lunes, 23 de marzo de 2020

SEMBLANZA DE CÉSAR SEGÚN SEUTONIO



César eligió la Galia porque era el lugar que, con más probabilidad, podría ofrecerle riquezas y triunfos. No dejó escapar ninguna oportunidad de hacer la guerra, por injusta y peligrosa que fuese. Obligó a los galos al pago de un tributo anual de cuarenta millones de sestercios. Fue el primero que, tras tender un puente, atacó a los germanos al otro lado del Rin y consiguió sobre ellos señaladas victorias. Con el dinero que obtenía de los enemigos inició la construcción de un foro. Prometió al pueblo espectáculos y festines. Duplicó a perpetuidad la soldada de las legiones. En la Galia saqueó los altares y los templos de los dioses; esta conducta le proporcionó mucho oro que hizo vender en Italia. Durante su primer consulado robó del Capitolio tres mil libras de peso en oro y lo sustituyó con igual cantidad de cobre dorado. Era muy diestro en el manejo de las armas y caballos y siempre dirigió a su ejército, algunas veces a caballo y con más frecuencia a pie. Nunca dejó que su ejército sufriera emboscadas. Castigaba con severidad a los desertores. A veces, tras una batalla y una gran victoria, dejaba a sus tropas que se divirtieran. Se sentía tan unido a sus soldados que, cuando un grupo de ellos era masacrado, se dejaba crecer la barba y el cabello y no se los cortaba hasta vengar su derrota. Prosiguió hasta el Rubicón, que era el límite de su provincia y donde le esperaban sus cohortes. Se detuvo unos momentos, reflexionando sobre las consecuencias de su empresa y luego dijo: "Todavía podemos retroceder, pero si cruzamos el puentecillo todo habrán de decirlo las armas". Un prodigio le decidió; entonces César dijo: "Marcharemos a donde nos llaman los signos de los Dioses y la iniquidad de los enemigos. La suerte está echada". En cuanto se sentó en el Senado, le rodearon los conspiradores con el pretexto de saludarle. Entonces Cimber Telio, que se había encargado de comenzar, se le acercó como para dirigirle un ruego, le cogió de la toga por ambos hombros y entonces otro, que se encontraba a su espalda, lo hirió algo más abajo de la garganta. César le cogió el brazo e intentó levantarse pero un nuevo golpe le detuvo. Viendo entonces puñales levantados  por todas partes, se tapó la cabeza con la toga. Recibió veintitrés heridas y solo a la primera lanzó un gemido, sin pronunciar una sola palabra. Sin embargo, algunos escritores cuentan que, al ver acercarse a Bruto, le dijo en lengua griega: "¡Tú también hijo mío!". Murió a los cincuenta y seis años de edad, el día de los idus de marzo.

( Suetonio en "Vida de los doce Césares" )











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