sábado, 27 de agosto de 2016

SILA HABLA A UN JOVEN CICERÓN SOBRE LA CLASE ALTA ROMANA


Pensemos en esta Roma nuestra, Cicerón; en esta Roma de hoy y no en la de nuestros antepasados. Consideremos a los senadores, esos senadores de sandalias rojas envueltos en sus majestuosas togas, los senadores de las blancas literas, los blandos lechos y las blandas cortesanas, los senadores del privilegio, el poder y el dinero de las ricas mansiones dentro de los muros de Roma, las granjas en el campo, las villas en Capri y en Sicilia, los grandes negocios aquí y en el extranjero, esos senadores que toman baños calientes perfumados o duermen bajo los dedos aceitosos de los masajistas que cuidan de sus cuerpos corrompidos, y que se cubren de joyas y enjoyan a sus queridas antes de acudir a orgías y banquetes, al teatro o a las exhibiciones particulares de bailarinas desvergonzadas, cantantes, gladiadores, luchadores y actores. ¡Sí, pensemos en ellos!.


Hubo un tiempo en que sus antepasados, de los que la mayoría han heredado sus puestos, iban a pie a un tosco Senado construido de madera, para indicar su humildad ante el poder del pueblo y sobre todo, su humildad ante el poder de los dioses y de las leyes eternas. 


Y se sentaban, no en togas bordadas o en cojines sobre asientos de mármol, sino en bancos de madera hechos en casa y sus túnicas iba todavía manchadas por la inocente tierra o las señales de sus laboriosos trabajos. El cónsul del pueblo no era más que ellos. Cuando hablaban aquellos antiguos senadores, lo hacían con el acento de su patria; hablaban con hombría, sabiduría, veracidad, justicia y orgullo. Eran prudentes y desconfiaban de toda ley que no hubiera tenido su origen en las leyes naturales del corazón de la nación.


¡Mira a sus herederos!. ¿Crees que ninguno de nuestros modernos senadores cedería uno de los pilares de su poder y la mitad de sus fortunas para volver a llenar nuestro tesoro en bancarrota?. ¿Sus viles y extravagantes queridas, las ambiciones de sus esposas, su aduladora clientela, sus placeres ociosos y lascivos, su muchedumbre de esclavos y sus ricas mansiones, una parte de sus negocios, para salvar a Roma y devolverle la talla que tuvo en tiempo de sus padres?. Yo no lo creo.


Consideremos los censores, los tribunos del pueblo, los políticos. ¿Hay nadie que pueda vanagloriarse de ser más ladrón que esos representantes del pueblo, alguien que no venda su voto por el honor de sentarse a la mesa junto con patricios o besar la mano de la fulana de un poderoso seños?. ¿Quién es más traidor a un pueblo que quien jura que lo sirve?.



¡Mirálos!. ¿Crees que van a dejar de llenar sus arcas por mucho que les grites que hay que salvar a Roma?. ¿Van a dejar sus cómodos puestos de mando en nombre del pueblo y a servir a los ciudadanos que los eligieron sin temor o favoritismo?. ¿Van a denunciar al Senado o van a exigir que se respete la Constitución y se negarán a pasar ninguna ley que favorezca sus intereses?. ¿Van a gritar antes ¡Libertad! que no ¡Privilegio!?.

 

¿Van a exhortar al electorado a que practique de nuevo la virtud, la frugalidad y las virtudes familiares y que no pidan a los tribunos más que cosas justas?. ¿Se van a encarar con la plebe de Roma para decirle: "portaos como personas y no como un rebaño". ¿Encontrarías a uno solo de ésos entre los representantes del pueblo?. Yo, desde luego, no lo creo.



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