miércoles, 30 de julio de 2014

LOS TRIUNVINOS OCTAVIO, ANTONIO Y LÉPIDO SE REPARTEN EL IMPERIO





Antonio y Octavio se dividieron el mundo romano entre ellos, complementada con una «limosna» a Marco Emilio Lépido, sumo sacerdote y propietario de una gran facción senatorial. Sesenta años de intermitente guerra civil habían acabado por hundir a Roma en la bancarrota: el pueblo -y toda Italia- gemía con los pobres salarios y la escasez de trigo para el pan, aderezado por una cada vez mayor convicción de que aquellos que los gobernaban eran tan incompetentes como venales. Poco dispuesto a ver disminuido su estatus como héroe popular, Antonio decidió que se quedaría con la parte del león y le dejaría la pútrida carcasa al chacal de Octavio.




Así que, después de Filipos, los vencedores habían dividido las provincias para satisfacer a Antonio y no a Octavio, que heredó las partes menos deseables: Roma, Italia y las grandes islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega, donde se cosechaba el trigo para alimentar a los pueblos de Italia, que desde hacía mucho tiempo eran incapaces de alimentarse por sí mismos. Era una táctica muy acorde al carácter de Antonio, al asegurar que el único rostro que Roma e Italia verían sería el de Octavio, mientras que sus propias gloriosas hazañas en otras partes se comentarían asiduamente por Roma e Italia. A Octavio le quedaría recoger el odio, mientras él sería el esforzado ganador de laureles lejos del centro de gobierno. En cuanto a Lépido, tenía a cargo otra provincia triguera, África: el auténtico culo del mundo.



¡Ah, pero desde luego Marco Antonio tenía la parte del león! No sólo las provincias, sino también las legiones. Lo único que le faltaba era dinero, que esperaba exprimir de la eterna gallina de los huevos de oro: Oriente. Por supuesto, se había quedado con las Galias, que estaban en Occidente, habían sido pacificadas concienzudamente por César y tenían el suficiente dinero como para contribuir a sus próximas campañas. Sus fieles lugartenientes mandaban las numerosas legiones de la Galia; la Galia podía vivir sin su presencia.



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