miércoles, 20 de mayo de 2015

TRAS LA TOMA DE ATUATUCA POR CAYO JULIO CÉSAR




Dentro de la oppidum de los atuatucos César encontró los tesoros tribales de los cimbros y los teutones, los montones de objetos y lingotes de oro que habían llevado consigo siglos atrás cuando emigraron de las tierras de los escitas, ricas en oro, esmeraldas y zafiros, y que luego habían dejado en Atuatuca. El general tenía derecho a quedarse con todos los beneficios de la venta de esclavos, pero el botín pertenecía al Tesoro y a cada escalón del ejército, desde el comandante en jefe hasta los soldados rasos. Aun así, cuando se hubieron hecho los inventarios y la gran caravana de carretas que transportaban el botín iba de camino hacia Roma bajo una fuerte vigilancia para almacenarlo hasta el día en que el general hiciese su desfile triunfal, César comprendió que sus preocupaciones económicas se habían acabado de por vida. La venta de la tribu de los atuatucos como esclavos le había proporcionado un beneficio neto de dos mil talentos, y la parte del botín que le correspondía le daría todavía más que eso. Sus soldados rasos se convertirían en hombres ricos, y sus legados estarían en condiciones de comprar su camino hacia el consulado.




Y eso había sido sólo el principio. Los galos extraían plata de las minas y lavaban y cribaban el oro aluvial en los ríos que descendían desde el macizo Cebenna. Eran artesanos consumados y herreros inteligentes; incluso un montón de ruedas de hierro o barriles bien curvados, una vez confiscados, representaban dinero. Y cada sestercio que César enviaba a Roma incrementaba su valía y su posición pública: su dignitas.



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