jueves, 26 de abril de 2018

POLIBIO DESCRIBE LA BATALLA DE MYLAE


Los romanos después, acercándose a las costas de Sicilia y enterados de la desgracia ocurrida a Cneo, dan aviso al instante a Cayo Duilio, que mandaba las tropas de tierra, y esperan su llegada. Al mismo tiempo, oyendo que no estaba distante la escuadra enemiga, se aprestan para el combate. Sin duda al ver sus navíos de una construcción tosca y de lentos movimientos, les sugirió alguno el invento para la batalla, que después se llamo cuervo; cuyo sistema era de esta manera: se ponía sobre la proa del navío una viga redonda, cuatro varas de larga y tres palmos de diámetro de ancha; en el extremo superior tenia una polea, y alrededor estaba clavada una escalera de tablas atravesadas, cuatro pies de ancha y seis varas de larga. El agujero del entablado era oblongo y rodeaba la viga desde las dos primeras varas de la escalera. A lo largo de los dos costados tenia una baranda que llegaba hasta las rodillas, y en su extremo una especie de pilón de hierro que remataba en punta, de donde pendía una argolla; de suerte que toda ella se asemejaba a las maquinas con que se muele la harina. De esta argolla pendía una maroma, con la cual, levantando los cuervos por medio de la polea que estaba en la viga, los dejaban caer en los embebecimientos de los navíos sobre la cubierta de la nave contraria, unas veces sobre la proa, otras haciendo un circulo sobre los costados, según los diferentes encuentros. Cuando los cuervos, clavados en las tablas de las cubiertas, cogían algún navío, si los costados se llegaban a unir uno con otro, le abordaban por todas partes; pero si lo aferraban por la proa, saltaban en el de dos en dos por la misma maquina. Los primeros de estos se defendían con sus escudos de los golpes que venían directos, y los segundos, poniendo sus rodelas sobre la baranda, prevenían los costados de los oblicuos. De este modo dispuestos, no esperaban mas que la ocasión de combatir.


Al punto que supo Cayo Duilio el descalabro del jefe de la escuadra, entregando el mando de las tropas de tierra a los tribunos, dirigíose a la armada, e informado de que los enemigos talaban los campos de Mila, salio del puerto con toda ella. Los cartagineses, a su vista, ponen a la vela con gozo y diligencia ciento treinta navíos, y despreciando la impericia de los romanos no se dignan poner en orden de batalla, antes bien, como que iban a un despojo seguro, navegan todos vuelta las proas a sus contrarios. Mandábalos Aníbal, el mismo que había sacado de noche sus tropas de Agrigento. Mandaba una galera de siete ordenes de remos, que había sido del rey Pirro. Al principio los cartagineses se sorprendieron de ver, al tiempo que se iban acercando los cuervos levantados sobre las proas de cada navío, extrañando la estructura de semejantes maquinas. 


Sin embargo, llenos de un sumo desprecio por sus contrarios, acometieron con valor a los que iban en la vanguardia. Pero al ver que todos los buques que se acercaban quedaban atenazados por las maquinas, que estas mismas servían de conducto para pasar las tropas y que se llegaba a las manos sobre los puentes, parte de los cartagineses fueron muertos, parte asombrados con lo sucedido se rindieron. Fue esta acción semejante a un combate de tierra. Perdieron los treinta navíos que primero entraron en combate, con sus tripulaciones. Entre ellos fue también tomado el que mandaba Aníbal; pero él escapo con arrojo en un bote como por milagro. El resto de la armada vigilaba con el fin de atacar al enemigo, pero advirtiéndoles la proximidad el estrago de su primera linea, se aparto y estudio los choques de las maquinas. No obstante fiados en la agilidad de sus buques, contaban poder acometer sin peligro al enemigo, rodeándole unos por los costados y otros por la popa. Mas viendo que por todas partes se les oponían y amenazaban estas maquinas y que inevitablemente habían de ser asidos los que se acercasen, atónitos con la novedad de lo ocurrido, toman al fin la huida, después de perder en la acción cincuenta naves.


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