La
batalla del monte Olimpo se libró en el año 189 a. C. entre los gálatas de Asia
Menor y la alianza romano-pergamenea. La batalla terminó en una aplastante
victoria aliada. Tito Livio es la principal fuente de esta batalla, y su
descripción se puede encontrar en el volumen 38, capítulos 17-23.
En
191 a. C., Antíoco III del Imperio seléucida invadió Grecia, como consecuencia,
entró en conflicto con los romanos, que lo derrotaron en Grecia y lo siguieron
en su retirada a Asia Menor. En Asia Menor, los romanos, con sus aliados de
Pérgamo, derrotaron a Antíoco en la batalla de Magnesia. La derrota obligó a los seléucidas a pedir la paz y
abandonar sus dominios en Asia Menor.
En
189 a. C., Escipión Asiático fue sustituido como cónsul de Cneo Manlio Vulsón.
Uno de sus objetivos era el de hacer cumplir el tratado que Escipión había
firmado con Antíoco. Cuando llegó, se dirigió a las tropas y las elogió por su
victoria sobre los seléucidas y propuso una nueva guerra, una guerra contra los
gálatas de Asia Menor.
El
pretexto que utilizó para la invasión fue el que los gálatas habían aportado
soldados al ejército seléucida en la batalla de Magnesia. La razón principal
para la invasión fue el deseo de Manlio de hacerse con las riquezas que los
gálatas habían acumulado durante sus más de 100 años de estancia en la región
que habitaban, además de conseguir gloria para sí mismo.
A
Vulsón se sumó Átalo desde Éfeso, el hermano del rey Eumenes II de Pérgamo.
Átalo trajo consigo algunos infantes y caballeros. Con estos refuerzos, Vulsón
comenzó su marcha hacia el interior. Durante la marcha a través de Asia Menor,
Vulsón exigió tributos a las ciudades a las que llegaba a lo largo del camino,
y se inmiscuía en sus conflictos internos.
Cuando
el ejército llegó a la frontera con Galacia, el cónsul dirigió una alocución a
sus tropas acerca de la guerra inminente y luego envió una delegación a
Eposognato, cacique de los tectósagos, una de los tres tribus gálatas. Los enviados regresaron y respondieron que el jefe de los
tectósagos suplicaba a los romanos que no invadiesen su territorio. También
afirmó que iba a tratar de forzar la sumisión de los demás caciques.
La
batalla comenzó con el lanzamiento de proyectiles y hostigamiento por tropas
ligeras, al igual que muchas batallas libradas por la República romana. Tito
Livio afirma que los gálatas fueron mal desde el principio, eran incapaces de
protegerse de los numerosos proyectiles lanzados contra ellos. Trataron de
responder con piedras, pero no sólo no eran muy diestros lanzándolas, sino que
además las piedras eran demasiado pequeñas para ser un arma eficaz.
Tito
Livio pasa a describir el pánico y la desesperanza de los gálatas,
aparentemente atrapados en una guerra de proyectiles: un tipo de guerra para el
que no estaban preparados. Cuando los gálatas se apresuraron a cargar contra la
infantería ligera, los vélites romanos, en una situación rara vez descrita, se
enzarzaron en el combate cuerpo a cuerpo contra la turba histérica de gálatas
armados con espadas.
Los
estandartes de las legiones comenzaron a avanzar sobre los galos, lo que hizo
que cayeran en el pánico y se retiraran a su campamento. Los romanos ocuparon
las colinas circundantes y atraparon a su enemigo, momento en el cual el cónsul
ordenó a sus soldados que descansaran temporalmente. Durante este tiempo, la
infantería ligera reunió los proyectiles que encontró en los alrededores del
campo de batalla y se preparó para un segundo ataque. Los gálatas se prepararon
para el asalto colocándose en frente de los muros de su campamento, ya que el
campamento en sí no era lo suficientemente sólido para servir como
fortificación.
El
cónsul, una vez más, ordenó a la infantería ligera dar comienzo a la batalla,
hostigando despiadadamente el campamento gálata, donde había también mujeres y
niños.
En
este punto, la infantería pesada inició su carga, lanzó sus jabalinas, lo que
causó aún más pánico. Los galos huyeron del campamento en todas las
direcciones, y el cónsul ordenó que se los persiguiera. Por último, la
caballería no había desempeñado ningún papel en la batalla, pero se sumó en ese
momento a la búsqueda, capturando y matando a muchos gálatas.
Como
señala Tito Livio, fue difícil calcular el número de muertos por lo dispersos
que se hallaban los cadáveres (tras la huida del campamento). La victoria trajo
mucho botín para la República romana y para todos los soldados que tomaron
parte.
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