lunes, 25 de diciembre de 2017

SÉPTIMA CARTA DE LUCIO PONCIO PILATOS AL EMPERADOR TIBERIO CLAUDIO CÉSAR

 


Lucio Poncio Pilatos a Claudio Tiberio César, salud.

 

Lo que temíamos, César, ha sucedido. Cuando Johanan comprendió que a través de medios pacíficos no lograría sus propósitos, decidió recurrir a la misma estrategia que su padre utilizó hace casi treinta años, es decir al ataque al templo de Jerusalén para adueñarse del tesoro y de las armas allí guardadas. Su padre, como recordarás tuvo éxito con esta estrategia en Séforis, la capital de Galilea y casi logró su cometido en Jerusalén.

 

Desde la tetrarquía de Filipo viajó por el este del Jordán y se presentó en Jericó, desde donde, después de ajusticiar a los soldados herodianos que había tomado en el camino, se dirigió hacia Jerusalén seguido de una gran multitud, armada con espadas y varas. En su recorrido las gentes le gritaban “Libéranos hijo de David”, lo cual indica que lo que esperaban era un ataque a la fortaleza Antonia y una liberación de los ocupantes extranjeros.

 

En lugar de atacar a los soldados romanos, Johanan atacó el Templo, el cual se encontraba bien protegido por las milicias al servicio de los sacrificadores, las cuales habían sido advertidas de su llegada. Parte de quienes le seguían se decepcionaron, pues no esperaban una guerra entre judíos sino una guerra de todos los judíos contra Roma. En conclusión, su acometida fue un fracaso y debió retirarse hacia el monte llamado de los olivos. En cualquier caso, su actitud comprobó que Claudia Prócula tenía razón, al creer que el objeto de su ira no era Roma sino la corrupción moral y religiosa de los saduceos y fariseos.

 

Tratando de evitar que la guerra entre facciones continuara, envié una cohorte a la prensa de aceite de Getsemaní, donde Johanan se había refugiado, y después de una breve batalla pudimos capturarlo.

 

Mi intención hubiera sido buscar alguna forma de compromiso entre las llamadas facciones “zelotas”, es decir celosas de la Ley de Moisés, y los saduceos y fariseos. Como recordarás, César, en mi primera carta te relaté como en una ocasión pude servirme de militantes zelotes para controlar una insurrección en Jerusalén y desde entonces he tenido contactos con miembros de este movimiento. Desgraciadamente ello no fue posible, por cuanto algunos seguidores de Johanan se resistieron al arresto de su líder y mesías y en la lucha fue vertida sangre romana, lo que no me dejó otra alternativa que condenar a muerte a Johanan y a algunos de sus guardaespaldas que pudimos atrapar con él, con gran pesar de Claudia Prócula, pero atendiendo mi obligación de prefecto romano.

 

Los sucesos que ocurrieron después son bastante inciertos. Cuando Johanan era conducido al norte de la ciudad, para ser crucificado en el montículo al que llaman gólgota, por su forma de calavera, una tropa de sus seguidores atacó a nuestros soldados y lograron liberarlo. El jefe de los atacantes, un tal Simón de Cirene fue capturado durante la revuelta y los soldados procedieron a crucificarlo en lugar de Johanan inmediatamente, lo cual obedeció a su ira del momento, pero nos impidió interrogarlo debidamente, de forma que durante unos cuarenta días perdimos el rastro de Johanan.

 

Cuando volvimos a saber de él, se encontraba organizando una nueva revuelta en Samaria. Fuimos informados de este nuevo levantamiento por algunos de sus seguidores, quienes abandonaron el movimiento por considerar que una rebelión en tierras de Samaria no podía tener ninguna posibilidad de extenderse hasta Jerusalén, dado el desprecio que los judíos sienten por los samaritanos. Esto nos permitió tomar acciones a tiempo y ahogar de raíz este nuevo levantamiento.

 

Para entender como y porque ocurrió este levantamiento, en tierra samaritana, donde menos lo hubiéramos podido esperar, es preciso que conozcas, César, que los samaritanos no creen en los mesías anunciados por los antiguos profetas de Israel, por cuanto para ellos los únicos libros de la Ley son los cinco libros más antiguos, a los que llaman la Torá, mientras que el anuncio del mesías liberador de Israel figura en los libros de los profetas, que ellos rechazan. Sin embargo, guiándose por el Deuteronomio, en el que Moisés afirma que “El Señor tu dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo, a él sí lo escucharás”, los samaritanos siempre han esperado un nuevo gran Profeta, restaurador religioso, cuya llegada iniciaría el retorno del favor de dios para Israel, un periodo de dicha al que llaman la Rahuta, que pondría fin al periodo de alejamiento del favor divino al que llaman la Fanuta. A este profeta y mesías lo denominan los samaritanos como “hijo de José”, para diferenciarlo del mesías judío llamado “hijo de David” (de la tribu de Judá). No se cómo logró Johanan, después de ser derrotado y escapar del suplicio en Jerusalén, convencer a estas ingenuas gentes de que él era el profeta anunciado por Moisés, el Taheb. Mis informes aseguran que los samaritanos creían que el Taheb descubriría el manuscrito original de su ley, escrito de puño y letra de Moisés y que Johanan ofreció a quienes le siguieran a la cima del monte sagrado, el Garizim, descubrirles esta manuscrito, momento en que se iniciaría la rebelión contra los ocupantes extranjeros y la nueva época de la Rahuta, por lo que debían acudir armados. Además, según crían los samaritanos, el Taheb debería llegar del desierto y la aparición de una estrella nueva y permanente en los cielos debía anunciar su nacimiento. Por esta razón, los seguidores de Johanan difundieron la leyenda de que su nacimiento había sido anunciado de esta forma y de que había pasado una época de su vida preparándose para su misión profética en el desierto. En cualquier caso, un número muy grande de gentes creyeron que el profeta anunciado por Moisés había llegado e iniciaron el ascenso del monte Garizim. Los desertores del movimiento nos habían alertado sobre los planes de Johanan, por lo que pudimos sorprenderlos al pasar por la aldea de Tirathaba y hacer una gran masacre entre ellos.

 

Johanan fue tomado vivo y decapitado sin mayor proceso, como reo contumaz, en el mismo lugar en donde lo prendimos. Para evitar dar mayor publicidad a estos hechos y evitar nuevos levantamientos, no clavamos el acta de acusación en ningún templo o edificio público, como es la costumbre, sino que la enterramos junto con su cadáver.

 

Y este es, César, el final de la historia de Johanan, conocido también como el mesías salvador (el mesías o cristo Jesús, que en hebreo se escribe Jeoshua y significa el salvador), como el mesías hijo de David por los judíos y como el profeta y mesías hijo de José (el patriarca) por los samaritanos. No puedo afirmar si será también el final de su movimiento zelote. Sus hermanos no se encontraban con él y no sabemos donde se hallan. Johanan murió y fue enterrado en el borde del monte Garizim, tal y como los samaritanos creían que ocurriría con el Taheb. Mientras se crea que fue el profeta anunciado por Moisés, muerto por Roma, su recuerdo no contribuirá al mantenimiento de la paz en esta región. Por eso pienso que lo mejor es que estos hechos sean olvidados lo antes posible.
 
 










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