domingo, 2 de febrero de 2020

MUERTE DEL EMPERADOR TIBERIO


El pueblo se alegró tanto por su muerte que, al primer anuncio de ella, unos corrían de un lado a otro gritando: «¡Tiberio, al Tíber!», otros rogaban a la madre tierra y a los dioses Manes que no otorgaran al muerto sede alguna sino entre los impíos, y otros amenazaban al cadáver con el garfio y las Gemonias, exasperados por el recuerdo de su antigua crueldad y por otra nueva atrocidad. Pues, como se había establecido por un decreto del Senado que el suplicio de los condenados se aplazara siempre hasta el décimo día, ocurrió casualmente que el día fijado para la ejecución de algunos de ellos era el mismo en que se anunció la muerte de Tiberio. Al implorar éstos ayuda a los ciudadanos, porque no había nadie a quien suplicar e interpelar por hallarse ausente todavía Cayo, los guardianes, para no hacer nada en contra de lo ordenado, los estrangularon y arrojaron a las Gemonias. Por eso creció aún más el rencor, como si la crueldad del tirano perdurara incluso después de su muerte. Cuando se comenzó a trasladar el cadáver desde Miseno, aunque muchos gritaban que era mejor trasladarlo a Átela y quemarlo a medias en el anfiteatro, fue transportado a Roma por unos soldados y quemado en la pira con exequias públicas. Había hecho el testamento por duplicado dos años antes, un ejemplar autógrafo y otro por mano de un liberto, pero ambos con el mismo modelo, y los había refrendado con la firma de personas incluso de la más baja condición. En él dejó como herederos a partes a» iguales a sus nietos Gayo, hijo de Germánico, y Tiberio, hijo de Druso, y ordenó que se sucedieran el uno al : otro respectivamente. Hizo también legados a muchas personas; entre ellas, a las vírgenes vestales, pero también a todos los soldados y plebeyos de Roma a título individual, e incluso, en otro párrafo aparte, a los jefes de los barrios.
 ( Suetonio en "Vida de Tiberio" )



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