Marco
Claudio Marcelo (en latín, Marcus Claudius Marcellus) fue un político y militar
romano de la República, nacido en 268 a. C. y muerto en 208 a. C. Fue uno de
los comandantes del ejército romano durante la Segunda Guerra Púnica y el
conquistador de la ciudad de Siracusa, en la isla de Sicilia.
Sabemos
muy poco de su vida temprana, el año de su nacimiento es incierto, pero puede
ser supuesto antes de 268 a. C., porque se señala que él estaba por encima de
sesenta años de edad cuando obtuvo su quinto consulado.
Plutarco
nos relata que fue entrenado en el servicio militar en su juventud, recibiendo
una educación imperfecta en otros aspectos. En la guerra, por el contrario, se
distinguió tempranamente, sobre todo por sus logros personales, siempre
buscando combates individuales con los guerreros más atrevidos entre los
enemigos, y de manera constante saliendo victorioso. En una ocasión, durante la
primera guerra púnica, tuvo la oportunidad de salvar la vida de su hermano mediante
una intervención personal.
Pero
sea cual sea la reputación que podía tener como un soldado, no parece haber
abierto en él el camino a los cargos públicos, hasta un período muy posterior.
La primera magistratura que registramos es el de edil curul, al parecer en 226
a. C.
Fue
durante el ejercicio de esta magistratura que se vio obligado a presentar una
acusación contra C. Scantilius Capitolino, su colega edil, por haber insultado
a su hijo Marco. Capitolino fue declarado culpable y condenado a pagar una
fuerte multa, cuyo producto fue empleado por Marcelo en la compra de vasos
sagrados para los templos.
Casi
al mismo tiempo también, según Plutarco, obtuvo el cargo de augur.
No
fue hasta el año 222 a. C. que Marcelo obtuvo su primer consulado. La guerra
con los galos, que unos años antes había despertado la alarma en Roma, estaba
llegando a su fin: los Boios ya se habían sometido, y los insubrios: por el
temor de las repetidas derrotas que habían sufrido en manos de los cónsules de
los últimos años, P. Furio y C. Flaminio, ahora enviaron a delegados a pedir la
paz.
Sus
proposiciones fueron, sin embargo, rechazadas, principalmente a instancias de
Marcelo y su colega Cn. Cornelio Escipión, quienes estaban deseosos de
continuar la guerra.
Por
consiguiente, los galos convocaron en su ayuda de 30.000 de sus hermanos, los
Gaesatae, desde más allá de los Alpes, pero a pesar de este refuerzo, no
impidieron que los dos cónsules invadieran la llanura del Po, y sitiaran
Acerrae. Con el fin de crear una distracción, una división del ejército galo,
formado por 10.000 hombres, cruzó el Po, y sitió a su vez a la ciudad de
Clastidium.
Acontecido
esto, Marcelo, con un gran cuerpo de caballería y una pequeña fuerza de
infantería, se apresuró a oponerse a ellos, y una batalla se entabló, que
terminó con la derrota total y la destrucción del destacamento galo. La acción
fue iniciada por un combate de caballería, en el cual Marcelo mató con su
propia mano a Britomartus ó Viridomarus, el rey, o al menos el líder, de los
galos.
Después
de esta brillante hazaña, se reunió con su colega en Acerrae, que poco después
cayó en sus manos, y fue seguido por la conquista de Mediolanum, la ciudad más
importante de la Galia Cisalpina. Los insubrios se sometieron a discreción, y
los dos cónsules tuvieron la gloria de haber puesto fin a la guerra de las
Galias.
Gran
parte del crédito de la campaña, según Polibio, parece haber pertenecido a
Escipión, pero sólo Marcelo fue honrado con un triunfo, que se hizo visible por
el botín de Viridomarus, llevado como trofeo por el vencedor, y después
dedicado por él como spolia opima en el templo de Júpiter Feretrius. Esta fue
la tercera y última vez en la historia romana en la que se hizo tal
ofrecimiento.
A
partir de este momento no oímos más de Marcelo, hasta que el progreso alarmante
de Aníbal en Italia, y especialmente tras su victoria en el lago de Trasimeno,
obligó a los romanos a buscar intensamente a los hombres en que podían confiar la
conducción de la guerra, y Marcelo fue nombrado uno de los pretores para el año
216 a. C.
Al
principio fue destinado a tomar el mando en Sicilia, pero mientras él estaba
aún ocupado en Ostia con la preparación de una flota para este fin, fue llamado
urgentemente a Roma, a consecuencia de la desastrosa derrota de los dos
cónsules en Cannas.
Por
órdenes del Senado tomó un cuerpo de 1.500 hombres, lo que él había planteado
para la expedición a Sicilia, para defender la misma Roma, mientras que se
apresuró con una legión a Canusium, y después de recoger allí a los restos del
destruido ejército consular, se dirigió a Campania, donde acamparon cerca de
Suessula.
Mientras
tanto, la importante ciudad de Capua había abierto sus puertas a Aníbal, y Nola
habría seguido su ejemplo, de no haber Marcelo recibido la notificación
oportuna de este peligro, de parte del partido aristocrático en aquella ciudad,
que estaba favorablemente dispuesto hacia Roma. En consecuencia, se apresuró
con las fuerzas bajo su mando hacia la ciudad, y ante la aproximación de
Aníbal, hizo una repentina salida, con la cual rechazó a los cartagineses
causándoles algunas pérdidas.
El
éxito obtenido en esta llamada Primera Batalla de Nola (216 a. C.) (aunque,
evidentemente, muy magnificada por los cronistas romanos), era importante por
su efecto moral, ya que era el primer revés, por insignificante que fuera, que
Aníbal había recibido a la fecha.
Marcelo
aseguraba Nola, con la ejecución de setenta de los hombres principales del
partido opositor, y volvió a retirarse a las colinas que dominan Suessula. Pero
ni él ni Graco fueron capaces de evitar el destino de Casilino, que cayó en
manos de Aníbal antes de la conclusión del invierno.
Marcelo
fue poco después llamado a Roma a consultar con el dictador M. Junio Pera y su
magister equitum, Tiberio Graco, la conducción futura de la guerra : a
continuación, fue investido con el rango de procónsul y volvió a tomar el mando
del ejército en la Campania.
Mientras
tanto, llegaron a Roma las noticias que Postumio, que había sido elegido uno de
los cónsules para el año 215 a. C., había sido muerto en la Galia Cisalpina,
ante lo cual el pueblo eligió por unanimidad a Marcelo en su lugar.
Pero
el Senado, que no estaba dispuesto a admitir dos cónsules plebeyos, al mismo
tiempo, declaró que los augurios no eran favorables, y Marcelo, en obediencia a
los augures, renunció al consulado, y reasumió una vez más el mando del
ejército en Campania como procónsul.
Su
principal hazaña que se encuentra registrada durante este año fue el alivio de
Nola, que por segunda vez defendió con éxito contra Aníbal y aunque el general
cartaginés había sido últimamente reforzado por Hannón con un poderoso
ejército, Marcelo no sólo le rechazó de las murallas, sino (si hemos de creer
los datos transmitidos) le derrotó con una masacre considerable, y el éxito de
este enfrentamiento fue seguido inmediatamente por la deserción al bando romano
de una gran cantidad de caballería númida e hispana.
En la
elección de los cónsules para el año siguiente (214 a. C.) Marcelo fue elegido
por tercera vez, con Fabio Máximo como su colega. Tal par de cónsules (dice
Tito Livio) no había sido visto por muchos años.
Sus
operaciones durante la primera mitad de la campaña se desarrollaron en Campania:
Marcelo regresó a su antiguo campamento cerca de Nola, y por tercera vez
rechazó un intento de Aníbal (llamado Tercera Batalla de Nola) de apoderarse de
la ciudad, tras lo cual el general cartaginés se marchó a Tarento, y los dos
cónsules aprovecharon su ausencia para poner sitio a la ciudad de Casilino.
La
guarnición de esta fortaleza de Campania, después de una obstinada defensa,
capituló ante Fabio, pero Marcelo irrumpió entre ellos mientras se retiraban de
la ciudad, y paso a todos a cuchillo, a excepción de unos cincuenta de ellos,
que escaparon bajo la protección de Fabio. Después de esto, Marcelo volvió a
Nola, donde recibió la orden del Senado para proceder a Sicilia, al parecer
antes del término del verano de 214 a. C.10
A su
llegada a esa isla encontró las cosas en un estado muy inestable. La muerte de
Hierónimo, que en un primer momento parecía el hecho favorable a la causa
romana, había llevado finalmente al resultado contrario, e Hipócrates y
Epícides, dos cartagineses de nacimiento, habían obtenido la dirección de los
asuntos principales de Siracusa.
Marcelo,
sin embargo, en un primer momento decidió probar el efecto de la negociación:
sus embajadores obtuvieron una audiencia favorable e incluso indujo a los
siracusanos a dictar sentencia de destierro contra Hipócrates y Epícides. Estos
dos dirigentes buscaron refugio en Leontino, a la cabeza de una fuerza
considerable, pero fueron incapaces de defender la ciudad contra Marcelo, que
la tomó por asalto, y aunque perdonó a sus habitantes, ejecutó a sangre fría a
2.000 desertores romanos que se encontraban entre las tropas que formaban la
guarnición. Este acto sanguinario alienó la mente de los sicilianos, y alarmó a
las tropas mercenarias al servicio de Siracusa.
Estos
últimos inmediatamente se unieron a Hipócrates y Epícides, que habían huido a
Erbesos; las puertas de Siracusa se abrieron ante ellos por sus partidarios
dentro de los muros, y la facción enemiga de Roma así tomó el poder en esa
ciudad.
Marcelo,
cuya severidad había dado lugar a esta revolución, se presentó ante Siracusa a
la cabeza de su ejército, y después de una infructuosa exhortación a los
habitantes, procedió a poner sitio a la ciudad por mar y tierra. Sus ataques
fueron vigorosos y constantes y se dirigieron especialmente en contra de la
cuarta parte de Achradina desde el lado del mar, pero a pesar de que trajo
muchas poderosas máquinas de guerra para derribar las paredes, eran totalmente
inútiles frente a la habilidad superior y a la ciencia de Arquímedes, quien dirigió
las de los sitiados.
Los
asaltantes estaban tan preocupados, y a los soldados romanos les inspiraba tal
temor Arquímedes y sus máquinas, que Marcelo se vio obligado a renunciar a toda
esperanza de tomar a la ciudad a viva fuerza, y convirtió el sitio en un
bloqueo.
A
continuación de esto, con una parte de su ejército, llevó las operaciones a
otras partes de la isla, dejando a App. Claudio para vigilar el sitio de
Siracusa. De esta manera tomó Heloros y Erbesos, y destruyó por completo
Megara, y aunque fracasó en prevenir que el general cartaginés Himilcón se
hiciera dueño de Agrigento, derrotó a Hipócrates cerca de Acras.
Debido
al avance de Himilcón, Marcelo se vio obligado a retirarse a su campamento de
Siracusa, pero aquí el general cartaginés fue incapaz de molestarlo, y la
guerra se redujo a una serie de operaciones inconexas e irregulares en
diferentes partes de la isla.
Estos
hechos no eran en nada favorables a los romanos: Murgantia, una importante
ciudad, donde habían establecido grandes reservas, se entregó a los
cartagineses, y en la fortaleza de Enna se previno de seguir su ejemplo
mediante la bárbara masacre de sus habitantes, ordenada por el gobernador
romano, L. Pinario, un acto de crueldad que tuvo el efecto de aterrar a todos
los otros sicilianos.13 Mientras tanto, el bloqueo de Siracusa se había
prolongado hasta el verano de 212 a. C., y no parecía haber ninguna perspectiva
de su terminación.
En
este estado de cosas, afortunadamente, Marcelo descubrió una parte de las
murallas más accesible que las demás, y teniendo preparadas las escaleras de
asalto, efectuó una entrada en este punto durante la noche que siguió a una
gran fiesta, y así se hizo dueño de Epípolas. Los dos barrios llamados Tyche y
Neapolis estaban ahora a su merced, los cuales saqueó, pero todavía Epícides
conservaba la ciudadela de la isla y el importante barrio de Achradina, que
formaban dos fortalezas independientes.
Marcelo,
sin embargo, se hizo dueño del fuerte de Euríalo, y acosó estrechamente
Acradina, cuando el ejército cartaginés de Himilcón e Hipócrates avanzaron para
ayudar a la ciudad. Sus esfuerzos, sin embargo, fueron en vano; todos sus
ataques contra el campamento de Marcelo fueron rechazados y no fueron capaces
de efectuar la unión con la guarnición de Epícides en Siracusa.
La
insalubridad del lugar pronto dio paso a una peste, que causó espantosos
estragos en ambos ejércitos, pero especialmente en el de los cartagineses,
donde se llevó a dos de sus generales, y condujo a la desintegración de todo el
ejército. Así, liberado de todas las perturbaciones desde el exterior, Marcelo
renovó sus ataques a los barrios de la ciudad que aún resistían, pero, aunque
los oficiales delegados, tras la marcha de Epícides hicieron varios intentos de
negociación, nada sucedió.
Por
fin, la traición de Mericus, líder de los mercenarios españoles en el servicio
de Siracusa, abrió las puertas de Acradina a Marcelo, y en el ataque general
que siguió se hizo dueño de la isla de Ortigia también. La ciudad fue entregada
al pillaje, y aunque la vida de los habitantes libres fue respetada, muchos de
ellos se vieron obligados a venderse como esclavos, a fin de obtener los medios
de existencia. La víctima más famosa de este acontecimiento fue el mismo Arquímedes,
que resultó muerto por un soldado.
Sin
embargo, la clemencia y generosidad de Marcelo han sido alabadas por casi todos
los escritores de la antigüedad. El botín encontrado en la ciudad capturada fue
inmenso: además del dinero del tesoro real, que fue apartado para las arcas del
estado, Marcelo se llevó muchas de las obras de arte con las que la ciudad
estaba adornada, para gloria de su propia triunfo y de los templos de Roma.
Este fue el primer ejemplo de una práctica que posteriormente llegó a ser
bastante general, y causó una gran ofensa no sólo a los griegos de Sicilia sino
a una gran parte de la opinión en la misma Roma, que hacían comparaciones
desfavorables entre la actuación de Marcelo en este caso y la de Fabio en
Tarento. Livio cuenta que la caída de Siracusa fue coincidente en el tiempo con
el cierre del muro de cerco que los cónsules Quinto Fulvio Flaco y Apio Claudio
Pulcro establecieron sobre Capua en el tramo final de su consulado, lo que permite situar este acontecimiento en
los últimos días de 212 a.C. o principios de 211 a.C.
Pese
a que Siracusa había caído, la guerra en Sicilia aún no estaba terminada. Una
considerable fuerza cartaginesa seguía ocupando Agrigento bajo las órdenes de
Epícides, Hannón, y Mutines, con un cuerpo de caballería númida, llevaba a cabo
incursiones hacia el interior. Marcelo ahora volvió sus armas contra los
restantes enemigos, atacó a Epícides y a Hannón en ausencia de Mutines, y los
derrotó completamente, tras lo cual regresó a Siracusa.
La
primera parte del año siguiente (211 a. C.) parece haberla dedicado a la
solución de los asuntos en Sicilia, pero es extraño que Marcelo no parece haber
hecho ningún esfuerzo para poner término a la guerra en esa isla antes de
regresar a Roma, y cuando hacia el final del verano renunció al mando de la
provincia dejándola en manos del pretor M. Cornelius Dolabella, Mutines todavía
estaba en armas y Agrigento aún estaba en posesión de los cartagineses.
Debido
a lo anterior, el Senado le negó los honores de un triunfo, a pesar de sus
grandes éxitos, y se vio obligado a contentarse con la distinción inferior de
una ovación. Previo a esto, sin embargo, celebró con gran magnificencia una
procesión triunfal en el templo de Júpiter en el Monte Albán, e incluso su
ovación se hizo más brillante que la mayoría de triunfos por la cantidad y la
magnificencia del botín traído de Siracusa.
Apiano
sitúa a Marcelo junto a Cayo Claudio Nerón en la breve campaña que este último
realizó en Hispania a mediados de 211 a.C. En las siguientes elecciones
consulares en las cuales resulta finalmente elegido cónsul (210 a.C.), Marcelo
es nombrado en ausencia, por lo que pese a contar Tito Livio que había acudido
a Roma durante el verano desde Sicilia, parece que hubiese salido de la urbe
hacia algún destino.
Poco
después de su triunfo fue elegido para cónsul por cuarta vez, junto con M.
Valerio Laevinus. Pero apenas hubo asumido su magistratura (210 a. C.) cuando
tuvo que enfrentar una tormenta de indignación, levantada contra él por sus
actuaciones en Sicilia.
No
obstante las alabanzas efectuadas hacia él por los historiadores romanos, y más
aún por Plutarco, como ejemplo de moderación y clemencia, es evidente que su
conducta era considerada por muchos, incluso entre sus propios compatriotas, innecesariamente
dura.
Los
sentimientos que inspiraba él al conjunto de los griegos sicilianos se
desprenden de la expresión recogida por Tito Livio, "que sería mejor para
la isla que se hundiera en el mar, o que fuera abrumada por las llamas de Etna,
a ser sometida nuevamente a la merced de Marcelo".
De
esta forma, delegados de las ciudades sicilianas se presentaron en Roma, para
presentar sus quejas ante el Senado, donde encontraron fuerte apoyo ya que el
órgano de gobierno no estaba dispuesto a insultar a Marcelo y determinó
ratificar sus actos pasados, pero ante los ruegos de los sicilianos, los dos
cónsules intercambiaron provincias, y se acordó que Marcelo, a cuya suerte
Sicilia había caído anteriormente, debía tomar el comando en Italia contra Aníbal.
A
partir de este momento los sicilianos parecen haber cambiado su opinión sobre
él, ya que se esforzaron para conciliar su favor con todo tipo de honores y de
adulaciones: los siracusanos pusieron su ciudad bajo el patrocinio de él y de
sus descendientes, erigiéndole estatuas e instituyendo un festival anual,
llamado Marcellea, que continuó celebrándose, hasta el tiempo de Verres.
Marcelo
se hizo cargo del ejército que operó en Etruria en 211 a.C. y se dirigió con él
a Apulia, donde poco después pudo asestar un golpe importante, con la conquista
de Salapia, que fue entregada en sus manos mediante traición por Blasius, uno
de los principales ciudadanos del lugar, y este éxito fue seguido por la
captura de dos ciudades en el Samnio, que había sido ocupado por guarniciones
cartaginesas (Meles y Meronea).
Mientras
tanto, Aníbal había sorprendido y destruido el ejército de Cneo Fulvio Flaco en
Herdonea; con lo cual Marcelo se apresuró en oponérsele. Los dos ejércitos se
encontraron cerca de Numistro en Lucania, y se produjo una batalla, al parecer
sin ningún resultado decisivo, aunque los romanos reclamaron la victoria.
Frontino da sin embargo como ganador a Aníbal.
El
resto de la campaña lo ocupó con movimientos sin importancia, Marcelo continuó
siguiendo los pasos de Aníbal, pero con cuidado de evitar un compromiso. Tan
importante consideraba no perder de vista por un momento al general cartaginés,
que se negó a acudir a Roma con el fin de celebrar los comicios, y, en
consecuencia, por orden del senado, nombraron a Q. Fulvio dictador para tal
fin.
Durante
el año siguiente (209 a. C.) conservó el mando de su ejército con el rango de
procónsul, con el fin de que pudiera cooperar con los dos cónsules del año,
Fabio Máximo y Fulvio Flaco, en la guerra contra Aníbal.
Al
inicio de la campaña fue el primero en enfrentarse al general cartaginés, a
quien encontró cerca de Canusium, y en los alrededores de esa ciudad, según los
historiadores romanos, se produjeron tres acciones sucesivas entre los dos
ejércitos. De éstas, la primera fue un enfrentamiento entre las avanzadas
romanas y el ejército de Aníbal que estaba iniciando los trabajos para montar
su campamento, cuyo resultado no dio ventaja a ninguno de los contendientes; en
la segunda, se produjo una batalla campal y los romanos fueron derrotados con
fuertes pérdidas (2.700 muertos), y en la tercera, Livio y Plutarco afirman que
habría obtenido una victoria causando 8.000 muertos a los púnicos frente a
3.000 propios; no obstante lo cual, Aníbal consiguió abandonar la zona con su
ejército sin ser seguido, en dirección al Bruttium, mientras que Marcelo, a
causa del número de sus heridos, y tras cerciorarse que Aníbal iba rumbo al
Bruttium se movió a Venusia donde permaneció inactivo el resto de la campaña
recuperando a sus hombres.
Este
hecho indica la gravedad de sus pérdidas, mientras que Aníbal llega hasta
Caulonia en el extremo suroccidental de la península italiana enfrentando con
éxito a un contingente romano que asedia la ciudad y de allí a Tarento donde no
logra evitar la caída de la plaza en manos de Fabio Máximo, ni consumar una
trampa sobre este cónsul en la cercana Metaponto. La conducta de Marcelo es
aprovechada por sus rivales políticos y ante la insatisfacción existente en
Roma, uno de los tribunos propuso incluso que fuera privado de su comando. Al
enterarse de estos hechos, inmediatamente se apresuró a ir a Roma, y se
defendió con tanto éxito, que no sólo fue absuelto de toda culpa, sino que fue
elegido cónsul para el año siguiente, junto con quien fue su subordinado en el
cerco de Siracusa, Tito Quincio Crispino.
Antes
de entrar en su quinto consulado, fue enviado a Etruria para apaciguar una
amenaza de revuelta de los arretianos, logrando calmar su descontento durante
un tiempo. Después de su regreso a Roma y mientras se preparaba para reanudar
las operaciones (208 a. C.), fue detenido durante algún tiempo en la ciudad por
presagios desfavorables y las ceremonias religiosas que se consideraban
necesarias, a fin de evitar estos males.
Finalmente,
tomó el mando de su ejército en Venusia, y uniéndosele su colega Crispino,
acamparon con sus fuerzas combinadas entre Venusia y Bantia. El campamento de
Aníbal estaba a corta distancia de ellos. Entre los dos ejércitos había una
colina boscosa, hacia la cual los dos cónsules imprudentemente salieron para
practicar un reconocimiento, acompañados sólo por un pequeño cuerpo de
caballería de unos 300 jinetes. Una vez en la misma, cayeron en una emboscada
de la caballería númida del ejército de Aníbal. Tras una breve lucha, los
romanos, al ser muy inferiores en número, se dispersaron rápidamente; Marcelo
fue atravesado con una lanza, que le mató en el acto, mientras su colega
Crispino fue llevado fuera del campo, gravemente herido.
Aníbal
mostró gran respeto por la suerte de su enemigo caído, e hizo todos los honores
debidos ante sus restos sin vida.27 Sexto Aurelio Víctor cuenta que sus huesos
fueron remitidos a Roma, pero en el camino fueron interceptados por saqueadores,
perdiéndose definitivamente.
Su
actuación fue elogiada por Tito Livio y Plutarco, quien cuenta que Posidonio
aludiera a él con el pseudónimo de la "espada de Roma", pero es
analizado muy críticamente por Polibio.
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