La vida material
Tras las guerras púnicas, la vida romana evoluciona hacia el lujo y la comodidad. Los ricos se hacen construir lujosas viviendas (en Roma y provincias), y se alzan verdaderas ciudades de veraneo (p.e., Pompeya). El arte gastronómico (refinamiento y glotonería a la vez) progresa enormemente.
Las comidas se multiplican: Desayuno, primer almuerzo (prandium), almuerzo propiamente dicho (coena), cena y, a veces, una segunda cena. Los banquetes degeneran frecuentemente en orgías.
Pero estos excesos sólo atañen a los que son capaces de asumirlos; es decir, a los ricos. También hay en Roma una enorme masa de gente sencilla, de artesanos y de proletarios, que vive con una modestia rayana en la miseria.
Sin embargo, no parece que su suerte les subleve: conservan el orgullo de ser ciudadanos romanos (las verdaderas sublevaciones han sido, en general, obra de los esclavos).
Los humiliores se ganan la vida enrolándose en el ejército, dedicándose al pequeño comercio (la Roma imperial es una ciudad de pequeños tenderos) u ocupando funciones subalternas en la administración.
Puestos o paradas en un mercado romano.
Este pueblo se divierte en los juegos que le proporcionan -a menudo por demagogia- los emperadores (en Roma hay una fiesta cada dos días, como promedio).
No es el teatro -que casi se limita a farsas groseras y a pantomimas- lo que más atrae a los romanos, sino el circo, donde tienen lugar las carreras de carros, manifestaciones precursoras de las competiciones hípicas contemporáneas.
Existe un sistema de apuestas donde algunas veces se juegan verdaderas fortunas, y los aficionados romanos -igual que los actuales- siguen con apasionamiento el historial de los aurigas, la edad de los caballos, las marcas batidas por éstos, etc. Algunos aurigas son verdaderas "vedettes" que se cotizan a un precio de oro.
Es preciso citar, finalmente, los juegos de anfiteatro (no confundirlo con el circo), donde se celebran los combates de gladiadores, que son preparados en escuelas especiales con una disciplina muy severa.
Sin embargo, el éxito que tienen estos combates sangrientos y homicidas no debe ser considerado como un signo de "barbarie". Los romanos van a ver morir a los hombres de igual modo que algunos contemplan hoy la "suerte de matar" en las corridas de toros.
Los romanos, que antes ostentaban el poder, que distribuían las fasces, las legiones y todos los honores, descansan ahora, y su inquietud sólo pide dos cosas: pan y circo (panem et circenses).
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