miércoles, 30 de julio de 2014

EL SITIADO Y DESESPERADO VERCINGETÓRIX OBSERVANDO A CÉSAR DESDE LA ATALAYA DE LA SITIADA ALESIA


Los ojos de Vercingetórix siempre buscaban a César, que seguía montado a caballo y continuaba llevando aquella capa escarlata y ese fajín rojo rodeando su vientre, símbolo de su elevado imperium romano, trotando por todas partes muy atareado. ¡Qué soberbio artífice! La victoria era suya, pero estaban reparando las brechas en el perímetro romano, estaban preparando todo por si se producía otro ataque. Sus legiones lo habían vitoreado. En medio del gran esfuerzo que estaban haciendo, acosados por todas partes, lo habían vitoreado. 


Como si de verdad creyeran que mientras él montase en aquel caballo suyo de la suerte y ellos pudieran ver la capa escarlata, era imposible que perdieran. ¿Lo consideraban un dios? Bien, ¿y por qué no iban a hacerlo? Hasta los Tuatha lo amaban. Si los Tuatha no lo hubiesen amado, la Galia habría vencido. Un extranjero querido por los dioses de los celtas. Pero claro, los dioses de todas las tierras premian sobre todo la excelencia, y César era la personificación misma de la excelencia. ¡Qué hombre!....


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