martes, 20 de diciembre de 2016

ESPARTACO DERROTA A LOS PRETORES CAYO CLODIO GLABER, PUBLIO VARINIO Y LUCIO COSINIO


Cuando ya oscurecía, Espartaco había comprendido sin ningún género de duda que la expedición de castigo estaba formada por reclutas noveles y que el general era un pretor llamado Cayo Clodio Glaber, el Senado le había ordenado tomar cinco cohortes en Capua, a su paso por la ciudad, e ir en busca de los rebeldes para aplastarlos en su agujero del Vesubio.

 

Al amanecer, la expedición de castigo ya no existía. Espartaco había enviado durante la noche a sus grupos, que, descendiendo por las hendiduras, algunos hasta descolgándose con cuerdas, aniquilaron a las tropas romanas con rapidez y sigilosamente. 


Tan noveles eran los reclutas que se habían quitado la coraza, dejando apiladas las armas antes de acurrucarse en torno a los fuegos de campamento que delataban el lugar en que dormían; y tan novel era Cayo Clodio Glaber que pensó que la orografía era mejor que un campamento como es debido. 


Ya próximo el amanecer, los primeros que se despertaron comenzaron a percatarse de lo que sucedía y dieron la alarma. Y comenzó la estampida.

 

Espartaco lanzó un ataque masivo a la luz de las antorchas sostenidas por las mujeres. 


La mitad de las tropas de Glaber perecieron y la otra mitad huyó, dejando detrás corazas y armas. 


Con los fugitivos escaparon Glaber y sus tres legados.

 

Dos mil ochocientos equipos de infantería fueron a parar al escondrijo de la hondonada y Espartaco cambió el atavío de gladiador de su ejército en aumento por el de legionario romano y añadió los carros de Glaber a su convoy de pertrechos.


 Ahora llegaban voluntarios de todas partes, y casi todos excombatientes. Cuando la lista llegó a cinco mil, Espartaco decidió que la hondonada del Vesubio no daba para más y se dispuso a trasladar su legión.

 

Sabía exactamente a dónde ir.

 

Y fue por entonces cuando los pretores Publio Varinio y Lucio Cosinio sacaron dos legiones de reclutas del campamento de Capua y tomaron por la carretera de Nola. Cerca de la arrasada villa Batiato, se encontraron con una buena fortificación al estilo romano.


 Varinio, que ostentaba el mando, tenía experiencia y tampoco le faltaba a su lugarteniente Cosinio. Les había bastado echar un vistazo a la tropa para darse cuenta horrorizados de lo bisoña que era; apenas habían hecho instrucción. 


Para mayor dificultad de los pretores, hacía un tiempo frío, húmedo y ventoso y en sus filas hacía estragos una especie de infección respiratoria virulenta. 


Cuando Varinio vio la competente fortificación junto a la carretera de Nola, en seguida supo que era de los rebeldes, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que sus hombres no podrían asaltarla.


 Lo que hizo fue acampar las dos legiones en las cercanías.

 

Por entonces nadie sabía nombres ni datos de los sublevados, salvo que habían destruido la escuela de gladiadores de Cneo Cornelio Batiato (que en los libros figuraba como propietario), se habían refugiado en el monte Vesubio y a ellos se habían unido varios miles de descontentos samnitas, lucanos y esclavos. 

Por el desventurado Glaber se había sabido que ahora tenían en su poder todos los pertrechos de las cinco cohortes y que había alguien al mando con la suficiente destreza para aplastar cinco cohortes.

 

No obstante, por sus escuadras de exploradores, Varinio y Cosinio supieron que las fuerzas del campamento rebelde serían unas cinco mil personas, y que parte de ellas eran mujeres.


 Animado, Varinio dispuso a sus legiones en formación de combate a la mañana siguiente, convencido de que aun con tropas bisoñas y enfermas contaba con la superioridad numérica. Seguía lloviendo sin parar.
 

Al concluir la batalla, Varinio no sabía si achacar la derrota al pavor que la vista de los rebeldes había infundido a sus hombres o a la enfermedad que había inducido a muchos legionarios a soltar las armas y renunciar a luchar, clamando que no podían. El peor golpe fue que Cosinio había perecido al tratar de contener a un grupo que abandonaba el combate, y que los rebeldes se habían apoderado de mucho armamento. 


Era inútil perseguirlos bajo aquella lluvia hasta su campamento. Varinio ordenó dar media vuelta a sus mojadas y desmoralizadas tropas y regresó a Capua, en donde escribió al Senado con toda sinceridad, sin excusarse, pero sin ahorrar diatribas contra el propio Senado. En Italia, les dijo, las únicas tropas experimentadas eran las de los rebeldes.

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