Cuando los romanos sitiaron la ciudad griega de Siracusa, en
Sicilia, en 214-211 a. C. , los inventos de Arquímedes los mantuvieron a raya
durante mucho tiempo: en efecto, gracias a los artificios del sabio los griegos
podían suspender en alto las naves romanas con un garfio ( haciendo de paso que
los marineros salieran por los aires), hundirlas lanzando proyectiles enormes o
quemar las velas haciendo que los rayos del sol se reflejaran en planchas de
metal.
Los romanos se sintieron tan intimidados por las máquinas de
Arquímedes que salían huyendo en cuanto veían que sobresalía de las murallas un
rollo de cuerda o un madero.
( Plutarco en "Vida de Marcelo")
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