lunes, 11 de mayo de 2015

LOS TRES JUICIOS DE SÓCRATES


El filósofo ateniense Sócrates, que además fue el instructor de grandes maestros como Platón o Aristóteles, ese último el maestro de Alejandro Magno, fue uno de los hombres más influyentes de su tiempo. El oráculo de Delfos diría de él que sería el hombre más sabio de toda Grecia, aunque él se definió con su famosa frase: «Yo sólo sé que no sé nada». Y murió bebiendo ante sus íntimos una copa con un brebaje derivado de un veneno de cicuta, ya que fue juzgado y condenado a muerte por un tribunal. 


Decían de él que tenía una gran facilidad de palabra, y un gran sentido de la ironía haciendo preguntas para ir a fondo de las cosas. Existe una anécdota poco conocida de él, que por lo interesante, la explico a continuación: 


Como todos saben en la Antigua Grecia, Sócrates tenía una gran reputación por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos. Un día uno de sus discípulos se encontró con el gran maestro y le dijo: ¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?. 

Espera un minuto -replicó Sócrates-. Antes de decirme nada quisiera que pasaras un pequeño examen.  Yo lo llamo el examen de las tres cuestiones. 


-¿Tres cuestiones? 

Correcto -continuó Sócrates-. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea considerar tres veces lo que vas a decir, es por eso que lo llamo el examen de las tres cuestiones. La primera cuestión es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?. 

No -dijo el hombre-, realmente solo escuché sobre eso y... 


Está bien -dijo Sócrates-. Entonces realmente no sabes si es cierto o no. Ahora permíteme aplicar la segunda cuestión, la cuestión de la bondad. ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo? 

No, por el contrario... 


Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto.  Pero podría querer escucharlo porque queda una cuestión: la cuestión de la utilidad. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo? 

No, la verdad es que no. 

Bien -concluyó Sócrates-, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, e incluso no es útil ¿para qué querría saberlo?




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