realizando todo tipo de saqueos, hasta que llegaron a un
acuerdo por el que los romanos les cedían la provincia de Dacia (oeste de la
actual Rumania) a cambio de la paz durante el reinado de Aureliano, entre 270-275. Constantino
el Grande (272-337)
les convirtió en federados del Imperio (foederati) y les encargó la defensa del
limes danubiano a cambio de importantes sumas de dinero, pero pronto llegaron
los problemas. Si los romanos tenían que pagar a los bárbaros para que los
defendieran, ¿quién les impediría recibir más dinero que el de una legión
cualquiera?. A pesar de las crisis
económicas de los siglos III y IV los romanos seguían teniendo mucho dinero,
sólo había que cogerlo. Así que, cada vez que los godos estimaban que les
convenía un aumento de su sueldo, cruzaban en armas el Danubio, saqueaban un
par de ciudades y volvían a sus tierras, comunicando a los romanos que
seguirían haciéndolo mientras los subsidios no se les aumentasen. Así lo hicieron en 365, cuando apoyaron al usurpador Procopio (326-366) con 3000 guerreros,
llegaron tarde para ayudar y después se justificaron aduciendo que debían
ayudar al usurpador por ser pariente de Constantino, aunque es más probable que pensaran que si vencía sería
generoso con ellos; y en 369, luego Valente consiguió
infligirles una seria derrota militar.
Al
siguiente año, los godos se encontraron a sus espaldas con un enemigo con el
que no contaban: los hunos. Este pueblo de jinetes asiáticos derrotó
estrepitosamente a los alanos del Volga y se extendió rápidamente por las
estepas de la moderna Rusia, enfrentándose a
los greutungos (ostrogodos) en 370, que fueron también vencidos y forzados a
servir en su ejército junto con otros pueblos germánicos. Las noticias
relatadas por los refugiados greutungos (ostrogodos) pusieron a sus hermanos
del oeste en pie de guerra, pero cuando en 376 los hunos atravesaron el
Dniéster para enfrentarse a ellos, los godos occidentales fueron derrotados
igualmente. Los hunos eran varios grupos que
obedecían a distintos jefes, estas guerras deben interpretarse como un
incremento del número y escala de las razias más que como una invasión
organizada. Al contrario que sus hermanos
orientales, los visigodos tuvieron ocasión de huir y la aprovecharon,
solicitando a los romanos cruzar el Danubio e instalarse esta vez en la
provincia de Moesia, en las actuales Bulgaria y Serbia. Los romanos no
rechazaron la propuesta, pues les convenía para defender los Balcanes de la
previsible futura invasión de los hunos. Las
diversas confederaciones tribales germánicas sumaban entre tres y tres millones
y medio de personas, equivalente al 5 ó 6% de la población imperial, pero su
constante crecimiento las hacía competir cada vez por los limitados recursos de
Germania y Escandinavia haciendo inevitable que trataran de inmigrar al rico
territorio romano, ya fuera pacífica o violentamente.
Estas
huestes estaban violentamente enemistadas entre sí, por esto sus incursiones
«fueron, pues, ataques locales con fuerzas limitadas», aunque desde una
perspectiva histórica a largo plazo parezcan un único proceso migratorio.
Además, estas masas humanas son difíciles de calcular numéricamente porque
usualmente se conformaban de diversas tribus unidas y separadas durante la
migración. A los tervingios se les sumaron contingentes de greutungos, alanos,
hunos y hasta romanos (esclavos fugitivos, desertores y buscadores de oro).
Precisamente, el tamaño de estas tribus significó que los grandes
enfrentamientos entre germanos y romanos rara vez involucraron más de 20.000
combatientes.
Se
presentaban voluntarios para cultivar y defender una zona fronteriza
escasamente poblada, donde las pocas legiones y los mercenarios francos se
habían mostrado insuficientes frente a las invasiones anteriores de los propios
godos y otros pueblos bárbaros. Los godos se asentaron en Moesia de forma
prácticamente independiente, sólo condicionados a pagar determinados impuestos
y servir en el ejército cuando fuera necesario, por lo que comenzaron a recibir
nuevas armas y adiestramiento en las técnicas de guerra romanas. También gozaron a partir de ese momento de la ciudadanía
romana.
La
imposible convivencia. La instalación de los tervingios fue vista como el
ingreso de un ente autónomo, pagano, y posiblemente violento por amplios
sectores del mundo romano. Sin embargo, Valente consideró que los godos
rápidamente asumirían las costumbres del Imperio y que al estar acorralado
entre las legiones y los hunos, no se atreverían a sublevarse. Para hacer más
defendible su decisión el Emperador ordenó que los godos tenían que convertirse
al cristianismo y entregar sus armas para pasar. Los bárbaros así lo hicieron, aunque su desarme nunca fue muy completo y
su conversión fue a la herejía del arrianismo. Por su parte, quería nuevos
reclutas para luchar en su guerra contra el Imperio sasánida por el control de
Armenia.
El
problema empezó porque los Balcanes, región relativamente pobre, sufría de una
corrupción endémica entre los funcionarios imperiales deseosos de hacer
prosperar sus fortunas personales. Además, estaban las heridas aun abiertas por
el reciente conflicto, así no fue sorprendente el abuso que ejercieron el dux
Máximo (comandante de las tropas fronterizas) y el comes Lupicino (gobernador y recaudador de
impuestos de Moesia) sobre los necesitados refugiados, tanto así que se relata,
eran capaces de obligarlos a vender a sus niños como esclavos por perros para
comer. Las autoridades estaban superadas,
los asentamientos de pueblos bárbaros rara vez superaban y por poco los diez
mil individuos. En esta ocasión eran muchos más de los que podían lidiar. Había otra diferencia fundamental, los godos no habían sido
militarmente vencidos por los romanos, a diferencia de otros pueblos que
conseguían similar permiso.
Esto
empezó a causar molestias entre los líderes germánicos. Mientras Fritigerno (del gótico Frithugarnis) empezaba a
desplazar del liderazgo a Alavivo (del
gótico Alavivus), el jefe que había llevado a los godos al sur del Danubio. Atanarico, anterior líder de los tervingios,
abandonado por la mayoría de su gente tras sus derrotas ante los hunos para
huir con Alavivo, llegó a la frontera romana con sus
últimos seguidores y no era el único, pues los greutungos habían llegado
capitaneados por Alateo
y Sáfrax y los
taifalos hicieron lo mismo encabezados por el «Optimatus» Farnobio.
Todos pidieron asilo y fueron rechazados por los funcionarios imperiales, cuya
capacidad militar estaba excedida ya por los tervingios y sin duda estaban
aterrados por estos nuevos contingentes.
Los
temores se probaron ciertos cuando los greutungos empezaron a traspasar sin
permiso la frontera con el serio peligro que se unieran a los tervingios.
Mientras Atanarico volvió a refugiarse a los Cárpatos (del gótico Caucaland),
montes que habían servido de refugio a los godos tras su derrota frente a los
hunos, hasta que en 381 fue depuesto por una conspiración auspiciada por Fritigerno para que sus seguidores se le
unieran, moriría un año después. Además, hartos del hambre, los tervingios
abandonaron la zona donde estaban acampados a orillas del Danubio y se
desplazaron a Marcianópolis (actual Devnja, Bulgaria). Los godos estaban a punto de rebelarse, pero los romanos no
tenían fuerzas en la región para detenerlos. Ese miedo llevó a Lupicino a
planificar el asesinato o secuestro de los líderes godos Alavivo y Fritigerno.
Los invitó a cenar a la ciudad para, supuestamente, halagarlos y negociar con
ellos, pero debían dejar a sus guardaespaldas afuera del cuartel donde se
llevaría a cabo el evento. El plan era matar a los guerreros godos en el
exterior y ocuparse de sus cabecillas en el interior, sin embargo, no todo
salió según los planes. Los tervingios asesinaron a numerosos romanos y, como
sucedería muchas veces durante esa guerra, robaron sus armas y armaduras; por
otra parte, aunque Alavivo murió Fritigerno sobrevivió, aunque se desconoce si
escapó o negoció con Lupicino.
Sin
importar cómo escapó, en cuanto Fritigerno se reunió con su gente empezó a
saquear los campos alrededor de Marcianópolis, entre tanto, Lupicino se dedicó
a reunir un ejército para acabar con el problema en que se habían convertido
los germanos. En la batalla que siguió los tervingios sumarían 7000 u 8000
guerreros, la mayoría a pie, pues el hambre los habría forzado a sacrificar la
mayoría de sus caballos. Muchos iban mal armados y estaban desesperados por el
hambre. Lupicino probablemente contara con
5000 hombres ya que debió dejar parte importante de sus tropas vigilando a los
greutungos o en la base de Nicópolis ad Istrium. Probablemente ninguno de los dos bandos tuviera más de un millar de
jinetes entre sus filas.
La
batalla se resolvió rápidamente, cuando ambos ejércitos se vieron en los campos
cercanos de Adrianópolis, formaron uno frente al otro y los godos cargaron
temerariamente contra sus enemigos, haciéndolos romper filas y masacrando a la
mayoría. Lupicino consiguió escapar a la
ciudad y los combatientes germánicos se apropiaron de las armas de sus enemigos
caídos. Los campos de Tracia quedaron a merced de las partidas de saqueadores
tervingios, en tanto que las guarniciones de las ciudades tuvieron que atrincherarse
en sus muros.
La
revuelta goda. Poco después de su inesperada victoria, a Fritigerno se le
sumaron contingentes de greutungos liderados por Aleteo y Sáfrax que habían cruzado furtivamente poco
tiempo atrás. Más encima se le sumaron los godos
que servían en el ejército romano en Adrianópolis, expulsados de la ciudad por
sus comandantes romanos, no sin antes robar gran cantidad de armamento por
orden de sus caudillos Sueridas y Colias. También contaba con gran número de esclavos de origen godo que se
fugaron para unírsele, buscadores de oro que vivían en las montañas y
prisioneros romanos que desertaron. Así el caudillo tervingio podía contar con
alrededor de 10 000 a 12 000 combatientes con los que decidió tomar
Adrianópolis tras fracasar unas nuevas negociaciones, pero sus fuerzas se
mostraron incapaces de traspasar las sólidas defensas. Prudentemente abandonó
el asedio en cuanto empezaron a aparecer los primeros signos del invierno y
dejó a sus guerreros dedicarse a saquear las zonas rurales cercanas en busca de
provisiones.
A
pesar de todo, los godos aun sufrían serios problemas de avituallamiento, por
lo que seguían abiertos a lograr un nuevo tratado, donde consiguieran nuevas
tierras para cultivar. Forzados a dividirse en pequeñas
partidas de saqueadores eran vulnerables a que una por una éstas fueran
derrotadas por los romanos, sin embargo, a lo largo de la guerra Fritigerno
demostrara su habilidad para coordinarlas y mantener su dominio personal,
acertando siempre en cuando dispersarse y cuando reagruparse.
Consciente
de que debía hacer algo, Valente opto
por hacer la paz con los sasánidas, pero demoraría su tiempo, aparte de tener
que dejar un fuerte contingente en Armenia que garantizara el respeto de
cualquier tratado. Esto no impidió el envío de
refuerzos a cargo de Profuturo
y Trajano. El
sobrino del Emperador, su colega occidental, Graciano el Joven (359-383), envió a tropas auxiliares francas lideradas
por Flavio Ricomero desde la Galia, pero es probable que
la mitad de sus soldados desertaran antes de llegar a Tracia.
Fue
entonces que los tervingios y sus aliados quedaron atrapados en las montañas de
los Balcanes, dispersos y hambrientos en los refugios que habían escogido, los
pasos montañosos de salida fueron bloqueados por los romanos esperando así
matarlos de hambre, pero una enorme banda de greutungos cruzó la frontera por
la desembocadura del Danubio. Era ya el
año 377, y poco después enfrentaban en la batalla de Ad Salices (en latín «en
los Sauces») al ejército reunido por Ricomero, Trajano y Profuturo. El combate
terminó indeciso y con gran número de bajas para ambos bandos. Después los
romanos se refugiaron en Marcianópolis y los germanos lentamente avanzaron
hacia el sur en su persecución, una vez llegados a esa ciudad se sumaron a su
hueste un importante grupo de jinetes alanos y hunos. Ricomero volvió a la
Galia por refuerzos y Valente ordenó a Saturnino aislar a los tervingios en las montañas, esto hubiera sido posible de no
ser por la llegada de los greutungos, alanos y hunos, los bárbaros volvían a
saquear a placer la región. Entre tanto Frigérido, gobernador de Panonia leal a
Graciano, quedó a cargo de proteger Beoria después de haber traído refuerzos
tiempo atrás junto a Ricomero. Finalmente, decidió volver a Panonia, durante el
viaje de regreso se encontró una poderosa banda de taifalos y greutungos
encabezada por Farnobio, quien había cruzado el Danubio con
Aleteo y Sáfrax, pero se había separado para atacar la desprotegida Iliria. La
mayoría de los invasores murieron, incluido su comandante, los sobrevivientes
se rindieron y fueron enviados a ser peones en el norte italiano.
Para
ese entonces era obvio para todo mundo que sólo una campaña militar de grandes
proporciones podría expulsar a los godos de Tracia, pero era obvio que
Fritigerno no se quedaría sin hacer nada mientras los emperadores romanos se
coordinaban. El jefe godo sabía que tenía que
actuar o sería aniquilado en un movimiento de tenazas.
El
plan de contraataque romano. Graciano decidió partir con un poderoso ejército a auxiliar a su tío, pero esto
fue aprovechado por los alamanes para incursionar en la Galia a comienzos de
378. A pesar de ser rechazados, el clan de los lentienses cruzó el Rin y
Graciano debió dar media vuelta y guerrear con ellos. En la batalla de
Argentovaria los bárbaros terminaron aplastados. Este evento comprobó a
Graciano que estaba obligado a dejar un gran porcentaje de sus fuerzas en la
Galia, reduciéndose mucho la ayuda que lideraría al este. Durante su marcha, los
romanos occidentales sufrirán una emboscada a manos de los alanos.
Es
que en efecto, los godos no eran la única amenaza al territorio romano. Hunos y
alanos representaban también una amenaza y algunas ya asaltaban la frontera
danubiana, los cuados, los taifalos, los alamanes y los francos querían cruzar
la frontera para refugiarse de los nómades orientales y saquear el débil, pero
muy rico Imperio. Para empeorar la situación, los
sasánidas solo respetarían el acuerdo si gran cantidad de tropas romanas, en
preferencia las mejores, se quedaban en Armenia. Ante el enorme problema, los
romanos necesitaban ganar tiempo para reunir un ejército poderoso. El
comandante elegido para tal misión fue Sebastián, quien escogió 2000 hombres
para llevar a cabo una exitosa campaña de guerrillas. El general romano conseguiría expulsar las partidas de godos
de los alrededores de Adrianópolis, acabando con algunas y las contenía en un
área restringida. Esto obligó a Fritigerno a reunir
sus fuerzas y moverse a Cabyle, por el otro bando, Valente ya tenía todo su
ejército reunido en Melantias y decidió marchar sobre Adrianópolis.
Durante
la marcha Sebastián se unió al grueso de la tropa romana que acampo a las
afueras de la ciudad. Enterado, Fritigerno decidió
intentar dar un rodeo y apoderarse de Niké, pueblo entre Adrianópolis y
Constantinopla; de tener éxito podría dejar sin suministros al emperador. Sin
embargo, no consiguió llegar a Niké, el Emperador se dio cuenta antes y se
preparó para la batalla.
El
núcleo de su fuerza de combate fueron las veteranas legiones palatinae,
apoyados por los auxilia palatinae y los limitanei y comitatenses. Sin embargo,
mientras la importancia de la caballería aumentaba en el ejército imperial el
equipo y disciplina de los infantes había decaído en calidad desde épocas
clásicas como durante las guerras marcomanas, a pesar de que el papel decisivo
en las batallas seguía en manos de la infantería. Las armas y protecciones de cada soldado eran muy distintas, la conocida
lorica segmentata había sido reemplazada por la menos eficiente cota de malla;
la clásica espada corta romana, el gladius, había sido desplazado por una mucho
más larga, la spatha, siendo sustituida la estocada por el tajo; y la jabalina
de los legionarios, llamada pilum, había prácticamente desaparecido.
Valente
dejó el tesoro imperial destinado a financiar la campaña a salvo en
Adrianópolis, y llamó a sus principales lugartenientes a un concejo de guerra
para resolver si combatir o no. Su fuerza era probablemente superior a los 20
000 combatientes, sin embargo, debió dejar una guarnición importante en la
urbe. Aunque el historiador británico Arnold Hugh Martin Jones defendió la cifra de 60 000 romanos, usando los datos
proporcionados por la Notitia dignitatum, aunque actualmente es muy criticado,
rebajando el tamaño del ejército de Valente a un cuarto o un tercio de lo que
decía Jones.
Según
los exploradores la hueste goda no disponía de más de 10 000 guerreros, era la
oportunidad de acabar con los germanos antes de que se escabulleran, pero el
César estaba dubitativo. Es posible que el Emperador dispusiera de entre 15 000
y 20 000 soldados disponibles para ir al campo de batalla, aunque probablemente la primera cifra se
acercara más a la realidad ya que disponer de una aparente ventaja numérica de
dos a uno Valente no hubiera dudado en atacar. Lo que desconocía el Emperador era que gran parte de la caballería
bárbara estaba pastando fuera de la vista de sus exploradores. También estaba la posibilidad de esperar a
Graciano y su ejército (posiblemente similar al suyo, 15 000 a 20 000, aunque
no podía llevar a la mayoría consigo tan lejos de sus fronteras), quien había
enviado mensajeros pidiéndole a su tío que tuviese paciencia, sin embargo, el
contingente que lo seguía debía ser bastante limitado, Valente sabría que de
esperarlo tendría solo un pequeño apoyo militar, pero al precio de compartir la
gloria de una victoria. Finalmente,
primo la opinión de parte importante de sus generales y cortesanos y el César
se decidió por atacar.
Los
tervingios habían recolectado las armas de los romanos muertos en los
enfrentamientos anteriores y se les unieron numerosos contingentes de
greutungos, alanos y hasta hunos, principalmente como caballería. Además, contaban con gran cantidad de desertores, esclavos
fugitivos y otros romanos incorporados a sus filas.
Historiadores
romanos cifraron la masa de refugiados en un millón de personas de las que
hasta un quinto eran guerreros, sin embargo, la
cifra es considerada por muchos historiadores modernos una exageración. Aunque algunos historiadores modernos han estimado que hasta
75 000 a 300 000 tervingios cruzaron el Danubio inicialmente, es bastante
probable que fueran mucho menos, aun teniendo en cuenta que se sumaron
contingentes de otras tribus, especialmente greutungos. Gabriel estima el
tamaño de cada pueblo germánico en un promedio de 35 000 a 40 000 almas,
incluidos 5000 a 7000 guerreros (pudiendo llegar a levantar huestes de 60 000
combatientes con sus coaliciones).
Según Jones, las grandes confederaciones de tribus germánicas sumaban 50 000
hasta quizás 100 000 gentes en promedio, mientras que los pueblos más pequeños
apenas llegaban a 25 000. La mayoría de los eruditos consideran que las
diversas hordas bárbaras que invadieron el Imperio tenían entre veinticinco y
noventa mil miembros, de los que una quinta parte podían empuñar un arma. Según
Eutropio eran 200 000, estos sirvieron a
Lenski para afirmar que no es imposible que los tervingios fueran 80 000 (15
000 a 20 000 guerreros) a los que podía agregarse otro tanto de greutungos y 20
000 a 30 000 hunos, alanos y taifalos.
Se ha
calculado la población goda en 60 000 ó 75 000 al norte del Danubio, un cuarto
o un quinto hombres adultos. Pero en este
caso se debe considerar que numerosos godos fueron muertos o esclavizados por
los hunos, y que contingentes como los seguidores de Atanarico y Farnobio no
pudieron unirse a Fritigerno. Quizás fueran
unas 30 000 a 35 000 personas transportadas en
2000 o 5000 carromatos, siempre necesitados de provisiones, avanzaban
lentamente. Según Jones serían treinta o
cuarenta millares. Según Goldsworthy eran cuarenta o
cincuenta mil, incluyendo familias, personas que buscaban vivir mejor en el
Imperio y bandas de guerreros (con pocos no combatientes) que deseaban
enriquecerse como mercenarios. Debe mencionarse que este contingente no incluía
puramente tervingios ni a todos los tervingios (del mismo modo que no todos los
greutungos se les unieron). A pesar de lo
que digan fuentes antiguas de que cada noche los godos formaban un solo gran
círculo con sus carromatos (gótico laager) con sus familias y animales al
interior, sin embargo, esto hubiera sido demasiado lento para formar y muy
difícil de defender por su extensión. Lo
más probable es que los bárbaros al acampar formaran varios campamentos según
los diversos clanes, cercanos entre sí y todos alrededor de alguna fuente de
agua. Probablemente porque viajaban en
pequeños grupos comunicados entre sí, no en una gran columna.
Fuentes
clásicas hablan de 200 000 guerreros bárbaros, pero historiadores modernos consideran tamaña cifra una exageración. Aun
si tal cifra se hubiera referido a todo la horda germánica, es decir,
guerreros, familias y esclavos, lo máximo hubieran sido 60 000 hombres capaces
de empuñar un arma. Sin embargo, aún hay quienes
sostienen que 100.000 germanos presentaron batalla en Adrianópolis.
Según
MacDowall probablemente la horda germánica contara con poco más de 10 000
combatientes, tal vez 12 000. Al parecer los exploradores del Emperador no
estaban completamente equivocados. Jorgensen cree que eran hasta 15 000
guerreros, pero unos 4000 jinetes estaban pastoreando lejos del campamento
cuando Valente llegó. Según Burns, la
constitución del ejército germano pudo ser de 20 000 guerreros: 10 000
tervingios, 8000 greutungos y el resto alanos y hunos. Sin embargo, no todos
pudieron salir a enfrentarse a los romanos en el campo de batalla, puesto que
una fracción importante seguramente quedó protegiendo a sus familias, tal vez
unos 15 000 lucharon en Adrianópolis.
Jones cree que eran 10 000 guerreros tervingios al cruzar el Danubio. Goldsworthy esta de acuerdo con el anterior, pero sus fuerzas crecieron por la llegada de greutungos y esclavos fugitivos, probablemente godos, y hunos y alanos a los que prometió botín. Heather dice que es imposible que los godos sobrepasaran los 20 000 y seguramente eran muchos menos, dando una importante ventaja a Valente. También sugiere que muchos años después, en 416, los godos de Alarico I probablemente eran sólo 15 000, como mucho 20 000. En cambio, Décarreux sostiene que debieron ser 10 000 efectivos en la batalla, aunque probablemente habrían crecido a 20 000 o 25 000 (para 100 000 personas en total) cuando saquearon Roma en 410.
Jones cree que eran 10 000 guerreros tervingios al cruzar el Danubio. Goldsworthy esta de acuerdo con el anterior, pero sus fuerzas crecieron por la llegada de greutungos y esclavos fugitivos, probablemente godos, y hunos y alanos a los que prometió botín. Heather dice que es imposible que los godos sobrepasaran los 20 000 y seguramente eran muchos menos, dando una importante ventaja a Valente. También sugiere que muchos años después, en 416, los godos de Alarico I probablemente eran sólo 15 000, como mucho 20 000. En cambio, Décarreux sostiene que debieron ser 10 000 efectivos en la batalla, aunque probablemente habrían crecido a 20 000 o 25 000 (para 100 000 personas en total) cuando saquearon Roma en 410.
En
resumidas cuentas, la mayoría de los autores actuales cree que Fritigerno tenía
más de 10 000 combatientes y no más de 20 000.
Desarrollo
de la batalla. El 9 de agosto de 378 Valente inicio su marcha hacia el
campamento de los godos, llegando cerca de las 14:00 horas, con sus tropas
agotadas por recorrer unos 13 km bajo su ardiente sol veraniego y mediterráneo.
A pesar de dicho factor ordenó a su ejército tomar posiciones para el combate,
mientras la vanguardia (parte de la caballería) formaban una pantalla.
Los
jinetes romanos se ubicaron en los flancos, mientras la infantería pesada y los
auxiliares se desplegaron en el centro de la línea. Al contemplar esto
Fritigerno opto por intentar ganar tiempo parlamentando mientras enviaba
mensajeros a su caballería, que en ese entonces estaba lejos pastando; un
sacerdote fue enviado ante el Emperador, pero fue devuelto a los germanos. Los bárbaros, ya conscientes que tendrían que luchar,
dejaron a sus familias tras las líneas defensivas de carromatos y salieron al
campo abierto para luchar. Entre tanto, Fritigerno intentó nuevamente dialogar
con el Emperador, mientras que unidades de escaramuzadores romanos tanteaban
las posiciones godas para impedir ataques sorpresivos o descubrir posibles
emboscadas y sus puntos débiles. Una de estas unidades, al mando de Casio y Bacurio empezó el combate con el enemigo en
el ala derecha de la línea romana, pronto toda la caballería romana de dicho
flanco se vio involucrada y acabó rechazada. Para
empeorar las cosas para el César, la caballería bárbara a cargo de Aleteo y
Sáfrax llegó en esos momentos poniendo en fuga a sus contrincantes.
En
esos precisos momentos los tervingios se decidieron por atacar a la infantería
romana en el centro, aprovechando que ésta todavía no había terminado de
desplegarse. Tras una lluvia de flechas y
jabalinas, la moral de los romanos se derrumbó y aunque los legionarios del ala
izquierda consiguieron abrir una brecha entre sus enemigos en su línea, pero,
como la caballería no había logrado desplegarse, no pudieron aprovechar ese
éxito. Cuando la caballería goda atacó ese sector del ejército enemigo los
jinetes romanos lograron hacerlos retroceder hasta la barricada de carromatos,
pero al no contar con el apoyo de la caballería que había quedado de reserva
producto del caos tuvieron que terminar huyendo. Fue entonces que vino el desastre, la caballería bárbara aprovechó para
flanquear el centro de la línea romana y los legionarios y auxiliares que
combatían a pie se vieron rodeados. Algunas unidades rompieron filas y huyeron,
siendo cazados por los jinetes enemigos; otras, como los veteranos lanciarii y
matiarii, permanecieron firmes alrededor del César hasta que una flecha acabó
con su vida, otra versión del fin de Valente dice que sucedió en una pequeña
granja cercana donde se refugió hasta que los godos le prendieron fuego con
todos adentro. El cuerpo del Emperador jamás fue encontrado.
Consecuencias.
La derrota del ejército de Constantinopla le había costado la vida a su
emperador, a los generales Sebastián y Trajano, a 35 tribunos y a dos tercios
del ejército. Al menos, diez mil,
probablemente doce a quince mil soldados romanos caídos, quizás veinte mil. Graciano, enterado del destino de su tío,
simplemente dio media vuelta a defender su propio imperio.
Por
su parte, los godos aprovecharon de marchar inmediatamente contra Adrianópolis,
deseosos de apoderarse del tesoro imperial, pero sus repetidos asaltos serán
rechazados por la guarnición local y los supervivientes. Aunque muchos romanos desertaron, incluyendo los candidati,
la guardia personal de Valente, nunca lograron que les abrieran las puertas y
Fritigerno se decidirá por dirigirse a Perinto (actual Mármara Ereglisi, Turquía).
Desde ahí fueron contra la propia Constantinopla, pero tras contemplar sus
sólidas defensas y sufrir una sangrienta salida de unidades de mercenarios
sarracenos contra su campamento.
La
escasez crónica de víveres que sufrían los bárbaros hizo que se dirigiesen
primero a Tracia, luego Iliria y finalmente a Dacia. Este respiro fue
aprovechado por Graciano para imponer orden en
Constantinopla.
La
primera y obvia consecuencia de la aplastante derrota del Imperio romano de
Oriente fue el trono vacante que Valente dejó en Constantinopla. Antes de que
el caos se adueñase de Oriente, el emperador de Occidente y sobrino del
difunto, Graciano, encargó su gobierno al general
hispano Flavio
Teodosio, que fue
coronado en 379 y llegaría a ser conocido como Teodosio el Grande. Teodosio adquirió el trono de
Occidente años más tarde y fue el último hombre que gobernó el Imperio romano
en su totalidad. Teodosio dirigió personalmente una nueva campaña contra los
godos que terminó al cabo de dos años, tras los cuales consiguió derrotarlos y
negociar un pacto en 382 con su nuevo jefe, Atanarico, que volvía a restituirlos como foederati en Moesia.
Fritigerno no es mencionado, es posible que hubiera muerto o perdido el
liderazgo que ejercía entre los germanos.
Aunque
el nuevo pacto supuestamente devolvía la situación al statu quo inicial, lo
cierto es que ya nada volvería a ser igual para los godos ni para los romanos.
Tras Adrianópolis, los visigodos fueron plenamente conscientes de su fuerza y
continuaron extorsionando a los romanos cada vez que les parecía conveniente.
El que llegó más lejos con esta política fue Alarico I, que incluso aspiró a ocupar algún cargo importante en el
gobierno del Imperio de Oriente. Al no ver resueltas sus demandas, sometió a
los Balcanes a una nueva política de saqueos, llegando a entrar en Atenas. Sólo
cesó en su empeño cuando Rufino, el
prefecto del pretorio del hijo de Teodosio, Arcadio, le reconoció como magister militum de la provincia de
Iliria. Las desavenencias de Alarico con sus
nuevos vecinos occidentales (que no reconocían el gobierno de Oriente ni el de
Alarico sobre Iliria) conducirían en último término al saqueo de Roma en 410.
La
derrota de Adrianópolis tuvo también sus consecuencias en la forma romana de
hacer la guerra. Tras la masacre romana, fue imposible recuperar el número de
soldados y oficiales perdidos en la batalla y hubo que reestructurar el
ejército, abandonando el clásico sistema de legiones. A partir de entonces (fue
Teodosio quien exportó el nuevo modelo a Occidente), el ejército romano se
dividió en pequeñas unidades de limitanei (guardias fronterizos, muchas veces
bárbaros federados) dirigidas por un duque (dux) que gobernaba una zona
fronteriza desde una fortaleza particular, más un ejército móvil (comitatenses)
que se desplazaba de un lugar a otro según apareciesen los problemas. Este nuevo sistema de defensa sería el embrión del futuro
sistema feudal vigente durante la Edad Media. La batalla de Adrianópolis
también demostró la eficacia de la caballería en la guerra, por lo que su
número aumentó en los nuevos ejércitos en detrimento de la infantería. Las nuevas unidades de caballería solían estar formadas
asimismo por mercenarios bárbaros, fundamentalmente hunos, sármatas o persas,
que combatían con espada larga y lanza y fueron a su vez los precursores de los
caballeros medievales.
La
presión demográfica de las tribus germánicas finalmente se desataba sobre el
debilitado Imperio. La población de estos bárbaros había crecido constantemente
de uno o dos millones en tiempos del Principado, duplicándose para la época de
Valente. Finalmente, las grandes
confederaciones tribales empezaban a asentarse en territorio romano (cincuenta
o sesenta millones de habitantes, la mitad en Europa). Los visigodos acabaron en Hispania (posiblemente setenta u
ochenta mil), los ostrogodos en Italia (quizás apenas cuarenta mil), hérulos y
suevos (veinticinco a treinta y cinco mil cada uno) en Italia y Gallaecia
respectivamente. Eran muy pocos en comparación a las
enormes poblaciones que invadieron.
Finalmente,
el caos ocasionado por los godos en Adrianópolis fue aprovechado por los hunos
para cruzar el Danubio e imitar la política de saqueos y extorsiones que tan
buenos resultados había dado a los godos. La victoria se había vuelto un
ejemplo para el resto de las tribus que el Imperio era vulnerable, motivando a
muchos a invadirlo y exigir tierras donde asentarse.
En
diciembre de 405 el río Rin se congela y 100 000 a 200 000 suevos, alanos y
vándalos (silingos, lacringos y asdingos o victovales) al mando de Radagaiso invaden la Galia. Tenían 20 000 a 30
000 guerreros.Los romanos movilizaron unos 15 000 soldados para detenerlos,
además de contingentes de alanos capitaneados por Saro y hunos de Uldin. Por entonces, el Imperio occidental
contaba con 136 000 limitanei y 130 000 comitatenses, y el oriental 104.000 de
los primeros y 248 000 de los segundos.
Cruzaron cerca de Moguntiacum (actual Maguncia), pero
tras años de saqueo en la Galia los romanos contratarían a los ya llamados
visigodos, que aportaron 12 000 efectivos para acabar con estas tribus. La
lenta persecución terminaría por llevar a los godos a Hispania. Cuando Atila
llegó al trono huno en 434, esta política era algo común para su pueblo, y fue
él quien la llevó a su máxima expresión acelerando la caída del Imperio romano
de Occidente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario