domingo, 27 de julio de 2014

GUERRAS PÍRRICAS





Los elefantes de Pirro 




Desde hacía un siglo, griegos y cartagineses se enfrentaban en Sicilia. Dionisio, tirano de Siracusa, había resistido a Cartago. 


Tarento estaba amenazada por la presión de los pueblos de Apulia.



Envidiosas de su riqueza, las ciudades griegas del sur aceptaron la alianza romana. 



Todas las fuerzas de Grecia habían sido dirigidas hacia Oriente como consecuencia de la expedición de Alejandro Magno, y no podían acudir en ayuda de las ciudades hermanas de Italia.



Tarento quiso resistir. Era una gran metrópoli, orgullosa de su industria, de su comercio y de su arte. Para defenderse, apeló a Pirro, rey de Epiro, un príncipe montañés embebido por la Ilíada, que, por su sangre macedónica, soñaba con renovar las hazañas de Alejandro.



Pirro desembarcó en el año 280 a. de J.C. y combatió contra los romanos, que por primera vez se encontraron frente a una formidable máquina de guerra: Los elefantes. 



Estos, cargando contra las legiones, las pusieron en fuga.



Al año siguiente, el rey de Epiro alcanzó una nueva victoria, pero por dos veces, a pesar del triunfo, sufrió gravísimas pérdidas y, aunque sabía vencer al enemigo, no sabía sacar después una ventaja inmediata.



Roma recibió entonces una ayuda inesperada: Cartago quería apoderarse de Siracusa, y la ciudad siciliana recurrió a Pirro, que marchó contra los cartagineses, volviendo después a Italia.



Pero esta vez los romanos, habiéndose acostumbrado a los elefantes, aplastaron al ejército del rey de Epiro, en Benevento, en el año 275 a. de J.C.



Pirro, lleno de amargura, volvió a partir para Grecia, donde encontró la muertes tres años después, en Argos, en circunstancias oscuras.



 Antes de abandonar Sicilia había dicho: "¡Qué hermoso campo de batalla dejamos a los cartagineses y a los romanos!"



Tarento se rindió en el año 272 a. de J.C. Roma reinaba ya en la Italia meridional: Sicilia estaba muy cerca. 



Hasta aquel momento, Roma y Cartago habían mantenido buenas relaciones, confirmadas por cuatro tratados de alianza. 

Pero los aliados iban a transformarse ahora en enemigos implacables.



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