domingo, 27 de julio de 2014

GUERRAS MACEDÓNICAS





Fueron necesarios tres siglos para que la pequeña ciudad del Lacio se convirtiera en la capital de Occidente. 



Pero será irresistiblemente arrastrada hacia Oriente, no como consecuencia de un plan idealista sistemáticamente concebido -el pueblo estaba cansado de guerras interminables-, sino con una seria de campañas preventivas que pusieron de manifiesto la debilidad de las monarquías helenísticas.



Además, la aristocracia había tomado gusto al éxito, a los enormes botines, mientras que los plebeyos, los "hombres nuevos", veían en las nuevas conquistas la oportunidad de enriquecerse y de traspasar sus límites.



El primer enemigo era Filipo V de Macedonia, que había apoyado a Aníbal. Filipo gobernaba sobre una Grecia indócil, convulsionada por luchas sociales. 



En el año 200 a. de J.C., el Senado le declaró la guerra.



Después de dos años de lucha incierta, el cónsul Flaminio, que se había erigido en libertador de los griegos, logró vencer en Cinocéfalos, en Tesalia (197 a. de J.C.).



 La legión superó a la falange, demasiado pesada.



Roma proclamó solemnemente en Corinto la independencia de las ciudades griegas, que se desbordaron de entusiasmo. 


Después la llegó el turno al rey de Siria, Antíoco III, que había acogido a Aníbal; quiso dominar el Egipto de los Tolomeos e intrigó en Grecia contra Roma, Rodas y Pérgamo.



Por fin, se aprestó a entregar a Aníbal. 




Este buscó refugio junto a Prusias, rey de Bitinia, en la costa del mar Negro, pero los romanos, implacables, le persiguieron, y el héroe que había hecho temblar a sus enemigos, se envenenó (183 a. de J.C.).



Sin embargo, la amistad entre Grecia y Roma había terminado. 



La anarquía de sus ciudades, sus agitaciones, su decadencia irritaron a los romanos, y Catón el Censor destacó la perniciosa influencia de los griegos degenerados.



Estos comprendieron que su independencia era en realidad una tutela, porque los comisarios del Senado romano intervenían en todas partes. 



Roma apoyaba a los ricos, mientras que los pobres volvían sus esperanzas hacia el rey de Macedonia.


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