miércoles, 24 de septiembre de 2014

CARTA DE CLEOPATRA A MARCO ANTONIO QUE SE ENCONTRABA EN ANTIOQUÍA




¿Qué quieres decir, Antonio, con un triunfo en Roma? ¿Estás loco? ¿Lo has olvidado todo? Entonces permíteme que te refresque la memoria.


Me juraste que regresarías de tu campaña a Armenia a mí en Alejandría, junto con el botín. Me juraste que exhibirías tu botín en Alejandría. No se dijo nada de un triunfo en Roma, aunque supongo que no estoy en condiciones de impedírtelo si debes hacerlo. Pero juraste que Alejandría vendría antes que Roma, y que tu botín me sería donado a mí, como reina y faraón. ¿Dime, qué le debes tú a Roma y a Octavio? Él trabaja contra ti incesantemente, y en cuanto a mí, soy la Reina de las Bestias, la enemiga de Roma. Lo dice cada día, cada día el pueblo de Roma se siente más furioso. No les he hecho nada pero al escuchar a Octavio, cualquiera creería que soy Medea y Medusa juntas. ¿Ahora vas a regresar a Roma y a Octavia para saludar afectuosamente al hermano de tu esposa y donar tu botín ganado tan duramente a una nación que lo utilizará para derribarme?


Creo que de verdad debes de estar loco, Antonio, como para perdonar los insultos que se me arrojan continuamente por Octavio y Roma y para querer congraciarte con los enemigos de Egipto al hacer un triunfo en medio de una carnada de serpientes romanas. Eres un hombre sin honor al abandonarme a mí, tu más leal aliada, amiga y esposa en favor de personas que se burlan de ti tanto como de mí, que te desprecian por ser mi títere, que creen que te visto con prendas de mujer y desfilo ante ti vestida con armadura de hombre. Dicen que eres Aquiles en el harén del rey Nicomedes, con el rostro pintado y las faldas ondulantes. ¿De verdad quieres exhibirte delante de unas personas que dicen tales cosas a tu espalda?


Juraste que vendrías a Alejandría, y yo te exijo que cumplas esa promesa, marido. Los ciudadanos de Alejandría y el pueblo de Egipto han visto a Antonio, sí, pero no como mi consorte. Abandoné mi reino para ir por ti a Siria, llevé conmigo toda una flota de consuelos para tus soldados romanos. ¿Puedo recordarte quién pagó por aquella misión de misericordia?


¡Oh, Antonio, no me falles! No me desprecies como has despreciado a tantas mujeres. Dijiste que me amabas, después te casaste conmigo. ¿Debo yo, faraón y reina, verme descartada?

( C. McC. )


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