Sintiendo próximo su fin, Trajano había designado como sucesor a su sobrino Adriano, influido en la elección por su mujer, Plotina, que denotaba una fiel amistad hacia su pariente.
La prudente elección del viejo emperador elevó a la púrpura imperial a uno de los hombres más eminentes que jamás la alcanzaron.
Adriano, que tenía a la sazón 40 años, había nacido, como su tío, en Itálica (Hispania).
Pero llegado a Roma cuando aún era un adolescente, había sido iniciado en todos los refinamientos de la cultura griega:
Aquel joven lleno de vida y de curiosidad se interesó por la música, por la pintura y por la poesía, además de haber estudiado matemáticas, medicina y filosofía.
También había aprendido a vestirse bien, a perfumarse, y a disipar con desenvoltura su juventud y su fortuna.
Sin embargo, habiendo sido nombrado tribuno en el curso de la campaña contra los dacios, se había comportado con tanto valor que el emperador, entusiasmado, le concedió por esposa a su propia sobrina, pero la unión con la hermosa Vivia Sabina no pasó de ser puramente formal y estéril.
Adriano se convirtió en el colaborador más devoto de Trajano, que después de haberle puesto a prueba durante diez años, le consideró digno de sucederlo.
El que se sentó en el trono de César era un hombre apuesto: Alto, de cabellos rizados y con una abundante barba que ocultaba algunas imperfecciones que afeaba la parte inferior de la cara.
Su carácter era complejo, frecuentemente amable, pero algunas veces salvaje, casi cruel.
En su refinamiento, amaba el lujo, pero no las orgías a la moda, divertiéndose en compañía de amigos a los que reunía en pequeñas comidas íntimas.
Sus aficiones filosóficas le llevaron hacia el estoicismo de Epicteto.
Jamás hubo, sin embargo, un monarca que, consagrándose al bien de su pueblo con tanto ahínco, consiguiese cumplir tan perfectamente su tarea.
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ADRIANO DIRIGE LOS TRABAJOS DEL TEMPLO DE VENUS
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ESCULTURAS DEL EMPERADOR ADRIANO:
Amo a este emperador.
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