sábado, 27 de agosto de 2016

SILA HABLA A UN JOVEN CICERÓN SOBRE LA SUPUESTA CLASE BUENA ROMANA (OPTIMATES)


 

Y ahora consideremos a los romanos chapados a la antigua, hombres como tú, que siguen viviendo esta ciudad y en su país. Son los verdaderos herederos de todo aquello por lo que nuestros padres murieron. Blasonan de que tienen soldados entre sus familias, guerreros que cayeron muertos sobre sus escudos en el campo de batalla. Hablan con orgullo de Horacio y todos los héroes de Roma y se consideran como ellos. Sus hogares están adornados con viejas armas y trofeos de guerra y sus hijos llevan nombres altisonantes de hombres que ahora yacen entre el polvo. Encontrarás hombres de esta clase por todas partes, en todas las categorías sociales.


Pues bien, ¿podrías reunirme una docena de estos hombres y pedirles que defendieran conmigo el puente como Horacio y que dijeran a la plebe: "¡silencio!" y a los senadores: "¡honor, ley y justicia!" y a los individuos voraces de las casas de banca o de préstamos: "durante un cierto tiempo entregad vuestros beneficios en provecho de Roma"?. ¿Les dirían a los tribunos: "representadnos bien o abandonad vuestros cargos"?. ¿Se atreverían a decirme a mi o a mis generales: "marchaos, de modo que recuperemos nuestra libertad y la vigencia de nuestra leyes"?. ¿Queda todavía una docena de tales romanos chapados a la antigua que sean capaces de decir esto en voz alta y de sacrificar sus vidas, sus fortunas y su sagrado honor para volver a crear Roma a su imagen y semejanza?. Yo no creo que lo hicieran. Esos descendientes de héroes se han vuelto pusilámines y temen alzar la voz.


Pensemos en los granjeros que viven extramuros cultivando las tierras. Durante muchos años han vendido sus cereales a los graneros del gobierno, por lo que fueron bien pagados. Ellos mismos pidieron que se alimentara gratuitamente a los holgazanes. Los granjeros están contentos. ¿Qué les importa a ellos que nuestro tesoro esté en bancarrota?.


Y si uno les dijera: "granjeros romanos, la nación está arruinada y se halla en peligro. Os ruego que renunciéis a las subvenciones que hasta ahora os ha venido concediendo el gobierno, por vuestra propia voluntad, en honor a Roma. ¿Crees que alzarían las manos en señal de voto afirmativo?. Yo creo que no se mostrarían de acuerdo.


¡Mirame, Cicerón!. ¡Soy un soldado, el dictador de Roma!. Recuerda que estoy aquí, en esta casa, con todo ese poder, no porque yo lo quisiera ni lo hubiese soñado en mis fantasías.


Con sólo con que cien hombres respetables hubieran salido a mi encuentro a las puertas de la ciudad para decirme: "depón las armas, Sila y entra en la ciudad a pie y sólo como ciudadano romano", les habría obedecido dándoles las gracias. Por encima de todo, soy un soldado veterano y un viejo soldado respeta el valor y las antiguas leyes establecidas. Sin embargo, no salieron cien hombres a desafiarme a las puertas o para ofrendar sus vidas o sus espadas por la patria. No hubo ni uno siquiera cincuenta, ni veinte, ni cinco. ¡Es que no hubo ni uno!.


Si me fuera posible, ahora mismo, aunque eso me costara la vida, trataría de empezar a hacer de Roma todo lo que fue. Una Roma con sus leyes, sus virtudes, su fe, honestidad, justicia, caridad, virilidad, espíritu de trabajo y sencillez. ¡Pero ya sabes que moriría en el empeño en vano!. Una nación que se ha hundido en el abismo en que ahora se encuentra Roma, por su propia voluntad, su torpeza, su ambición y codicia, jamás sale de ese abismo. Jamás puede quitarse las mancha y señales de la lepra y el ciego no puede recuperar la vista; los muertos no vuelven a levantarse.



Piensan que soy malo, la imagen de la dictadura. Soy lo que el pueblo se merece. Mañana moriré como todos morimos. ¡Pero te digo que me sucederán otros peores!. Hay una ley que es más inexorable que todas las leyes hechas por el Hombre. Es la ley de la muerte para las naciones corrompidas y los esbirros de esa ley ya se agitan en las entrañas de la historia. Muchos de los que viven hoy, jóvenes lujuriosos e impíos, se saldrán con la suya. Y por eso decae Roma. 



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